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General: María Felix visitó Cuba en dos ocasión y dejó su huella en La Habana
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 19/04/2018 14:57
MARÍA FELIX
Buscando en crónicas de hace más de cincuenta años, en periódicos apolillados y fotos descoloridas, el cronista reconstruye un momento de María Bonita en La Habana.

 OLGA GUILLOT CON MARÍA FELIX
Cuando María Félix visitó Cuba y dejó su huella en La Habana
Tras varios anuncios de su visita siempre pospuesta, el 26 de octubre de 1949 llegó a La Habana la actriz mexicana María Félix. Tal fue su recibimiento que, a poco de su llegada, exclamó asombrada: “Yo tenía referencias de cómo me querían en La Habana pero lo de esta tarde ha sido más de lo que esperaba”. Desde el avión hasta el automóvil que la condujo al Hotel Nacional, hubo necesidad de ponerle protección policial, pues el ímpetu de sus admiradores amenazó con perturbar la integridad física de la estrella. Se cuenta que algunos hasta le halaron el vestido para guardar un recuerdo de María Bonita.
 
La legendaria figura dejó una huella importante en el público cubano. Visitó la Isla, por primera vez, en 1949 y su recibimiento fue de tal envergadura que exclamó “tenía referencias de cómo me querían en La Habana pero lo de esta tarde ha sido más de lo que esperaba”. Necesitó protección policial para llevarla hasta el Hotel Nacional, debido a la multitud que pujaba por acercársele.
 
Buscando en crónicas de hace más de cincuenta años, en periódicos apolillados y fotos descoloridas, el cronista reconstruye un momento de María Bonita en La Habana: un hecho insólito y lamentable cuando una cálida mano masculina provocó el estremecimiento de su cuerpo maravilloso de mujer fatal.
 
Lo cuenta el poeta Nicolás Guillén en una de sus crónicas: “¡Qué Sarah Bernhardt en sus buenos tiempos, ni qué Raquel Meyer en los suyos! ¡Qué Pastora Imperio, ni Matilde Moreno, ni la Mayendía, ni la Barrientos, ni toda la corte terrestre o celestial de tiples, bailarinas, pugilistas, toreros, tenores, actrices de rango o canzonetistas de cartel prefabricado! La Habana olvidó por unos momentos sus urgentes ocupaciones y galopó hacia el aeropuerto de Rancho Boyeros. Desde las 12 del día hasta la llegada de María Bonita, la sudorosa comitiva fue engrosando sin cesar; llenó los amplios salones de recibo, se desbordó luego por la pista de aterrizaje hasta donde las fuerzas de la policía pudieron permitirlo; invadió las azoteas aledañas y aún se alineó en la carretera, bajo un sol que dejaba caer barretas encendidas…”
 
Escribe un cronista social de aquellos días: “Llegó deslumbrante. La sonrisa, al aparecer en la escala del avión, iluminó todas las bocas. Fue una exclamación unánime y espontánea: ¡Qué bella es! Cuando nos hicieron la gracia de pasarnos, la pista estaba invadida. Invadida de público. En su mayoría dignísimo, discreto, curioso de ver de cerca la espléndida belleza mexicana que nos visitaba. Pero, ¡ay!, había de todo en aquella vorágine humana. Había de todo. ¡De lo peor también! ¡Hasta carteristas!”. Vuelve Nicolás Guillén: “Y no solo carteristas –añadiremos por nuestra cuenta y por cuenta de María Félix-. Ello fue cuando esta apenas había dado unos pasos, detúvose pálida y confusa. Luego enrojeció hasta la raíz del cabello. ¡Pero es imposible!, murmuró al cabo. ¿Qué había ocurrido? Algo insólito y lamentable. Aprovechando la jadeante confusión, una cálida mano masculina se deslizó de modo inconveniente por el cuerpo de la artista, que apenas pudo reprimir un grito de asombro, pero que por supuesto no reprimió su desagrado”.
 
Comenta Ramón Vasconcelos –la llamada pluma de oro del periodismo cubano- en su periódico Alerta: “Se cuentan cosas que nos ridiculizan y deprimen. Con el pretexto de conservar souvenirs suyos, hubo quienes le tiraron del cabello, quienes intentaron arrancarle pedazos del traje, llevarse un adorno a viva fuerza; y lo que es más bochornoso, hacerla objeto de exploraciones groseras…”
 
¿Qué ocurrió? Digámoslo de una vez. Un hecho infame y oprobioso. A María Félix le habían palpado el glúteo en plena pista de aviación. Era el mes de octubre de 1950, y María Bonita, La Doña, estaba por primera vez en La Habana.
 
