A algunos les pasará por la mente que estas memorias no son cronológicas y es cierto, pero no pretendo escribir una biografía, sino pinceladas de mi vida, de la que seguramente muchos lectores habrán compartido parecidas vivencias. A eso hay que sumarle que hay cosas, que a pesar de que uno las tiene muy presentes en la mente, cuestan más trabajo de abordar o a veces se hacen espinosas, porque nos recuerdan cosas que no desearíamos recordar. Y una de ellas es el triunfo de la revolución cubana, las esperanzas que ello nos trajo y las grandes frustraciones que la acompañaría después. Y por supuesto completamente a este hecho está la memoria de mi padre, que como tantos se sumó al carro de la revolución y fue una de las decenas de miles o centenares de miles que sufrirían cárcel, discriminación, abuso, desprecio y destierro y al final laceró a todas las familias cubanas.
Después de casi un año de pesadillas a causa de haber sido apresado mi padre por el esbirro batistiano Carratalá, torturado intensamente en la estación de la Policía Nacional del barrio de el Cerro, las pocas visitas que le permitieron en las que se le llevaba comida y su posterior liberación bajo amenaza 4 meses después, a lo que siguió una orden del movimiento 26 de Julio al que pertenecía, de irse al exilio en Venezuela, la cual incumplió, después de estar, inmediatamente a salir de la cárcel, durante casi dos meses en la Embajada de Brasil en 19 y G, a la que fui a verlo varias veces y donde tuve la oportunidad de conocer la comida brasileña, que no me gustó para nada, pero si el compartir, aunque fuera de forma limitada, con mi padre. A ello se sumó su peligrosa partida a mediados de 1958 para la sierra del Escambray, en la antigua provincia de Las Villas, donde se unió a la Columna del argentino Ché Guevara, siendo ubicado en el pelotón comandado por Ramiro Valdés.
Después de varios combates participa en la toma de Santa Clara y llega a La Habana con el triunfo de la Revolución, justamente el día de reyes, el 6 de enero de 1959. Ante mi asombro, se pela, se afeita, quema su ropa del ejército rebelde y tras unos días de descanso regresa a su puesto de trabajo en la Cooperativa de Omnibus Aliados.
Por supuesto que con 14 años no entendía absolutamente nada de las razones que lo impulsaron a tomar esas acciones, pero como casi siempre ocurre con los padres, para no pecar de absoluto, el tiempo les da la razón.
Realidad y fantasía
Cuando somos niños nos enseñan qué cosas son las buenas y cuáles las malas, pero la realidad es que todo es relativo ¿Cómo sabemos en realidad si es así como nos lo enseñan?
La fantasía incluye lo que creemos que es real, una realidad que no está sujeta a comprobación, sino solo se sostiene por programación psicológica. El mejor ejemplo de ello es la religión. Nos enseñan a creer en sus postulados y al final nunca tenemos una prueba fehaciente de que ellos responden a cosas reales y convenientes para nosotros. La religión es la mejor manifestación de la fantasía, porque no está sustentada en el conocimiento del hombre, sino en algo que nos transmitieron de generación en generación, sin evaluar ahora cuál es su verdadero sentido, que no es otro que el miedo y la sumisión. No precisamente las personas que se las dan de muy religiosos son las más piadosas y bondadosas, muchas veces es todo lo contrario. Empezando por los sacerdotes, que son hipocresía pura y por eso nos dicen: “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Ni ellos mismos creen en la fe que profesan y con la que nos quieren embutir. Podrá haber excepciones, pero son una gota en el mar. Por eso hay que poner los pies en la realidad y dejar los prejuicios de una mente condicionada.
Eso fue lo que ocurrió con Fidel Castro y la revolución, todo fue una fantasía. La revolución se convirtió en algo así como la canción de César Portillo de la Luz, titulada Realidad y Fantasía y que todos hemos tarareado. La revolución al final se quedó en eso, en un deseo.
La guerra de Pan Duro
No voy a hablar de una guerra o suma de escaramuzas, que al final dio al traste con la Cuba republicana y comenzó un período oscuro en la vida nacional que ya se acerca a los 60 años. Por supuesto que nadie aplaudió el golpe de estado del 10 de Marzo de 1952, pero voy a hacer una comparación.
