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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 14/07/2018 14:05 |
REINALDO ARENAS:
“CUBA SERÁ LIBRE, YO YA LO SOY”
Homosexual, opositor a Castro y brillante escritor, Reinaldo Arenas ejemplificó con su vida el destino nato del creador que se sobrepone a todos los obstáculos para dejar una obra intensa, terriblemente humana y bella.
Nació un 16 de Julio de 1943 Holguín, Cuba
QUÉ MUNDO TUVO QUE VIVIR
ENTREVISTA CON REINALDO ARENAS Por Perla RozencvaigLo radicalmente opuesto a los comunistas de lujo (como Carpentier o García Márquez, “gente a veces brillante que trafica elegantemente con la carroña, pero a distancia”) fueron aquellos que como pudieron salieron por el puerto de Mariel, Reinaldo Arenas entre ellos. Ángel Rama y Emmanuel Carballo, ambos clandestinamente, habían sacado de Cuba en los años sesenta sus primeros manuscritos: Rama publicó en Uruguay Con los ojos cerrados y Carballo en México El mundo alucinante. Sólo pudo ver Reinaldo Arenas publicada en la isla Celestino antes del alba. En Nueva York, donde se instaló, escribió media docena de libros, innumerables artículos políticos, poemas y breves piezas para teatro. Reinaldo Arenas murió hace un año en el exilio. Se ha dicho que a diferencia de lo que ocurrió en la Unión Soviética y en la Europa secuestrada, en Cuba no se ha dado la disidencia heroica. Reinaldo Arenas desmiente ese equívoco. En sus artículo políticos y sus manifiestos anticastristas (reunidos en Necesidad de libertad, Editorial Kosmos, 1986), pero principalmente en sus novelas y cuentos optó siempre por una libertad espontánea y vital. En Cuba lo encerraron por ejercer su libertad sexual, le robaron cuantas veces pudieron sus manuscritos, lo obligaron, por acoso, a salir por Mariel. Salió de Cuba pero se quedó en Cuba, padeció en Nueva York la fiebre del exilio, la obsesión de recobrar, por la escritura, lo perdido. Huyó del infierno cubano para caer en otro infierno (“El infierno es esa sensación de no poder hacer nada. El estancamiento…”, le dijo a Nedda G. de Anbalt en una entrevista recogida en Rojo y naranja sobre rojo,
La entrevista que ahora publicamos la concedió Reinaldo Arenas, pese a su precaria salud, pocos días antes de su muerte. Él sabía que aparecería póstumamente. Hacemos votos por poder ver muy pronto el retorno a su país de más de un millón de exiliados cubanos, pues parece que el invierno del patriarca está llegando a su fin.
Perla Rozencvaig: Reinaldo, hace diez años habías llegado de Cuba. Se te consideraba ya entonces una de las voces más interesantes de la nueva narrativa hispanoamericana por tus cuentos y novelas escritas en los 60 y 70. A esa producción hay que añadirle ahora varias novelas escritas o reescritas en Nueva York, un número impresionante de artículos de contenido político, obras de teatro, tu libro de poemas Libertad de vivir manifestándose y acaba de publicarse Viaje a La Habana ¿Qué ha significado para ti vivir en Nueva York?
Reinaldo Arenas (RA): En Nueva York he podido casi terminar un ciclo narrativo que desde que tenía 18 años en Cuba soñaba con realizar. Sabía que allí era muy difícil debido a la censura, que no sólo impedía que se publicase la obra, sino que hacía casi imposible encontrar un lugar donde guardar el manuscrito; y a la falta de estímulo para trabajar en esas circunstancias. Cuando salí de Cuba sólo había publicado tres libros, El palacio de las blanquísimas mofetas, cuya publicación coincidió con mi salida del país, Celestino antes del alba, el único publicado en Cuba y El mundo alucinante que se publicó en México.
PR: También tu volumen de cuentos Con los ojos cerrados había sido publicado en Uruguay.