Ya en el edificio de la terminal aérea conversó con la prensa. Venía en viaje privado y con la intención de descansar. Había reservado una suite en el Hotel Nacional y, aunque le llovieran invitaciones, ella solo quería dormir en paz. El presidente Carlos Prío, al día siguiente de su llegada, la recibió en el palacio de gobierno. Y pronto se supo que veinte y cuatro horas después ofrecería un coctel en su honor. Alfredo Hornedo, “el muy ilustre senador Hornedo”, como se le llamaba siempre en El País, un periódico de su propiedad, la invitó a una cena de gala en su club Casino Deportivo. La Doña no acudió a la cita con Hornedo y, con la justificación de un malestar repentino, le dejó servido el champán a Prío, cuya esposa, Mary Tarrero, imitaba sin recato, se decía, a la actriz mexicana, lo que no necesitaba hacer en absoluto porque fue una de las mujeres más bellas de Cuba.
 
Durante su visita los periodistas le preguntaron sobre Agustín Lara, su esposo, compositor de moda entonces, y respondió: “Yo deslumbro por la belleza que gentilmente me reconocen. Agustín se destaca por su talento. Existen momentos en que los encantos físicos no marchan en antagonismo con el intelecto”. Se dice que desairó a más de un vanidoso al no asistir a las citas sociales con las que quisieron agasajarla. Sólo aceptó ir al cabaret Tropicana donde fue recibida con estruendosos aplausos. Cuenta Nicolás Guillén en una crónica de la época, que con la prensa fue amable y explícita.
 
Acudió, sí, al cabaret Tropicana. Escribe, a propósito, Nicolás Guillén en su crónica: “Cuando apareció, deslumbrante de belleza, pasada ya la media noche, y tomó asiento frente a una mesa espléndidamente preparada para ella, el gran mundo allí reunido la saludó con una tempestad de aplausos y exclamaciones. Muchas voces le suplicaban que saliera a la pista a decir algunas palabras, no ya de gratitud, sino de mera cortesía, pero se negó en redondo. La audiencia se rompía las manos aplaudiendo y enronquecía gritando… Nada. Intervino entonces el empresario de María Bonita y solo consiguió que la artista se pusiera de pie y saludara fugazmente con una sonrisa lejana, como desprendida de Sirio, a la concurrencia alborotada.
 
En el teatro América no la haría mejor. Subió al escenario y dijo solamente: “Mírenme”. Pero el público allí congregado pudo mirar y admirar a su antojo a María Félix en su triunfante imagen de hembra en celo, con aquellos ojos negros y grandes, la boca pulposa, las caderas firmes y altas, los senos discretos, los muslos poderosos.
 
Pese a tanto calor y color, La Doña, al igual que lo hacía en México, se mostró en La Habana fría y distante, transcurrió en un limbo estratosférico e inalcanzable, sin importarte que la opinión pública se mantuviera en vilo con su presencia y pendiente de su altivez y sus silencios.
 
Recuerda Guillén: “¿El béisbol con su eterna rivalidad entre rojos y azules, el Habana y el Almendares? ¿El billar, con la victoria de Hoppe, el campeón mundial de los tacos, sobre Mundito Campanioni, nuestro campeón nacional? ¿La política, con el desenfrenado duelo entre Chibás, líder oposicionista, y el doctor Varona, jefe del Gobierno, tan lleno de insultos patibularios, dicho sea con perdón de los señores reos de muerte? ¿Las finanzas, con el empréstito de 200 millones de dólares que el presidente Prío quiere que el pueblo le cuente como strike, cuando es una bola baja y afuera? ¿El orden público, en fin, con un plante de dimensiones gigantescas en la cárcel de La Habana, donde los presos insubordinados pasearon como dramática bandera el cadáver todavía tibio de un recluso muerto a palos por los escoltas? Pues no, señores… Todo es apenas una dulzona melcocha informativa frente al plato de subido condimento que con su presencia nos sirvió la felina hembra mexicana”.
 
En el verano de 1955 regresó a La Habana convertida en una estrella de fama mundial. En esta ocasión actuó en la pista del cabaret Montmatre y en el escenario de Radiocentro. En el cabaret, mientras se abrochaba su collar de perlas y charlaba con unos amigos, alguien le dijo: “María, milagro que a usted le gustan las perlas. Dicen que traen mala suerte”. La estrella respondió con gestos de majestad ofendida: “estas perlas son legítimas. Tener que usar perlas falsas sí es mala suerte. Buena suerte es poderlas usar legítimas”. María Félix deslumbró a La Habana. Su presencia hizo época en esta Villa, que la recuerda joven, como a esos personajes extinguidos que ella representaba.
 
Un 8 de abril nació y murió María Félix
Nació en 1915, en Los Álamos, estado de Sonora, sus padres la llamaron María de los Ángeles Félix Guareña. Llegó a ser considerada una de las mujeres más bellas de su tiempo y se convirtió en uno de los mitos eróticos del cine de todos los tiempos. Entre sus momentos artísticos más conocidos, está el tema musical “María Bonita” que le compuso el músico mexicano Agustín Lara. Su prolífera carrera, que incluyo casi medio centenar de películas realizadas en México, España, Argentina, Francia e Italia.   «La Doña»  María Félix,, la última diva del cine mexicano, murió un 8 de abril del 2002.
 
Con información de internet    
 
La 'Doña'  frente la estatua de José Martí en el Parque Central de la Habana



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