Camagüey es una de las regiones más reverenciadas de esta isla; pudieron ser la fertilidad de sus tierras o las, en otros tiempos, bondades de su ganadería, las razones que propiciaron tales admiraciones. Camagüey fue testigo de ilustres nacimientos. Allí vieron la luz; Ignacio Agramonte, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Fidelio Ponce, Severo Sarduy.
Camagüey, que miró el origen de “Espejo de paciencia”, la primera de entre las obras literarias escritas en Cuba, es considerada la zona lingüística más conservadora del país, el sitio donde menos variaciones fonéticas se producen. Sus habitantes no eliminan al hablar, como sucede en casi todo el resto de la ínsula, la consonante al final de la sílaba, ni pronuncian “pakke” en lugar de parque, pero algo ensucia, tristemente, su historia…
Aunque no fuera por decisión de sus habitantes, 69 años después de la reconcentración comandada por el militar español Valeriano Weyler, Camagüey sería testigo de otro doloroso capítulo en la historia cubana. Allí, al estilo Weyleriano, se crearon, ahora por orden del recién fundado Partido Comunista, las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), en noviembre de 1965. En más de cincuenta campamentos concentraron a homosexuales y religiosos, a quienes obligaron a realizar trabajos forzados, y recibieron idénticos castigos quienes tuvieron la “osadía” de querer abandonar el país, la “revolución”.
Algo se ha dicho de esa barbarie que ya cumplirá cincuenta y tres años y de la que todavía quedan testigos, aunque el discurso oficial jamás los mencione ni decida pedirles perdón. “El trabajo hace libre”, así se lee aún en Auschwitz, y lo mismo creyeron los comunistas cubanos cuando encerraron a sus coterráneos en esos camagüeyanos campos de concentración, suponiendo que el castigo los alejaría del “pecado”, curiosa conexión entre nazis y comunistas.
La disposición fue despótica, lo que sin dudas pretendían, pero nunca imaginaron los verdugos que, al menos en algo, esos vínculos resultarían “liberadores”. Y no dudo que esta afirmación parezca desmedida, que lo es, pero solo en apariencia. Injusto fue el trabajo forzado y también el aislamiento, pero algunas pequeñas “ventajas” trajeron aquellas concentraciones, y con las que no contaron los represores.
Con el aislamiento, y al peor estilo nazi, los comunistas pretendieron depurar; con la reclusión creyeron que saneaban, que creaban, de la noche a la mañana, un “hombre nuevo” alejado de “vicios” que impedían ser parte una “sociedad nueva”. Advirtieron, con exaltados discursos, que la “lacra” no tendría espacio, y que, de la noche a la mañana podrían “masculinizarlos”.
Entonces juntaron el “vicio”, su peor error. El vínculo forzado con sus iguales los hizo, en algo, sentirse más libres. Quizá esta afirmación parezca desmedida, pero propongo imaginar uno de esos campamentos en medio de la vasta llanura camagüeyana, pensemos en un albergue repleto de homosexuales y con las puertas cerradas.
Imaginemos a unos hijos alejados de la mirada represora de los padres. Pensemos en muchachos educados en una fe cristiana que reprimió sus “desviados” instintos. Supongamos a jóvenes alejados de la “vigilancia del CDR”, y también a guardias y oficiales alertados, pero también separados de la casa, de sus novias, de sus esposas e hijos. Imaginemos, en la piel de todos, los deseos.
No son pocos los testimonios que escuché hasta hoy de algunos de aquellos reconcentrados, todos coincidían en el terror que los asistió cuando fueron obligados a montar en el vagón de un tren atestado de sus mismos “amaneramientos”, repletos de “plumas” los camiones. Los represores nunca pensaron que tanta semejanza despertaría complicidades, cierta liberación. Si ya estaban castigados lo mejor sería sobrevivir.
Hace unos meses propuse recoger algunas de estas historias y la idea fue bien acogida. Un amigo, con quien trabajé hace años en el Instituto Cubano del Libro, y que estuvo recluido en aquellas “unidades” propiciaría el encuentro, los testimonios. El entusiasmo me hizo pensar el espanto del “gobierno revolucionario” ante las denuncias, que está vez serían los menos visibles, aquellos que no hablaron en “Conducta impropia”.
Pensé en “Florecita” contándose ella misma, sus deseos, recordando aquel día de su cumpleaños, cuando sus compañeros de infortunio llenaron de flores su camastro, y le preguntaron si le gustaba más la rosa que el clavel, para que ella respondiera sin dudar: “¿A mí? ¡A mí la p…!”, para llorar luego “agradecida”.
No pude conseguir de Florecita el testimonio. Aquel amigo, quien sufrió dos años completos en uno de aquellos “gulags” sintió miedo cuando supo que cada testimonio se haría visible en CubaNet y soltó un no rotundo. ¿Temía realmente a CubaNet? ¡Temía al gobierno que CubaNet denuncia! Y me quedé sin los testimonios de “Elena y Moraima”, aquellos muchachos inseparables. Yo pretendía que contaran de aquella jornada cuando, por castigo, los separaron en el campo de caña, para que rindieran más. Aquel día en el que Elena clamó por su amiga y altísimo chilló: ¡Moraimaaa!
Nadie como Moraima para explicar la furia del guardia tras el chillido. “¿Coño, quién gritó Moraima?”, a lo que la aludida respondió precisa, y contoneándose: “¡Elena!”. Sin dudas la “revolución los castigó pero siguieron cumpliendo sus deseos, sus esencias, como “Dolores Rondón”, camagüeyana y mulata como la “original”, quien cada noche fue “cuadrúpeda” para recibir las ofrendas que ofreció aquel guardia a quien alejaron de su mujer y de sus hijos para cumplir con su “deber revolucionario”.
Ya pasaron cincuenta y tres años de la creación de las UMAP, pero el miedo persigue a quienes allí estuvieron. El gobierno sigue siendo el mismo; “hombres de su tiempo”, como dijera Mariela Castro. ¿De qué tiempo? ¿Del dolor, del miedo al castigo? Aquellos hombres, de su tiempo, castigaron, reprimieron, obligaron al sol y al machete, al escarnio.
El olvido, ese que resulta voluntario, selectivo, ese que aparece tras el miedo, hace que perdamos cada huella del desastre y desaparezca la memoria, esa que deberá mantener vivos los acontecimientos de ese pasado reciente, latente aún, aunque tengamos la certeza de que en este país es esencial el olvido para mantener la vida y su integridad.
Importante es que chillen “Elena y Moraima, Florecita y Dolores Rondón”, que chillen mientras les quede vida, y que exijan a la memoria para que la verdad no perezca. El olvido y el miedo legitiman, y eso lo sabe bien aquel que reconoció el pánico a la hora de dar su testimonio a CubaNet, aunque a ratos reviva aquellos días de terror o se mire parado detrás de una ventana, cuando se suponía en la pantalla del televisor, cuando se creyera Consuelo Vidal, y con miles de ojos encima, anunciando el jabón “Rina”.
“Piensen que esto ha sucedido, recomendó Primo Levi en su Trilogía de Auschwitz: … Al estar en casa,/ al ir por la calle,/ Al acostarse, al levantarse;/ Repítanla a sus hijos”/. Es importante que no nos agote el miedo, que no se olvide el genocidio nazi. Recordemos la reconcentración de Weyler, las UMAP, esa moderna reconcentración que propiciaron los comunistas cubanos.
JORGE ÁNGEL PÉREZ