RA: Tienes razón y vale recordar que aquí escribí otro cuento, Termina el desfile que sirve de título a la reedición de ese libro. Pero volviendo a tu pregunta inicial, te diría que aquí he realizado lo que podríamos llamar, cayendo quizás en la cursilería, mi principal afán literario: terminar un ciclo de cinco novelas que abarca la realidad cubana desde una época anterior a la revolución hasta el final del castrismo, ya en un mundo verdaderamente alucinante donde la represión y la lucha por la libertad se entrelazan.
PR: En El color del verano hay varios personajes importantes, pero ¿dirías tú que la Tétrica Mofeta, ese escritor que se oculta detrás de distintas máscaras, es el que mejor sirve de enlace entre esta novela y las anteriores?
RA: Hasta cierto punto sí porque la Tétrica Mofeta es un personaje que se transforma o se prolonga en varios personajes. La Tétrica Mofeta es un homosexual que vive en Cuba y es víctima de todo tipo de persecuciones; no obstante, intenta escribir una novela que el gobierno confisca para destruir. Este personaje tiene un doble en Estados Unidos, Gabriel un campesino que acaba de regresar de un viaje a la Habana, donde se quedó su madre. La Tétrica Mofeta se transforma también en un personaje que escribe incesantemente cartas a Cuba. Esos tres personajes al final de la novela se vuelven uno solo.
PR: ¿Te parece válido establecer relaciones entre El color del verano y la Sodoma y Gomorra de Proust?
RA: Sí, salvando las distancias entre Proust y yo, ya que él fue un gran escritor y yo soy un ser casi desconocido. Creo que es válido en el sentido de que Proust quiere darnos la visión de un universo a través de un personaje que no llega a decir su verdad autobiográfica. Proust no se presenta en la novela como un personaje homosexual, sino como un conquistador de mujeres, el mundo de Sodoma se lo reserva a otros personajes. El error de alguna gente es pensar que en Sodoma y Gomorra el personaje de Proust es homosexual. El autor lo sería, pero no el personaje. Yo, por el contrario, siempre he sido muy irreverente, y hasta la última hora lo seré.
PR: Háblame un poco de tu participación en el documental titulado Habana.
RA: Bueno, estaba yo en París para la presentación de La Loma del Ángel en su versión francesa, cuando me encontré con la cineasta checoslovaca Jana Bokova, exiliada desde hacía 20 años, quien me dijo que iba a ir a Cuba a hacer una película.
PR: La película se concentra en mostrar la tremenda pobreza en la que viven los que supuestamente se han beneficiado con la revolución.
RA: Yo les dije a dónde debían ir. Quería que no se dejaran engañar y que vieran los solares, que hablaran con algunos cubanos, sobre todo de raza negra, para que ellos mismos les mostraran sus condiciones de vida. Así lo hicieron y utilizaron material literario, fragmentos de mis cuentos y de la obra de autores cubanos.
PR: ¿Al escribir te diriges conscientemente a un tipo de lector en especial?
RA: Primeramente me dirijo a un solo lector, que soy yo mismo. Leo los textos y si no me gustan los rompo. Ese lector, yo mismo, luego se desdobla en otro y así sucesivamente hasta adquirir un carácter infinito. Toda obra es un acto de complicidad entre uno y el lector. Los lectores asimilan lo que pueden o quieren; por lo tanto el libro es un objeto cambiante. Es lo interesante, lo que hace que una obra de arte sea inagotable. Cada lector inventa su propia novela. Uno le da una serie de símbolos, señales, penas, esperanzas y terrores que después organiza según su sensibilidad.
PR: De cada uno de tus personajes yo guardo un recuerdo muy especial, pero de todos tus personajes tú resultas ser el más increíble.
RA: Gracias. Ese personaje lo he dejado en mis libros, que son el sentido de mi vida. Me siento muy feliz de haber podido terminar, o casi terminar, porque uno nunca termina, ni siquiera con la muerte, el ciclo literario que había trazado. Tal vez un probable lector de mi obra diga: Cuánto sufrió esta gente Qué mundo tuvieron que vivir. Cuánta piedad sentimos por ellos.
