DÍA DE MUERTOS - HALLOWEEN
El origen oculto de Halloween, el ritual prohibido de los druidas celtas que Roma reprimió por su brutalidad Ni calabazas, ni caramelos. Esta celebración tiene su origen en el Samagín, una festividad en la que se llevaban a cabo sacrificios humanos para adivinar el futuro y -según la tradición- el mundo de los vivos y los muertos quedaba irremediablemente conectado.
Ni caramelos, ni calabazas sonrientes, ni niños felices. Lo que a día de hoy llamamos Halloween no guarda ninguna relación con la fiesta en la que hunde sus raíces. Una celebración celta llamada Samhain o Samagín en la los druidas rendían culto al dios de la muerte a través de la barbarie y la crueldad. De hecho, tan brutal era aquel festejo que, cuando las legiones romanas llegaron a la antigua Britania, decidieron prohibir una buena parte de sus ritos.
Desde entonces, los retazos de aquella primitiva fiesta se han ido transformando a lo largo de los siglos. Tanto que, a día de hoy, existen decenas de versiones sobre lo que ocurría en el Samagín. Lo que sí está claro es que en aquella fiesta los druidas llevaban a cabo sacrificios humanos con el objetivo de adivinar el futuro. Algo que no resulta extraño atendiendo a lo que el mismo historiador Cornelio Tácito señaló en sus escritos: «Consultaban a los dioses en las palpitantes entrañas de los hombres».
A día de hoy, se desconoce el momento exacto en el que el Samagín empezó a celebrarse. Tan solo se sabe que tenía como protagonistas a los hechiceros britanos y que ya se practicaba antes de la conquista romana de las islas. La cual comenzó con Julio César en el año 55 a.C. y acabó de materializarse en el 43 con Claudio. Independientemente de la fecha concreta, todas las fuentes coinciden en que la fiesta giraba alrededor de los druidas, los sacerdotes del pueblo celta.
Pero los druidas eran únicamente los guardianes de las temibles deidades, sino que también eran los médicos del pueblo. Así lo afirma el divulgador histórico Manuel Velasco Laguna en «Breve historia de los celtas». Obra en la que explica que basaban sus rituales de curación en las plantas que recogían en el bosque. Por si fuera poco, también hacían las veces de cirujanos. «Los arqueólogos han encontrado herramientas muy similares a las usadas hoy en día con las que practicaban cesáreas y trepanaciones», completa el experto.
Al parecer, esta mezcla de hechiceros y líderes espirituales se encargaban primero de buscar la razón de la dolencia «detectando» las alteraciones a través de la piel para, posteriormente, solventar el problema expulsando -entre otras cosas- con conjuros a los demonios del interior del cuerpo. «Silicio nos habla del canto druídico curativo refiriéndose a él como una forma de apaciguar el alma y lograr que el enfermo se reestablezca de sus males», explica Pedro Palao en «El libro de los celtas».
Como pueblo que basaba una buena parte de su existencia en la naturaleza, los celtas daban una importancia suma a los ciclos estacionales. Para ellos, el año se dividía en dos grandes épocas: el invierno y el verano. La primera, asociada con la muerte; la segunda con la vida. Y, para conmemorar el paso de una a otra, celebraban dos fiestas en honor a los respectivos dioses a los que asociaban cada una de ellas. «Los celtas adoraban al dios sol (Belenus) especialmente en Beltane, el primero de mayo. Y adoraban a otro dios, Samagín, el dios de la muerte o de los muertos, el 31 de octubre», determinan los autores de «Facts on Halloween» en su obra.
De la segunda fiesta que se llevaba a cabo en honor de esta deidad es de la que proviene el actual Halloween. Según afirman la mayoría de las fuentes, el festival de Samagín duraba tres días y tres noches y en él se conmemoraba el «inicio de la estación muerta del año, en la cual campos y seres vivos dormían a la espera de la próxima primavera». Al menos, según lo eplica la doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis «Halloween, su proyección en la sociedad estadounidense».