En los años 50 cualquiera tomaba un avión hacia cualquier parte con la mayor rapidez, seguridad y tranquilidad. No se si los revolucionarios cubanos fueron los primeros, pero fueron varios los hechos de secuestro de aviones, poniendo en peligro a las personas para conseguir objetivos políticos. Después se hizo viral esta práctica con hechos contra israelíes, norteamericanos, en fin, se desató en el mundo una ola de terror tal, que tuvo su culminación crítica con el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de Septiembre de 2001. Hoy es toda una odisea tomar un avión, hasta los zapatos debes quitarte, hay decenas de prohibiciones y en fin, esas aguas trajeron estos lodos. Sin esos revolucionarios y terroristas, que es lo que realmente son estos antecedentes, todo seguiría normal. La violencia, solo genera más violencia y más represión y limitación de las libertades personales.
Eso fue lo que ocurrió con el pandillero Fidel Castro y el gobierno de Batista. En lugar de luchar por las vías pacíficas, decidió que como el no iba a poner los muertos, era mejor la lucha armada. Y esta claro que no tenía la menor intención de poner el muerto, ni siquiera el herido, porque desde el ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba que desencadenó la crisis nacional, evadió enfrentar al ejército alegando que se había “perdido” en una ciudad que conocía perfectamente y en la que había estudiado. A eso le sumamos que en el resto de su vida no sufrió ni un solo rasguño. Pero ese no es el tema. Ya habrá tiempo de hacer mi humilde valoración personal de Fidel Castro.
El tema es que sus acciones provocaron decenas de miles de muertos, en los que la peor parte la llevaban los combatientes o revolucionarios urbanos, ya que en la tranquilidad de sus montañas, comiendo puerco asado con malanga, de lo que se jactaba, y fumando incesantemente buenos habanos, no había mucho peligro. Tampoco le importó orientar los criminales atentados mediante bombas en cines, cabarets, restaurantes y tiendas que hicieron del país un verdadero caos.
A lo mejor Fidel Castro esperaba que Batista le entregara mansamente el poder o se quedara de brazos cruzados. Fidel Castro no se quedó de brazos cruzados cuando alguien disentía de su forma de pensar, y peor cuando trataban de derrocarlo por las armas. Y tengo buen ejemplo de ello con lo que le pasó a mi padre, que equivocadamente luchó con el ejército rebelde.
Simplemente la violencia que el creó generó más violencia. Pero la historia la escribe el que gana y mediante su aparato centralizado de propaganda ha hecho creer que todo es obra del imperialismo.
Sobre la unidad entre la violencia y la revolución se cuestiona si los principios de su justificación son morales, legales o políticos. Al revolucionario no le interesan ni la moral ni lo legal, lo que sirve para la revolución es el criterio político y aplicar la violencia solo se valora de inadecuada si amenaza a la propia organización. Por tanto alrededor de ella no hay ni ética ni política. Recordemos no solo la historia de la revolución cubana, sino también de los movimientos de independencia argelino y palestino, a su sicario Carlos el Chacal, a la OAS, en fin, ejemplos sobran, algunos de ellos inspirados en la política de terror creada por la revolución cubana.
Pero hay muchos revolucionarios que han renunciado a la violencia, no por razones morales, sino prácticas. Estudios dan a conocer que el 53% de los movimientos revolucionarios pacíficos triunfaron, mientras que solo el 26% de los violentos lo ha hecho. Y ello se explica porque el no empleo de la violencia tiene ventajas y es que con ella es más fácil conseguir simpatías, los regímenes atacados por oponentes pacíficos se sienten más propensos a negociar, y los compromisos y transiciones son más rápidos y efectivos.
Detrás de todo ello hay un pensamiento leninista y es que el hombre recuerda más fácilmente las barricadas y la muerte que las mesas redondas o los debates.
En Cuba había un ejército entrenado, armado y asesorado por Estados Unidos. Esto se ha repetido hasta la saciedad, pero en realidad el ejército era muy mal retribuido, nada profesional y la mayoría de los que componían sus filas estaban allí porque no tenían de qué vivir o no tenían preparación u oficio para conseguir algún trabajo, o simplemente porque la vida militar, aunque te juegues la vida, se sobrelleva sin trabajar.
Yo recuerdo que en la librería y encuadernación donde trabajaba, había un muchacho un poco mayor que yo, de unos 20 años, que estaba deseoso de ser piloto, e ingresó al ejército donde le habían hecho la promesa de prepararlo en la aviación y sin embargo lo mandaron a la Sierra Maestra a combatir a las fuerzas rebeldes. Por supuesto que él y otros que estaban en su misma situación desertaron y se entregaron al ejército rebelde. Estuvieron presos, pero después los soltaron, pero sobre ellos siempre pesó la acusación de que habían sido “casquitos” que era como se les llamaba a los miembros del ejército del gobierno de Batista. Es por ello que en la primera oportunidad, Jesús, que no cumplió su sueño y por ello vivió una pesadilla, se fue del país, porque sabía que allí no tendría futuro, y mucho menos hacerse piloto.
