En estos días de esperanzas democráticas para Venezuela, cuando la victoria se ve finalmente al alcance del pueblo, el recuerdo de la debacle de Bahía de Cochinos reaparece en la memoria de muchos cubanos que vivieron aquella experiencia. Se preguntan si Donald Trump, cuya determinación es sin duda vital para el éxito del esfuerzo venezolano por liberar su país, no será invadido por dudas de último minuto, como le ocurrió a Kennedy en 1961, que pongan en peligro esta ofensiva contra la narcodictadura de Cubazuela, la más importante colonia castrista en América del Sur.
Una ofensiva —política o militar— requiere ser cuidadosamente planificada, exige la concentración de todos los recursos necesarios para asegurar su éxito y, una vez iniciada, no puede detenerse hasta vencer al enemigo. Cuando algunos creen ver alguna pausa, apenas una desaceleración, en esta ofensiva contra el régimen de Maduro, tienen razón para preocuparse. Las pausas dan oportunidad al adversario para salir del aturdimiento inicial y organizar su propia contraofensiva.
Hay señales de que eso podría estar ya ocurriendo.
En estos días, Corea del Norte, Rusia, China e Irán, estudian atentamente la actuación de la Casa Blanca en Venezuela y sacan sus propias conclusiones. La vacilación y consecuente derrota de JFK en abril de 1961 creó la falsa percepción en el Kremlin de que era factible elevar el chantaje a la Casa Blanca con la instalación de cohetes nucleares en Cuba unos meses después. La Guerra Fría se tornó más peligrosa desde el desastre en Bahía de Cochinos.
Pero las negativas consecuencias geopolíticas y estratégicas de un repliegue en Venezuela se triplicarían en la actualidad, si se las compara con las que provocó la vacilación de Kennedy de último minuto en 1961.En el corto plazo, la actitud de Kim Jong-un en la próxima Cumbre; las decisión que tome Putin sobre las posibles contramedidas militares a la salida de EEUU del tratado de cohetes intermedios; la intransigencia o concesiones de China en las actuales negociaciones comerciales, están todas conectadas a la firmeza que muestre la Casa Blanca en los próximos días respecto a la dictadura en Venezuela.
Lo mismo ocurre con grupos terroristas como las FARC, el ELN, Hezbollah y otros. El régimen cubano, además, solidificaría su injerencia militar y de seguridad en Caracas y alejaría el efecto dominó que sobre él tendría la caída de Maduro.
En el mediano plazo, el impacto regional de la caída de Cubazuela equivale para América Latina a la que tuvo la del Muro de Berlín para Europa. El retorno a la Isla de decenas de miles de cubanos, testigos presenciales de lo ocurrido en aquel país, tendría un mayor efecto de toxicidad ideológica que el que portaron los becarios que regresaron de la URSS después de haber vivido el glásnost y la perestroika.
El análisis forense —con testimonios y evidencias— de las conspiraciones y corruptelas entre los gobernantes de Cuba y Venezuela, detrás de sus plañideros discursos humanistas, dotaría a los latinoamericanos de antídotos ideológicos frente a futuros demagogos que prometan el paraíso como preludio a la instauración del infierno. La trágica historia de Cubazuela merece ser expuesta y documentada.
Por otro lado, el desenlace de la historia de Cubazuela en EEUU será tema electoral en 2020, en especial en la Florida. Si los enemigos internacionales de EEUU reculan en todas partes ante la voluntad de trazar rayas rojas reales en Venezuela, sin duda eso beneficiaría la reelección del presidente Trump. Lo mismo, por supuesto, vale a la inversa.
Apoyar este esfuerzo por liberar a los venezolanos de su condición de colonia cubana en América del Sur es lo único lúcido y decente que corresponde en esta hora de definiciones.
El engendro de Cubazuela debe caer. Anteponer a ese propósito otras consideraciones de política doméstica equivale a abandonar a su suerte a los venezolanos y permitir la consolidación definitiva de un foco de desestabilización regional y de una base de operaciones, hemisférica y mundial, de los enemigos internacionales de EEUU.
Acertar o errar hoy en América del Sur decidirá el rumbo de la geopolítica mundial por muchos años.
JUAN ANTONIO BLANCO, MIAMI 2019