Las creencias de los druidas afirmaban que, en la noche del 31 de octubre, Samagín convocaba a los muertos para que pasasen «al otro lado». Es decir, del mundo de los fallecidos, al de los vivos. Sin embargo, estos espíritus podían llegar al «más acá» de dos formas diferentes atendiendo a si habían sido «buenos» o «malos» durante los últimos meses.
Si el dios consideraba que no habían cumplido con sus deberes, hacía que se reencarnasen en animales tras el ocaso. Por el contrario, aquellos que habían obrado acorde a lo que quería la deidad eran libres de visitar a sus familiares con su forma humana y pasar unas horas en sus antiguos hogares antes de regresar al limbo.
Durante las celebraciones, los celtas practicaban varios rituales. Uno de los más básicos era apagar todos los fuegos que hubiese encendidos en las casas con dos objetivos. El primero era evitar que los espíritus errantes (los malvados) entrasen en las viviendas al considerarlas frías. El segundo, simbolizar la llegada de la estación «muerta» y oscura del año. De esta forma, los diferentes pueblos se quedaban totalmente a oscuras y solo eran iluminados por una cosa: las hogueras gigantescas que los druidas encendían en las colinas.
«Los druidas o clase sacerdotal celta encendían nuevos fuegos centrales en las colinas como símbolo del renacimiento de la Naturaleza y de la vida durante la noche de Samhain. En estos nuevos fuegos se quemaban principalmente ramas de roble, árbol sagrado para los celtas, y ofrendas de frutos, animales e incluso seres humanos. Al día siguiente en las cenizas y restos de huesos calcinados los druidas leían el futuro de la comunidad en el nuevo año que comenzaba», completa la doctora en historia en su obra.
Estas fogatas eran encendidas con todo tipo de objetos que los jóvenes reunían en los días previos a la celebración. ¿Cómo lo hacían? Mediante una tradición que se mantiene en la actualidad: pidiendo materiales de casa en casa para la gran hoguera.
Los fuegos eran un elemento central de la celebración, pues se creía que con ellos se lograba espantar a los espíritus malignos que, enfadados por haber sido castigados por el dios de la muerte, se dedicaban a hacer tretas a los vivos. «La gente se ponía grotescas máscaras y danzaba alrededor de la gran fogata pretendiendo que eran perseguidos por los malos espíritus», completan los autores ingleses.
CÓMO HALLOWEEN DERROTÓ A TODOS LOS SANTOS
Todas las fiestas importantes tienen a la vez un origen estacional y pagano —aunque casi siempre llega hasta nosotros a través de Roma— y una gran reinvención comercial contemporánea. Navidad es el ejemplo más claro. Todas las culturas del mundo celebran de alguna forma el solsticio de invierno, la noche más larga del año que abre el paso a días cada vez más largos en una clara victoria del sol frente a las fuerzas de la oscuridad. Los romanos lo llamaban Saturnales, nosotros Navidad. Algo parecido puede decirse de la noche de Todos los Santos o Halloween en el mundo anglosajón.
Samhain era una vieja tradición celta que, en la noche del 31 octubre al 1 de noviembre, conmemoraba el final de la temporada de cosechas y el principio del largo invierno en las regiones nórdicas. Como muestrauna apasionante exposición que puede verse actualmente en el British Museum de Londres, no existe una definición clara e inequívoca de lo que significa la cultura celta y se trata más bien de objetos artísticos asociados a diferentes pueblos del norte de Europa. Cuando Roma, donde también se celebraban fiestas relacionadas con el final de la temporada de cosechas y la llegada del otoño, entró en contacto con aquellos pueblos adoptó su conmemoración.
Recibió el nombre de Día de Todos los Santos y está dedicada a todos aquellos mártires que no tienen una fecha concreta en el calendario y, de paso, a todos los difuntos familiares. Halloween es una derivación de All Hallows' Eve que quiere decir precisamente víspera de Todos los Santos.
