Largas colas en las panaderías, quejas murmuradas en la calle pero encendidas en las redes sociales y, al fin, una explicación oficial: Cuba sufre desabastecimiento de harina por averías en sus molinos, lo que ha convertido el pan en el alimento más buscado estos días en la isla.
En las últimas semanas los paquetes de harina han desaparecido de los anaqueles de las tiendas estatales y con ellos, buena parte de la oferta de pan "por la libre", las hogazas que se venden en el mercado de oferta y demanda una vez cubiertas las cuotas "normadas" que se entregan a la población mediante la libreta de abastecimiento.
La otra víctima colateral han sido los pasteles y otros productos de repostería, que aunque son muy demandados todo el año lo son aún más en las fiestas de fin de año, pues a los cubanos les apasionan los dulces y no suelen faltar en ninguna celebración.
En un recorrido por varias panaderías de La Habana, Efe constató que en la mayoría solo se comercializaban los pequeños panecillos racionados por la libreta de abastecimiento, mientras los pocos establecimientos que vendían barras de pan "liberado" eran fácilmente localizables por las enormes filas de gente en la puerta para comprar un producto que se agotaba con velocidad.
"Ya vamos por seis (panaderías), a ver si llegamos", afirmó a Efe un hombre que aguardaba en la cola de una panadería en el municipio Playa, al oeste de La Habana, tras haber recorrido sin éxito varios locales.
Otro recién llegado bromeaba así: "¿Quién es el último para comprar el precioso material? Esto es oro molido".
En una panadería estatal del barrio de El Vedado, uno de los trabajadores explicaba que hay establecimientos "que se han tirado días sin hacer pan", aunque precisaba que en la suya, por suerte, cada día habían recibido "un buchito" de harina que les había permitido mantener una mínima producción.
"No, no hay pan", respondía enfadada una mujer mientras se alejaba a bordo de un bicitaxi por las concurridas calles del barrio Jesús María, en La Habana Vieja.
Los cubanos también han proclamado su indignación en las redes sociales, donde incluso algunos se han dirigido en Twitter al designado gobernante de la isla, Miguel Díaz-Canel, para preguntarle "qué pasa con el pan".
Ante tamaña situación, la ministra de la Industria Alimentaria, Iris Quiñones, salió esta semana a dar explicaciones en un programa de la televisión cubana en el que admitió que "hay una tensión de manera general en todo el país" respecto al abastecimiento de harina.
Quiñones se sumó así a la lista de ministros que en los últimos días han ido compareciendo en horario estelar para rendir cuentas sobre asuntos candentes para la población, como el internet en los teléfonos, el transporte urbano y las nuevas normas para los trabajadores por cuenta propia.
El término "tensión" alude, en la nomenclatura gubernamental del país caribeño, a los problemas coyunturales, y se aplica invariablemente en estos casos, por lo que en el último año se ha hablado de tensiones con los medicamentos, tensiones con los huevos y tensiones con las compresas femeninas, entre otros productos.
Cuba había estimado a principios de año un déficit de 30.000 toneladas de harina de trigo que al final fue de 70.000 toneladas "y eso ha hecho que se incrementen las tensiones en cuanto a los suministros que aseguran el pan normado y otras producciones como la galleta y de repostería", refirió la ministra.
La funcionaria reconoció que en los últimos días se han registrado los momentos "más tensos" de todo el año, lo que ha obligado a que la poca harina disponible se reserve a asegurar el pan normado para la "canasta familiar".
Según la explicación oficial, en provincias como Santiago de Cuba (al este de la isla) o Cienfuegos (en la zona central) los molinos han estado parados por falta de piezas de repuesto, mientras en el occidente del país dos líneas de producción tampoco funcionaron durante algún tiempo pero deben hacerlo en breve.
La ministra aseguró que las entidades estatales a cargo del sector trabajan "intensamente" para normalizar la situación y estabilizar la producción de harina antes de finalizar un año en el que además del pan, los cubanos están preocupados por crecientes dificultades para comprar huevos y leche en polvo.
Penurias y descontento social sacan a los cubanos a las calles
El viento levantó varias tejas de fibrocemento del techo y la lluvia empapó las escasas pertenencias de Teresa, una mujer desempleada, que reside en una precaria cuartería en la Calzada Diez de Octubre, a poca distancia de la barriada de Santos Suárez, en el sur de la capital cubana.
“Por unos cuantos pesos hago cualquier cosa: lavo para la calle, limpio casas, cuido viejos enfermos y vendo maní en las paradas de ómnibus. La política nunca me interesó. Tenía miedo de protestar en la calle y decirle unas cuantas verdades a esa partía de descarados que son los funcionarios del gobierno. Pero todo en la vida tiene un límite”, confiesa Teresa.
En septiembre de 2017, después del paso del huracán Irma, el pasillo del solar se inundó de agua. "El ciclón le llevó el techo a varios vecinos y estropeó sus pertenencias. Mi caso fue uno de los peores. El televisor en el piso con la pantalla rota, el colchón anegado en agua y como no había luz, el pollo y dos paquetes de picadillo de pavo se echaron a perder. Entonces comencé a gritar toda la impotencia que tenía. La gente me hizo coro. Salimos pa’la calzada a protestar. Tiramos la comida podrida en la calle y nos pusimos a sonar cazuelas”, recuerda Teresa y añade:
“Comenzó a sumarse gente y ya éramos como doscientas personas gritándoles hasta alma mía a los tipos del gobierno. Al rato llegó la policía, las motos de los oficiales de Seguridad del Estado y un grupo de funcionarios del municipio con una cara de miedo que pa’qué. Cuando se aparecieron los camiones antimotines, la gente se alebrestó más. Un oficial del aparato fue el que los mandó para atrás y nos convenció de que todo se iba a resolver. Pusieron la luz y por la noche entró el agua. También nos dieron comida gratis y a mí me repusieron algunos electrodomésticos y el colchón sin pagar un centavo. No había ningún jefe en la protesta ni fue organizada por nadie. La rabia y el descontento hizo que muchos vecinos perdiéramos el miedo”.