“Cuba será libre. Yo ya lo soy”. Con esta nota se despedía del mundo el novelista y poeta cubano Reinaldo Arenas antes de quitarse la vida. Era el 7 de diciembre de 1990, tenía 47 años y hacía tres que le habían diagnosticado Sida.
Perseguido en Cuba por su condición de intelectual y homosexual (por esto último estuvo encarcelado como “delincuente social”) a Reinaldo Arenas no le quedó otro camino que la disidencia. Y logró huir de la opresión, esto es, del régimen castrista, en 1980. Por aquel entonces ya hacía mucho tiempo que había conseguido el reconocimiento internacional dentro del género de literatura cubana fuera de Cuba . Falleció en Manhattan tras ingerir una combinación de píldoras y alcohol.
Perla Rozencvaig, reditada el 2 agosto, 2017
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'REINALDO ARENAS'
Cómo, pues, soportar nuestra ineludible, clara, condición de esclavos; el hecho de haber nacido en el cacareo cerrado de una isla, el pavoroso desamparo de una isla, la prisión-prisión-prisión que es una isla...¡Oh, la lectura del 'Granma'! Los visitantes oficiales, la demagogia del que dobla los micrófonos, las promesas de un futuro, no para hoy ni para mañana, la venganza en lugar de la razón, el odio y la pasión en vez de la inteligencia' Reinaldo Arenas, 'Otra vez el mar', Editorial Argos Vergara , 1982.
“REINALDO ARENAS ANTES DEL ALBA”
Por Carlos Olivares Baró
Leer a un autor como Reinaldo Arenas Fuentes (Aguas Claras, Holguín, Cuba, 16 de julio de 1943 – Nueva York, 7 de diciembre de 1990) es siempre un desafío. Penetrar su mundo poblado de significados múltiples que reverberan en ambientaciones desgarradoras, festivas y alucinantes es, sin duda, una de las experiencias más reveladoras para cualquier lector que se acerque con ojo crítico, a la narrativa cubana de los últimos sesenta años. Arenas es un escritor que exige complicidad: su retórica discursiva se proyecta a partir de una prosodia que grita la rabia y el desespero de toda una generación. Desde su primera novela Celestino antes del alba (1967) hasta la póstuma autobiografía novelada Antes que anochezca (1992), un prodigioso despliegue de mutaciones sígnicas ha inquietado y sorprendido a más de un lector.
El corpus de la narrativa cubana de los años 60 del siglo pasado, acorrala al joven narrador: el jurado del Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde del concurso anual de la UNEAC en el año 1965 no sabe qué hacer, frente a semejante furia prosística y le concede la primera mención por Celestino antes del alba: cualquiera que lea la novela premiada en esa convocatoria (Vivir en Candonga, de Ezequiel Vieta), notará la diferencias: mientras Arenas rompe con la estructura de la novela tradicional, el texto premiado no presenta un discurso narrativo novedoso: pronto los lectores lo olvidan.
Lo primero que sorprende en la arenga (prefiero usar este término en vez de discurso) de Reinaldo Arenas son los gestos. La actitud del autor se multiplica y se proyecta infinitamente: más que una disposición para contar una historia, la postura de Arenas opera sin agazapamiento sobre la tradición y estruja, incita y azuza una nueva manera, casi esperpéntica, en el idiolecto, para estructurar una curiosa red de sintagmas que deviene en una de las más irreverentes hablas de la narrativa latinoamericana de los últimos 50 años. Basta recordar el inicio de El mundo alucinante (primera mención del Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde de la UNEAC del año 1966; nunca publicada en Cuba y editada en México por Editorial Diógenes gracias a las gestiones de Emmanuel Carballo, en 1969) para darnos cuenta que Arenas asume otro fraseo, otras inflexiones rítmicas: “Venimos del corojal. No venimos del corojal. Yo y las dos Josefas venimos del corojal. Vengo solo del corojal y ya casi se está haciendo de noche. Aquí se hace de noche antes de que amanezca. En todo Monterrey pasa así: se levanta uno y cuando viene a ver ya está oscureciendo. Por eso lo mejor es no levantarse”.