Sin embargo, en ese difuminado mundo celta, sobre todo en Irlanda, muchas viejas tradiciones paganas perduraban, como poner una luz dentro de un nabo para espantar a los espíritus basándose en una vieja leyenda. Allí las tradiciones católicas se mezclaban entre las brumas con historias mucho más antiguas. La hambruna de la patata provocó una emigración masiva de irlandeses a Estados Unidos en el siglo XIX y así cruzaron el Atlántico y se adaptaron aquellas antiguas tradiciones (el nabo se cambió por una calabaza, mucho más frecuente en tierras americanas).
Con el nacimiento del consumo masivo en Estados Unidos fue convirtiéndose en una fiesta cada vez más popular, con millonarias ventas de disfraces —ponerse máscaras procedía de las viejas tradiciones celtas y el objetivo era espantar a los diablos que llegaban con la larga noche que se avecinaba— y de caramelos —el famoso truco o trato, otra costumbre celta para mantener entretenidos a los espíritus malévolos con pequeños regalos.
La celebración del Día de los Muertos toma elementos de las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca donde los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra y que la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación.
El Día de Muertos es una de las fiestas más representativas de la cultura mexicana, declarada patrimonio inmaterial por la Unesco en 2003. Arranca el 31 de octubre (cuando regresan del más allá las almas de los niños), continúa el 1 de noviembre (el turno de los adultos) y concluye en la madrugada del 2 de noviembre, cuando los muertos se despiden de los vivos hasta el año siguiente. En Oaxaca, Morelia, Aguascalientes, Los Mochis, Cholula, Real de Catorce, Malinalco, Pátzcuaro, Mixquic o Cuetzalán, las calles se llenan del perfume y amarillo intenso del cempasúchil, la flor de los muertos, una variedad de camelia que se utiliza para adornar los altares de difuntos y las lápidas de los cementerios, a los que se acude con ánimo festivo y ofrendas de calaveras de azúcar, velas, flores, pan de muerto, papel de colores y cuencos con agua para las almas sedientas. Desde 2015, en Ciudad de México se celebra además un desfile multitudinario.
La Iglesia afirma que cuando una persona muere, ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación. Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios. A estas oraciones se les llama sufragios. Por lo tanto, el mejor sufragio que podemos hacer en el día de los Muertos es ofrecer la Santa Misa por los difuntos. La Iglesia con una visión más cercana y evangelizadora ha establecido que el día de los Muertos, promueve y fortalece las expresiones culturales y religiosas de nuestros pueblos que manifiestan una sincera búsqueda de Dios. El día de los Muertos es mucho más que una simple celebración de visitar la tumba de un ser querido, reunirse en familia y comer juntos. El día de los Muertos dentro de la creencia cristiana es lo que la Iglesia llama “diez natalis al día de la muerte del cristiano, día de su nacimiento para el cielo, donde ‘no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado’ (Ap 21,4); es la prolongación, en un modo nuevo, del acontecimiento de la vida.”
Por lo tanto, la celebración del día de los Muertos es celebrar la vida, es una verdadera fiesta a la vida y podemos colocar un altar dándole un sentido profundamente cristiano. Es el momento preciso para catequizar y evangelizar a los demás de nuestras tradiciones y evitar en caer en los peligros que pueden desviarnos de la fe católica.
Los símbolos cobran la fuerza de lo que representan y por eso, si contemplamos la imagen tétrica de una calavera, inmediatamente, nos abordará la idea del fin, de la conclusión final e inevitable o del peligro. El ser, despojado de la carne que le humanizó, pasa a ser recuerdo, pasado, se convierte en la calavera que evidencia lo efímero de nuestra presencia en este mundo. Y como las ideas necesitan de sus representaciones para hacerse valer, la presencia de la idea de la muerte la garantiza la imagen del cráneo pelado y huesudo. Pero, mira tú por dónde, la capacidad que tenemos de ironizar, la facultad de forzar la realidad hasta llegar a darle otra vuelta de tuerca y la posibilidad de usarla como instrumento para alejar lo que nos mortifica, se hace visible en México, la tierra donde, contra todo pronóstico, la calavera se convierte en la imagen que se mofa del temor más íntimo de hombres y mujeres, convirtiéndose así en una herramienta cotidiana que glorifica la vida. La Catrina, como se denomina en México a la calavera, se multiplica como ser prolífico por todos los rincones, habiéndose convertido desde hace tiempo en objeto de culto para diseñadores, sirviendo de modelo para pintores o motivo de ornamento predilecto para quienes esculpen figuras de porcelana, que luego se venden como adornos en las mueblerías y tiendas de decoración. Se ven por doquier esas insólitas imágenes de calaveras a las que se ha despojado, a golpe de color, de lo que pudieran tener de espeluznantes y que ahora lucen, divertidas, tanto en las camisetas que se venden en las tiendas de ropa o de souvenirs, como trazadas con tinta sobre la piel de jóvenes que se las tatúan queriendo hacerle un guiño burlón al destino irreparable.
