Prisiones cubanas, otro escalón hacia el infierno
Ernesto Pérez Chang | CubanetSeis de la mañana y alguien golpea un trozo de hierro contra las rejas. El día comienza con el primero de tantos sobresaltos. Muchos no pudieron pegar un ojo en toda la noche ya porque están bajo amenaza de muerte, ya porque no soportan el hambre, el calor o el frío o quizás porque estuvieron animando a Rubén, un joven de 27 años que desde hace una semana lo arrebatan la tos y los vómitos debido a graves afecciones en las vías respiratorias y el tracto intestinal, consecuencia del SIDA.
Es un episodio “normal” que, todos lo saben, terminará con la muerte del muchacho pocos días después que lo trasladen a un hospital donde ya poco se podrá hacer. Por eso, aunque han clamado por el auxilio de los guardias, a quienes están obligados a llamar “combatientes”, nadie se ha llegado hasta la barraca, más bien un cuartón estrecho de apenas 25 metros cuadrados y mal ventilado, que sirve de celda a más de medio centenar de reclusos seropositivos que cumplen condenas por delitos de todo tipo.
Marcados por el crimen y la enfermedad, por los estigmas sociales y la ausencia de mecanismos oficiales eficientes donde, aún privados de la libertad como castigo, reclamar un trato digno de la condición humana, de estas personas apenas se escucha hablar ni siquiera entre susurros.
Es la única prisión de Santiago de Cuba para hombres diagnosticados con VIH-SIDA y según los testimonios de quienes han pasado por allí, es el mismísimo infierno en la tierra.
Para Hortelio García, quien ha estado en otros centros de detención similares, la de Santiago es “peor que cualquier otra prisión de Cuba”.
“Es como un campo de concentración. Los guardias te tratan como basura y hasta te amenazan con dejarte morir o te echan a pelear con otros presos y tienes que pagarles para que te dejen en paz (…). No hay una posta médica para que los que están muy mal tengan atención, los dejan tirados hasta que se mueren y después le inventan cualquier cosa a la familia. Yo he visto morir gente al lado mío, por falta de atención, gente que ha entrado bien y allí se han empeorado (…) por falta de comida, porque faltan medicinas, hay humedad, no hay higiene si te quejas es peor, se ensañan contigo y eso te afecta pero también a tu familia y eso es peor”, asegura Hortelio.
Lejos de Santiago de Cuba, en la isla también existen otras prisiones que parecieran disputarse la condición de “diabólicas”, con lo cual comenzaría a delinearse un patrón que, por reiterativo, pudiera definir un sistema penitenciario cubano reflejo de una sociedad y una economía en crisis.
Casi en el mismo centro de Sancti Spíritu está “Batalla de Ideas”, un centro penitenciario de mínima seguridad donde los reclusos cumplen condenas por delitos menores, no obstante, el trato que reciben de los guardias así como las condiciones en que transcurren sus vidas son similares a las que pudiera esperarse hacia peligrosos asesinos confesos.
“Fui por una condena de seis meses por un delito económico, un faltante que me encontraron en el almacén de las TRD donde trabajaba, pero me trataban como a un animal”, asegura Alberto Rodríguez, un joven de 24 años: “Nos sacaban a trabajar antes de las 7 de la mañana y nos regresaban al mediodía pero nos dejaban al sol hasta que estaba la comida como a las 2 de la tarde. Todos tirados en el patio donde no había ni una sombrita, y si llovía era mojándonos, empapados y así muchas veces teníamos que dormir, empapados, imagínate cómo estaba el catarro, las diarreas. El desayuno era un pedazo de pan duro y limonada a veces te daban huevo o sardina pero no siempre la comida era tan poca que cuando salíamos y los guardias se descuidaban, le pedíamos a la gente que nos regalaran un pedazo de pan, una guayaba, azúcar, cualquier cosa. Nos ponían a recoger basura, escombros, a chapear, a cortar árboles y pintar contenes (bordes de aceras) pero eran horas y horas y siempre había problemas con el cobro, no sé qué pasaba pero en seis meses solo cobré 20 pesos (menos de un dólar). Después de almuerzo trabajábamos como hasta las 7 de la tarde y después caíamos rendidos, sin bañarnos porque a veces no había ni agua en el baño y de seis duchas solo funcionaban dos, una letrina, dos lavaderos y todo eso para más de treinta hombres”, dice Alberto.