Si en Celestino… la voz del niño-narrador se convertía en un habla mítica deformadora de la realidad, en El mundo alucinante, Fray Servando-niño es, desde la iridiscencia discursiva que propone el autor, una especie de palpitación sinuosa que se descubre por la singular modulación acompasada y por las ambigüedades de la alocución en azagaya. Estas intensidades inflexivas se van a repetir con frecuencia en las novelas del cubano. En El palacio de las blanquísimas mofetas (1980) leemos: “La muerte está ahí en el patio, jugando con el aro de una bicicleta. En un tiempo esa bicicleta fue mía. En un tiempo eso que ahora no es más que un aro sin llanta fue una bicicleta nueva”.
El recurso de la letanía no es más que una “intromisión” de la forma de la expresión en los dominios de la forma del contenido. La algarabía, el grito y la movilidad son los reversos simbólicos que reiteran las posibles marcas semánticas: florecimiento de múltiples semas insertados en infinitas redes de unidades culturales: “Y no puedes llorar. Y no puedes clamar. Y no poder aullar. Y no poder rezar. Y no poder palpar. Y no poder confiar. Y no poder renunciar. Y no poder fundirnos en un abrazo de furia, y perecer” (El Palacio de las blanquísimas mofetas).
Repeticiones que configuran una retórica de lo agónico y un viaje al centro del lenguaje como posible salvación. Arenas, lector de Isidore Ducasse, Huidobro, Mallarmé, Cortázar y Lezama, lo sabe e insiste en ello. El Canto VII de Altazorno basta: si el poema “es una cosa que nunca es, pero que debería ser”, para el autor de Necesidad de libertad la novela es una cosa que será y que puede ser.
A través de paradojas estilísticas y temáticas aparece, en varios de sus libros, el personaje de la Madre. Invención obsesiva y, más que todo, recreación que nace en las orillas del desamparo y de la ironía. Si en Celestino antes del alba la madre es dominante y cariñosa, en El palacio de las blanquísimas mofetas, ésta es relatada como la provocadora de pensamientos incestuosos perturbadores desde una erótica que se hace progresiva en la novela. Fortunato, el protagonista, hijo sin padre, y Onérica, la madre, una especie de símbolo que se asoma como objeto del deseo en la masturbación del hijo: la madre es el sueño y también un sentimiento de pérdida, de frustración, de angustia e incluso de terror.
Planteamiento muy singular de los mecanismos que mueven los sentimientos antagónicos de amor y odio. Madre amorosa, asimismo, madre odiada. Es, precisamente, en Celestino antes del alba donde se hace evidente esta contraposición: la madre es araña devoradora, culebra y también pájaro gigantesco, tierno y amenazador: “creo que voy a tener que matarte”, dice este espectro volador al hijo en uno de los cuentos de Termina el desfile.
Fantasías zoomórficas que son, más que todo, irradiaciones del deseo infantil en el afán de destruir los objetos eróticos que impiden la posesión de la Madre, y, a la vez, un reflejo del temor por el abandono: los niños, o el personaje niño, en la obra de Arenas, siempre están situados en los extremos del desamparo: sueñan huyendo, más que todo, por orfandad y por falta de cariño/ternura.
En el relato breve “El hijo y la madre”, uno de los textos de Arenas más intensos desde la perspectiva de la relación Madre-Hijo y de la configuración del personaje de la Madre, un hijo espera a un amigo, la madre prepara la comida. Ambos viven asfixiados en un pequeño apartamento. La vista del amigo es un atrevimiento. La madre da “salticos como un ratón mojado”.
Arenas construye una atmósfera claustrofóbica y desesperante, el tiempo se multiplica y se anula en vértigos y relampagueos.
La espera del amigo es una intromisión. La madre está muerta, pero su fantasma deambula por la habitación. Llega el amigo y la presencia de la madre es de acoso, aparece caminando por un costado del cielo. Retrato certero de la relación madre-hijo. Incesto, homosexualidad, represión y condena en elocuencia y tino sorprendentes.