La situación se hizo tan tensa e insostenible, que todos ansiamos que la insurrección triunfara porque pensamos que la Revolución nos iba a cambiar la vida, que iba a cesar la violencia (provocada por los mismos revolucionarios con sus prácticas terroristas), que habría mayores oportunidades de trabajo, que la economía, a partir de ser Cuba un país con bastante grado de desarrollo, muy cercano a los Estados Unidos, y que contaría con estabilidad política, tendría una desempeño favorable y una mejor vida para todos a partir del incremento de las inversiones asociado a la tan ansiada paz social.
Todos pensamos que el país se iba a transformar, y se transformó, pero no en la forma que todos queríamos, sino al capricho del líder en que habíamos confiado. Desgraciadamente, la mayoría de los cubanos no avizoramos que las transformaciones tenían como principal objetivo el crear un gobierno dictatorial, de poder absoluto como no se había visto nunca antesen Cuba, que sería el único medio de los medios de producción, de los medios de difusión y que configuraría nuestras mentes, a partir de censuras de todo tipo, como pensadores de una sola versión, no dejando el menor resquicio al discernimiento personal y mucho menos a la disensión.
Quien iba a decir que aquello que habíamos oído decir o leído de los regímenes comunistas, que en más de una ocasión hasta nos parecieron exagerados, iba a ser el día a día del cubano, no a través de la imposición de una cortina de hierro, sino una cortina de caña o de bagazo. Yo recuerdo que en un concurso de ortografía entre las escuelas pertenecientes a la Sociedad Económica de Amigos del País, yo, representando a la Escuela Redención gané ese concurso, y me hicieron una gran cantidad de regalos, pero entre ellos uno que me impactó. Entre los cómics o muñequitos que más me gustaban estaba el Halcón Negro, que tenían una lucha incesante contra el mal, desde los nazis hasta los comunistas. Pero este regalo que me impactó era una especie de cuento ilustrado donde unos hombres luchaban contra la ocupación soviética en Lituania o Letonia, no recuerdo bien, y hablaban de la vida en ese país, la represión, la prohibición de leer libros, oir estaciones de radio o escuchar música que no fueran las autorizadas por el régimen. Finalmente abandonan el país en un bote y buscan la libertad en Suecia.
Aquello me pareció exagerado, pero como ya estaba acostumbrado a fantasías tales como la lucha de los Halcones contra el monstruo alado, el tiburón asesino, la rueda de fuego, el trineo aéreo, la rueda destructora o las hormigas robot. No sabía que lo único real era lo que narraba la esclavitud soviética.
Fidel y la caravana ¿de la libertad?). Empezó con un show y terminó con otro
Al final de la Segunda Guerra Mundial, se efectuaron una serie de desfiles conmemorativos en varios países, entre los que se destacaron los siguientes.
El Desfile de la Victoria de Londres del 8 de junio de 1946 fue un desfile militar celebrado por las Fuerzas Armadas Británicas (junto con representantes de ejércitos aliados de Bélgica, Reino de Grecia, Francia, Países Bajos y Estados Unidos entre otros) tras la victoria aliada sobre la Alemania nazi y Japón en la Segunda Guerra Mundial.
Asimismo, el 12 de enero de 1946, tuvo lugar en Nueva York un desfile de la victoria que contó con la participación de 13.000 oficiales y soldados. El 24 de junio de 1945, tuvo lugar el Desfile de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú. Al final del mismo, unos 200 veteranos marcharon acarreando del revés banderas militares nazis y las arrojaron en montones al pie del mausoleo de Lenin. Ha pasado a ser uno de los momentos más conocidos de los desfiles de la Plaza Roja.
Todos estos históricos desfiles, después de una cruenta guerra que costó cerca de 70 millones de vidas, fueron imitados por la llamada caravana de la libertad. Fidel Castro en su afán de protagonismo, creaba un espectáculo para lo que no había razón.
Cuando Fidel Castro murió, su despedida fue algo parecido, pero en sentido contrario a su caravana triunfante hacia la capital en enero de 1959. En ese tiempo que medió entre su toma del poder y su muerte, tuvo la triste tarea de destruir a un país, su economía, sus instituciones, su ética y sus valores. Pero con la caravana, llamada de “la libertad”, muy pocos tuvieron vista para mirar con atención lo que se avecinaba, el show del momento era la caravana.