El Día de Muertos es una de las fiestas más representativas de la cultura mexicana, declarada patrimonio inmaterial por la Unesco en 2003. Arranca el 31 de octubre (cuando regresan del más allá las almas de los niños), continúa el 1 de noviembre (el turno de los adultos) y concluye en la madrugada del 2 de noviembre, cuando los muertos se despiden de los vivos hasta el año siguiente. En Oaxaca, Morelia, Aguascalientes, Los Mochis, Cholula, Real de Catorce, Malinalco, Pátzcuaro, Mixquic o Cuetzalán, las calles se llenan del perfume y amarillo intenso del cempasúchil, la flor de los muertos, una variedad de camelia que se utiliza para adornar los altares de difuntos y las lápidas de los cementerios, a los que se acude con ánimo festivo y ofrendas de calaveras de azúcar, velas, flores, pan de muerto, papel de colores y cuencos con agua para las almas sedientas. Desde 2015, en Ciudad de México se celebra además un desfile multitudinario. Isidoro Merino
Su nombre surgió de la feminización de El Catrín, un personaje larguirucho, vestido de forma elegante con pantalón a rayas, con bombín y bastón, que era como se engalanaban los hombres de clase social alta a quienes gustaba presumir y exhibirse, mientras paseaban por las calles del centro histórico de la Ciudad de México. Nos hemos trasladado a la época de la presidencia de Porfirio Díaz, oscuros tiempos de cuando los militares mantenían las voluntades bajo su control. Era poco antes de que asomara el siglo XX con sus aires revolucionarios. Tan populares se hicieron los vanidosos señores que hasta su imagen llegó a formar parte de un juego de cartas muy popular en México al que se denominaba Lotería y cuyas cartas representaban los diferentes ámbitos de la cultura popular del país. La Catrina, como se denomina a la calavera, se multiplica como ser prolífico por todos los rincones, habiéndose convertido desde hace tiempo en objeto de culto para diseñadores, sirviendo de modelo para pintores o motivo de ornamento predilecto para quienes esculpen figuras de porcelana, que luego se venden como adornos en las mueblerías y tiendas de decoración.
En el grado de celebridad que La Catrina mexicana ha alcanzado en el mundo entero, convirtiéndose en un símbolo y en imagen reproducida con insistencia en todos los lugares, ha influido, sin duda, la gran cantidad de mexicanos que dejaron sus hogares, sus casas y su destino marcado por la precariedad y los peligros, llevándose consigo tradiciones, usos y costumbres.
Así, de México para el mundo, vino esa descarnada cabeza con gesto sarcástico y socarrón, que nos sonríe obligatoriamente, recordándonos lo que su primer creador, José Guadalupe Posada, decía: “La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”.
El ser humano vive, desde que tiene consciencia de su propia existencia, buscando esperanzas, indagando en su historia en busca de pretextos que le proporcionen abrigo para cobijarse del castigo de sus miedos. Y entre todos ellos, entre los temores más afilados está el de la muerte, sin duda el arma que más profundo hiere nuestro espanto y la más utilizada por quienes, aprovechándose de esa debilidad humana, han querido hacerse con las voluntades de los demás, desde que el tiempo es tiempo.
El Desfile de Halloween de Nueva York es el más grande y mejor en todos los Estados Unidos este año se celebra el sábado..Los estadounidenses gastan para ese día más de $6 billones de dólares en difraces, targetas y dulces para los niños.
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