Es, sin embargo, en el texto “Adiós a mamá” donde Arenas apunta sus armas y —retomando algunos elementos de “La vieja Rosa” y “El hijo y la madre”—, construye uno de los relatos más profundamente trágicos, irónicos y profanadores de la narrativa cubana. Si en “El hijo y la madre” el personaje de la Madre es presencia fantasmal, en “Adiós a mamá” el cadáver de la madre es presencia nauseabunda que provoca la catarsis; el hijo huye (“Deseoso es aquel que huye de la madre”: Lezama) y se va al mar. El sacrificio de las hermanas no es compartido por él, y lo mejor es huir. La revolución de 1959 se levanta y se configura no sobre un padre muerto, sino en torno a un salvador que llega de las montañas; primero hijo que después se asume a sí mismo como padre redentor y representante de su revolución (Madre). Hijo y hacedor de la revolución y padre redentor/líder.
Incesto y represión. El cuento de Arenas es sugerente y certero.
Reinaldo Arenas pudo publicar en su país un solo libro, Celestino antes del alba, que por estos días cumple 50 años de su aparición: ‘novela campesina’, como apunta Antón Arrufat, que constituye uno de los legajos literarios más axiomáticos de la narrativa cubana del siglo XX. Se ha reeditado muchas veces: el mejor tributo al autor de El portero es leerla. Lo demás es, quizás, una de las crónicas más terribles y tristes de la historia de la literatura cubana: Arenas anduvo de cárcel en cárcel: su delito ser escritor y homosexual. Sus irreverencias: miradas cómplices desde los arquetipos, incidentes procaces, cruces fantasmagóricos, divertimentos y transgresiones lo condenaron para siempre en Cuba. Su desenfado fue siempre una bofetada frente a tanta hipocresía y simulación. Su valentía una preocupación constante para el régimen de Castro. Los lectores cubanos pronto le harán justicia. Sus textos, legado de todos los terrores posibles y de toda la congoja que agobia al hombre desde siempre.
ACERCA DEL AUTOR:
Carlos Olivares Baró es columnista fundador de La Razón. Ha publicado la novela La Orfandad del Esplendor y el libro de textos periodísticos Un Sintagma por Aquí, un Estribillo por Allá. Profesor universitario y conferencista de música y literatura en varias instituciones culturales de México. Sus textos han aparecido en publicaciones de España, Cuba, Puerto Rico y México. Publica en este diario semanalmente las columnas de reseñas y comentarios de discos y libros, El Convite y Las Claves.
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REINALDO ARENAS Y LOS CAMINOS DE MARIEL
Arenas era un escritor desenfrenado y gay, alguien que pretendió vivir con la misma intensidad con la que escribía. La segregación y el constante temor a la delación por su conducta sexual excesiva hicieron que su prematuro fervor revolucionario se fuese apagando, tornándose en desencanto y resentimiento.
“CUBA SERÁ LIBRE; YO YA LO SOY”
Por Rafael Ojeda Mariel es un poblado de Cuba, ubicado en la bahía del mismo nombre en la Habana. En 1980 miles de Cubanos inconformes con el régimen revolucionario de la isla protagonizaron la famosa fuga del puerto de Mariel hacia los Estados Unidos. A estos se les llamó «marielitos». Los marielitos eran los indeseables del régimen de Fidel Castro, un nutrido grupo de disidentes, criminales y homosexuales a los que les fue facilitada su huida de Cuba, a modo de depuración de lacras sociales, de purificación de la patria.
Reinaldo Arenas nació en un hogar campesino de Holguín, pueblo rural del interior de Cuba, en 1943, nunca conoció a su padre. Durante el gobierno de Batista su familia sufrió la pobreza y marginación de un sistema injusto. Tenia 15 años cuando el 1 de enero de 1959 triunfó la revolución que animaba sus ansias juveniles, al poco tiempo se unió a ella en las sierras de Gibara. Más tarde en la Habana estudió en la universidad y trabajó en la Biblioteca Nacional. Su vida se desarrollaba dentro de los márgenes de la normalidad de quien trabaja al servicio de la revolución y se identifica con sus ideales de libertad y justicia. Pero poco a poco fue notando que ese sistema no lo aceptaba y desconfiaba de él por ser diferente, por ello fue perseguido y encarcelado.