El 2 de enero parte la Caravana rumbo a La Habana desde Santiago de Cuba. Finalmente se desviaría para cubrir totalmente al país, como parte de una especie de campaña electoral sin elecciones y sin rivales electorales.
Curiosamente, Fidel Castro en su parada en Camagüey, en la Plaza de la Caridad dice:
“Cuando hoy atravesaba las calles de esta ciudad parecía que todo era una alegría inmensa en los rostros, y yo pensaba detrás de cada rostro que se alegra, ¿cuántas preocupaciones habrá? ¿Cuántos de aquellos hombres y mujeres que caminan, que rebosan de júbilo, cuántos tendrán trabajo? ¿Cuántos tendrán un centavo en el bolsillo? ¿Cuántos tendrán la seguridad de que si se enferma su hijo o un hermano van a tener con qué comprarle una medicina? . Yo estoy seguro de que detrás de aquellos rostros de aquel hombre o mujer humilde, cuando pase el instante y vuelvan a su casa, volverán a su mente el cúmulo inmenso de preocupaciones de cada uno de ellos. La libertad no es todo. La libertad es la primera parte, es la libertad para empezar a tener el derecho a luchar.”
Toda esa palabrería de politiquero, dio al traste cuando lo primero que hizo fue suprimir las libertades, sobre todo el derecho a disentir de él, y si cumplió la promesa de dar trabajo a todos fue sobre la base de empleos mal remunerados que no eran necesarios sino para ganarse adeptos lo que lastró a una economía que cimentada en el barril sin fondo del subsidio soviético necesario para mantener un país comunista en el patio de los Estados Unidos. Y por supuesto el derecho a luchar desapareció, al igual que los derechos humanos, del vocabulario del cubano.
Después nos fuimos dando cuenta que la caravana de la libertad, fue su primer acto de lo que hoy se llamaría Reality Show, un espectáculo incesante con comparecencias ante la televisión o su aparición en cualquier cosa que le diera relevancia y oportunidad de demostrar que solamente él era capaz de comprender todo y saber de cualquier cosa más que los expertos, cosas que solamente un pueblo con el grado de estupidez del cubano de esos años fue capaz de creer.
Nunca olvido la llegada de Fidel Castro al campamento militar de Columbia, creo que toda la ciudad se volcó allí, excepto mi padre, que como expliqué no quería saber absolutamente nada de los rebeldes habiendo sido uno de ellos. Pero yo y un grupo de compañeros del trabajo nos dimos cita allí, y aunque no vimos nada por el gentío, más bien nos entretuvimos en andar entre los tanques, carros artillados, cañones y ver por dentro el mayor cuartel del país. Ahí se dedicó a ensalzar su hazaña, por la que no derramó una sola gota de sangre y el cierre fue digno de un acto de Hitler, todo un show que contó hasta con palomas que se posaron en su hombro, como símbolo de paz, que nunca fue, porque a él siempre lo rodeó la guerra y el conflicto.
Por supuesto, el pueblo enardecido, cegado e idiotizado, lo tomaron como una bendición de dios, un milagro que había traído la paz.
El presagio del destino de la Revolución y de Fidel con las palomas, de construir una sociedad culta, saludable, justa, libre y soberana se convirtió en todo lo opuesto. Cuba fue a partir de ese momento, un país con guerras internas incesantes y participante en aventuras bélicas en todas las partes del mundo que a él se le ocurriera, con el aporte de la sangre del pueblo, excepto la de los que detentaban el poder y sus familias.
El triunfo revolucionario era un anhelo de casi todos los cubanos, pero existían personas, como mi padre, que pensaban que ni Batista era el peor de todos, ni Fidel era el mesías que se auto titulaba.
Recuerdo que en los primeros meses del triunfo ninguno de los barbudos, salvo mi padre, ni se había afeitado ni pelado y estaban acosados por muchachitas a las que le regalaban recuerdos de la guerra de pan duro en la que participaron y que ellos comparaban con la segunda guerra mundial, o más cruenta. Balas, rosarios, medallas, pañuelos, cualquier cosa era un objeto de culto que se atesoraba para recordar el triunfo revolucionario.
Estábamos en un estado de ensoñación tal que no sabíamos lo que nos esperaba. Como siempre ocurre, los hombres nos olvidamos del pasado y no aprendemos de él.