Aunque públicamente no se manejan cifras oficiales actualizadas y verificables de los últimos cinco años, algunos hablan de una sobrepoblación en las prisiones en Cuba que no ha ido acompañada de una mejoría en las condiciones.
Un trabajador de la prisión de San José de las Lajas, en la provincia Mayabeque, afirma que han tenido que trasladar reclusos hacia otras prisiones en Matanzas y Villa Clara por no haber espacio para asumir el aumento de población, así como mantener la alimentación y la atención médica especializada que, al ser deficiente, depende casi exclusivamente de la atención de los familiares, resultando una carga económica difícil de soportar para estos.
“En San José tenemos a todos los reclusos diagnosticados con VIH y SIDA no solo de La Habana y lo que antiguamente era Habana Campo, también hay casos de otras provincias. Tenemos albergues que estaban previstos para 20 o 30 internos y ahora viven allí más de cien, casi sin espacio para nada, lo cual genera conflictos entre los reclusos y algunos tienen sus características, son violentos y allí no existe distinción, todo el mundo está mezclado. Hay albergues que no tienen condiciones higiénicas mínimas. Problemas de techos, filtraciones, tupiciones en los baños, falta de agua y la solución ha sido el hacinamiento y el abandono. Los guardias tienen miedo a meterse en las peleas y resultar contagiados, por eso no se meten en nada, se hacen los que no ven o no saben y eso allá dentro es una verdadera olla a presión. Lo más que se hace es trasladar a algunos, reducirle la sentencia a otros para salir del problema, pero a los pocos meses vuelve lo mismo”, dice este empleado bajo condición de anonimato.
“No hay espacio y hay que comprarlo”, asegura el recluso Guillermo Triana, quien ha cumplido condena en el Combinado del Este, en La Habana, y en San José de las Lajas, en Mayabeque.
“Eso es muy normal. Llegas nuevo y tienes que comprar tu lugar si no tienes que dormir en el piso. Se lo compras al guardia o al jefe de la brigada que es otro preso igual que tú pero que está de acuerdo con los guardias, así que no puedes quejarte. Lo normal, antes, era que pagaras con cigarros pero ya ahora puedes pagar con dinero, con saldo de teléfono. Si quieres llamar por teléfono o tener un celular eso cuesta, solo tienes que pagarle al guardia, incluso puedes llamar desde un teléfono del guardia, le recargas el móvil o le das el dinero. En el Combinado (del Este) hay gente que tiene celular y hablan delante de los guardias y no pasa nada, gente que sale todos los fines de semana como si estuvieran en una beca porque pagan un certificado médico que les permite estar viernes, sábado y domingo en un hospital, así es mejor ver a la familia, son gente que están cumpliendo 10, 15 y hasta 30 años, o que los 14 de febrero o los 31 de diciembre hacen cenas con sus mujeres en el Pabellón, con vino, cerveza y no pasa nada”, asevera Guillermo y su testimonio solo torna aún más tenebrosa una realidad que solo conocen quienes la han experimentado en carne propia y que dista mucho de esa idea de bienestar generada desde el gobierno y que los medios de prensa ayudan a consolidar con el silencio.
Si bien es cierto que, en cualquier lugar del planeta, una prisión nunca es sinónimo de confort y que la totalidad de sus poblaciones están conformadas por personas a las que la ley ha juzgado como criminales, también lo es que el castigo impuesto ha de cumplirse dentro de un marco civilizado donde se garanticen los derechos humanos más esenciales, de modo que las condiciones y el funcionamiento de las prisiones dicen mucho sobre la calidad de las sociedades y de los sistemas políticos donde están emplazadas.