El escritor desencantado Arenas era un escritor desenfrenado y homosexual, alguien que pretendió vivir con la misma intensidad con la que escribía. La segregación y el constante temor a la delación por su conducta sexual excesiva hicieron que su prematuro fervor revolucionario se fuese apagando, tornándose en desencanto y resentimiento.
Cuando fugó como marielito sólo había publicado dos novelas. Celestino antes del alba, en 1967, novela que enarbola la imaginación como posibilidad efectiva de escapar de una realidad opresora, en la que un niño que habita en la miseria se enfrenta a ella inventándose un compañero imaginario, encarnación de todos sus deseos. Y El mundo alucinante, libro que, pese a estar ambientado en otra época, fue censurado en Cuba por contener pasajes contrarrevolucionarios. Este libro, tras ser sacado clandestinamente de la isla con la ayuda de unos amigos, fue publicado en Francia en 1968, y en España y México un año después. Pero nadie podía publicar sin la autorización de la Unión Nacional de Escritores y Artistas De Cuba (UNEAC), porque era un delito. Arenas lo había cometido lo cual agravará decisivamente su situación política, determinando que sea inscrito en la lista negra de sediciosos y contrarrevolucionarios.
El rápido éxito de dicho libro, tras su accidentada publicación, lo colocó entre los escritores de mayor interés de su generación. Plagado de elementos de realismo mágico, relata la vida novelada del histórico Fray Servando Teresa Mier, cura mexicano perseguido y acusado de hereje por difundir ideas hace mucho olvidadas, y que imbuido probablemente de ideas lascacianas, tomó partido por la causa indígena y sus deseos independentistas, lo cual le dio esa imagen de rebeldía mística que Arenas reconstruye.
La condena a la homosexualidad nunca fue política estatal en Cuba, sino fue reprimida bajo el título de «conducta impropia», y las personas que incurrían en ello eran confinadas en los Campos de la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP) cuyo objetivo era la readaptación sexual y social.
Virgilio Piñera, autor de Cuentos fríos y La carne de René, notable escritor cubano alguna vez celebrado por Borges, sufrió de estos encierros, su delito: ser diferente y tener una conducta sexual impropia. Por ello fue recluido obligado a trabajos degradantes en las peores condiciones, y aplastado por la maquinaria represora a tal punto que dejó de escribir.
Otra vez Mariel Una experiencia parecida inspiró a Arenas su novela Arturo, la estrella más brillante (1984), libro en el que narra los suplicios de un homosexual en un campo de reeducación cubano. En 1974 Reinaldo había sido encerrado en la prisión del Morro, lugar en el que permaneció un año y seis meses, tachado como corruptor, luego de que uno de sus jóvenes amantes lo acusará por maricón y abuso sexual.
Pero Arenas no se readaptó ni sucumbió. Y al sentirse más repudiado y agobiado por un sistema que lo excluía y despreciaba por ser homosexual, decidió huir. Dicen incluso que una de las embarcaciones en la que huyó se llamó Mariel Harbor. Tal vez por ello, después de instalarse en Miami, fundó una revista que llamó Mariel, pues pese a la fama de criminalidad que rodeó a dicha huida -entre supuestos delincuentes y demás indeseables- la palabra Mariel representó para él ese eterno deseo de evasión hacia la libertad.
«¿Qué libro abierto al azar me restituirá la fe en las palabras?... ¿Qué recogimiento exhalará el oscurecer y su complicidad me abarcará?»
Pero al trasladarse a Nueva York sus esperanzas se irán diluyendo ante la ficticia libertad del capitalismo, entre los desvalores de la miseria y la marginación que no desaparece y aumentará aún más cuando en 1987 -tenía sólo 42 años y mucho por escribir- se le diagnosticó sida. En su novela El portero (1989) da testimonio de ese Nueva York mezquino y cruel hasta la locura que le tocó vivir.