Un segmento mayoritario de cubanos está cansado de todo. De las promesas incumplidas por el régimen autocrático. De las mentiras repetidas por las autoridades. De vivir sin decoro. Del futuro entre signos de interrogación.
Yazmín, ama de casa, es una de las que ya no aguantan más. “No me considero disidente, pero ya se me agotó la paciencia. Hace quince años que la Seguridad Social viene estudiando mi situación personal para entregarme una chequera de ciento y pico de pesos por tener una madre postrada y una hija con Síndrome Down. Un día, ante tanta incompetencia e insensibilidad opté por contarle mi historia a un periodista independiente que vive cerca de mi casa. A las dos semanas, funcionarios de Seguridad Social me gestionaron la chequera con el compromiso de que no contactara más con periodistas independientes. Les dije que cada vez que tuviera un problema iba a ver a la gente de los derechos humanos. He llegado a un punto que no aguanto una mentira más. Si el Gobierno sigue engañando con esas fábulas que cuentan en el noticiero, donde las producciones crecen y los cubanos son felices, el pueblo se va a tirar pa’la calle y no habrá Dios que los pare”.
Carlos, sociólogo, considera que “el descontento está a flor de piel. La gente se queja abiertamente en cualquier sitio público, ya sea por la corrupción rampante, medidas gubernamentales arbitrarias, altos precios de los alimentos y bajísimos salarios. Los dirigentes actuales no tienen la trascendencia de Fidel ni su capacidad discursiva para convencer a la población. En estos momentos están creadas las condiciones para que por cualquier motivo se desaten protestas callejeras, que inicialmente podrían ser pequeñas, pero si no se controlan, pueden sumar a miles de personas”.
A dos cuadras de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, en un caserón de dos pisos, marcado con el número 110, residen diez familias que realizan infructuosas gestiones para evitar que sus casas se les vengan abajo. Barbarita Ramos, 51 años, de ojos expresivos y verbo apasionado, quien laboró en una escuela de Salud Pública, lo ha intentado todo.
“Desde 2005, hace trece años, cuando por causa de las lluvias se me levantó el piso, plantee mi primera queja. Otros vecinos del inmueble y yo, hemos ido a todas partes. No me ha quedado ministerio o institución por visitar, desde el Instituto de la Vivienda, Poder Popular y Partido Provincial hasta el Consejo de Estado”, señala, mientras muestra los destrozos que han provocado las lluvias y huracanes en su vivienda.
En una gruesa carpeta, Barbarita tiene compilada todas las cartas y sus respectivas respuestas de las entidades gubernamentales y un número de expediente, 2284/05, que le abrieron en el Instituto de la Vivienda.
“Nos han engañado. Prometen soluciones que jamás cumplen. Año tras año vienen los especialistas y dictaminan las obras que se deben hacer. Luego nadie hace nada. Cuando el ciclón Irma, el año pasado, las aguas subieron más de dos metros dentro de mi casa. Los vecinos de la planta baja tuvimos que subir al segundo piso. Lo perdí todo. Las aguas me estropearon todos los muebles y equipos. Las autoridades no nos dieron ni un colchón”, relata Barbarita.
Su caso sigue sin respuesta. Los vecinos creen que una buena solución sería protestar en la calle. “Tirar los pocos muebles y colchones pa’la calle. Ellos (los del régimen) solo entienden cuando te rebelas”, dice un vecino.
En Cuba las protestas se han puesto de moda, sea una familia que se queja ante las instituciones estatales o un grupo de artistas independientes que han optado por protestar públicamente para que el Estado derogue el Decreto 349 con el cual el régimen intenta regresar a la política exclusiva de los años 60 de “con la revolución todo, fuera de la revolución, nada”.
Por estos días miles de taxistas habaneros no han salido a trabajar o transitan con el automóvil desocupado en señal de protesta por lo que consideran arbitrariedades del régimen.
En Artemisa, provincia a 100 kilómetros al oeste de La Habana, y en el municipio holguinero de Banes, a 900 kilómetros al este de la capital, decenas de cocheros hicieron una huelga de brazos caídos para demandar sus derechos. El domingo 9 de diciembre, en Calzada del Cerro entre San Pablo y Auditor, municipio Cerro, vecinos sacaron sus muebles a la calle y comenzaron a exigir mejores condiciones de vida.
Algunas protestas han funcionado. Y han obligado al gobierno de Miguel Díaz-Canel a retractarse y cumplir con peticiones de los demandantes. Se trata de brotes de desobediencia civil que se repiten cada vez con mayor frecuencia en el país.
Por ahora no tienen un líder ni una estructura definida. Son protestas marcadas por la acumulación de penurias y el aumento del descontento social. Si de esas protestas se informa, se difunden fotos y videos es gracias a la prensa independiente y ciudadanos activos en las redes sociales, mientras, por lo general, la disidencia interna no se entera o no sabe de qué va la cosa.
Lorena Cantó, (EFE) & Iván García