En el prólogo de su libro de poemas Voluntad de vivir manifestándose, de 1989, sintetiza su vida describiendo sus sucesivas estancias: «El envilecimiento de la miseria durante la tiranía de Batista, el envilecimiento del poder bajo el castrismo, el envilecimiento del dólar en el capitalismo- y como si esto fuera poco he habitado los últimos nueve años en la ciudad más populosa del mundo que ahora sucumbe ante la plaga más descomunal del siglo XX».
Marielito, inmigrante, contrarrevolucionario, anticapitalista, homosexual, infecto de sida, muchos motivos para ser perseguido y repudiado. La chica que quiero me decía en Nueva York, una ciudad en la que parece no haber heterosexuales -última ciudad de Arenas- estar out significa ser homosexual abiertamente reconocido. Reinaldo Arenas era un escritor out -como José Lezama Lima, autor de Paradiso, y de Virgilio Piñera Llera-, allí residía el origen de sus problemas porque ser homosexual y declararlo implica una suerte de ideología moral, es situarse al lado de los discriminados y segregados de todo tipo -racial, económico, etc.- pues implica una actitud contestataria, enfrentarse a una sociedad que no los acepta y los margina, donde algunos gay ocultos son privilegiados e incluso represores. Tal vez por ello en Londres un grupo integrado por homosexuales llamado Outrage se dedicaba a dar a conocer a homosexuales encubiertos, sobre todo parlamentarios, algo con lo que Arenas hubiese estado de acuerdo, pues su obra mayor detrás de lo desviado del sexo y su apasionado horror, son alegatos contra el poder y la opresión.
A 1980 pertenece El Palacio de la blanquísimas mofetas, a 1981 el libro de cuentos Termina el desfile y un año después sale a luz Otra vez el mar.
Alguna una vez afirmó que sólo había conocido el infierno; sensación que seguramente se agudizó ante la cercanía de la muerte, luego de que en su insaciable vida sexual, uno de sus eventuales amantes le contagiará el sida. Pero, pese a ello, no declinó y escribió frenético como un poseso en la cumbre de la desesperación, debía culminar el proyecto que lo desvelaba hacia mucho.
Antes que anochezca Al terrible libro de poemas Leprosorio (1990), se sumaron novelas escritas cuando los síntomas terminales de la enfermedad avanzaban -libros que serán de póstuma publicación. El color del verano de 1991, y su última novela, El asalto, además de su autobiografía iniciada cuando vivía prófugo en un bosque de Cuba, que tituló Antes que anochezca, porque la tuvo que escribir aprovechando al máximo la luz diurna, antes de que anocheciera. «Ahora la noche avanzaba nuevamente en forma más eminente. Era la noche de la muerte. Ahora si tenía que terminar mi autobiografía antes de que anocheciera. Lo tomé como un reto».
Antes que anochezca es un libro escalofriante que apareció en 1992 y opacó toda su obra anterior, incluyendo El mundo alucinante -el texto más importante que publicó mientras estuvo en vida. Se puede decir mucho de este libro, que en él se condensan violencia y erotismo, política y homosexualidad, el compromiso de vivir manifestándose y fornicando, pero siempre estaremos un poco lejos. Distantes del testimonio de un condenado a observar que la luz lo abandona gradualmente.
A él y a otros, como si esto fuera castigo, se le unirá más tarde otro desertor cubano, el escritor experimentalista Severo Sarduy, muerto víctima del sida en 1993, en Paris. Arenas nunca quiso mendigar la vida y por ello tras ponerle punto final a su colosal obra decidió huir de ese nuevo horror, ser un marielito nuevamente y el 7 de diciembre de 1990 se suicida en su departamento de Manhattan en Nueva York.
Es probable que en sus irrefrenables deseos de libertad y su profundo amor por el mar, Reinaldo Arenas creyera en la trascendencia del sexo, y ni después de muerto quiso estar quieto. Por ello en un fragmento de su autoepitafio escrito cuando ya había decidido su fin dice: «Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar / donde habrán de fluir constantemente /no ha perdido la costumbre de soñar:/ espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente». Es seguro que si él tuvo razón, donde esté, seguirá infectándose de voluptuoso amor.
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