Se llama Robert Jesús Guerrero y sólo tiene un apellido, hasta eso le ha robado la vida. Crónica ha encontrado al hombre que el lunes pasado provocó, sin querer, la ira de Nicolás Maduro durante una entrevista con el canal Univisión en el Palacio presidencial de Miraflores. El hijo de Chávez no soportó que el popular periodista mexicano-estadounidense, Jorge Ramos, rompiera la ficción revolucionaria y le mostrara el vídeo en el que este caraqueño devora restos de comida directamente de un camión de la basura.
Por mucho que se niegue a reconocer el jefe revolucionario, la despensa del hambre se abrió en Caracas a mediados de 2016. Desde entonces, cientos y cientos de personas comen todos los días de los restos que dejan los demás en medio del derrumbe económico y social de uno de los países más ricos de América.
«Me salió del corazón, en ese momento tenía mucha hambre», subraya el protagonista de la otra historia de la semana. Jesús jamás imaginó que esos extranjeros que hablaban inglés entre ellos le iban a convertir en una celebridad en las redes sociales y en las calles de Chacao, zona de la clase media-alta caraqueña que recorre todos los días para llenar el estómago y para buscar entre la basura restos de tecnología u otras «vainas» para vender. Pese a que comía vorazmente, el «reciclador», como él mismo se llama, fue capaz de disparar el sentimiento mayoritario que recorre su país con tanta precisión como pocas palabras: «Tenemos que sacar al presidente, no podemos seguir así... Somos gente de la calle, pero queremos sacar al presidente. No podemos vivir más comiendo de la basura. Tengo 36 años y es la primera vez en mi vida que me veo obligado a hacer algo así. Ahora, un sueldo no alcanza para nada».
Lo que vino después ya casi todo el planeta lo sabe: Maduro entró en cólera cuando sólo habían transcurrido 17 minutos de entrevista y desapareció de forma intempestiva del set televisivo montado para la ocasión. Uno de sus ministros dio por acabado el trabajo y el equipo de siete periodistas fue recluido en habitaciones separadas durante más de dos horas. Les dejaron a oscuras para arrebatarles a la fuerza sus equipos, sus teléfonos y, por supuesto, la grabación. Más tarde, la policía política les siguió hasta su hotel y al día siguiente fueron expulsados del país.
Tres días después, Jesús Guerrero celebra su cumpleaños número 36. «Por eso hoy tengo este vestuario, esta camisa que me ha regalado una monja [la primera que le mostró el vídeo que le hecho famoso] en la iglesia de Padre Machado, donde ayudo a hacer labores sociales los miércoles. El resto -pantalones, los zapaticos, las medias (calcetines)- me lo he conseguido de los cubos de la basura», detalla con orgullo mientras muestra cada parte de su atuendo, donde ya no figura la gorra del Real Madrid que portaba el día de la grabación.
No hace falta que Jesús desmienta cualquier conspiración o montaje, acusaciones lanzadas desde el chavismo en una de sus clásicas operaciones de propaganda. Sus palabras fluyen naturales, se desnuda con honestidad, no hay nada fingido en su discurso. «Lo primero que me encontré fue al camión de la basura sacando las bolsas de la panadería, me atreví a curiosear y saqué unos dulces, con tanta hambre que me los comí. Llegaron unos señores a entrevistarme y les di el voto de confianza para contarles lo que yo siento sobre este país. Cómo es posible que en Venezuela, con tantas riquezas, los niños estén en la calle. Y nosotros, que somos de la calle también, estamos sufriendo esta necesidad con todos los minerales y el petróleo que tenemos. Sólo espero que todo cambie para bien. Este gobierno no ha dado la talla, dice que todo está bien y nada está bien, eso es mentira. Todo está bien para ellos, pero no para nosotros, los venezolanos. Cada día es peor, la inflación es demasiado alta, no se puede comprar ni un pan. Tampoco se encuentran las medicinas para los ancianos y para los niños. Ya llevo cinco años en esto y no me queda de otra, hasta que venga otro presidente que cambie Venezuela».
Ni un político ni un economista lo hubieran explicado de forma tan convincente en tan pocas palabras. Cinco años entre techos provisionales y en la calle, reciclando lo que encuentra en la basura para sobrevivir cada día y pagar parte de los gastos de sus dos hijos, Arantxa («una virgen de España») Shubirut, de 17 años, y Diego Alejandro, de 11. «Antes trabajaba, pero ahora cómo voy a trabajar con este sueldo que no alcanza, sólo para medio cartón de huevos. Hay días buenos, hay días malos, pero consigo entre 2.000 y 3.000 bolívares diarios, depende de lo que saque reciclando de basura. Algunos días no llevo nada para los niños, pero sobre todo contribuyo a pagar sus estudios. Mi hija cree que estoy pagando una habitación para dormir, también que estoy ayudando en una frutería. Pero no es así, con eso no me da el dinero para sustentarles. Yo no les demuestro [cuento] la verdad para que no se apenen», especifica Jesús, que no sabe qué responder cuando Arantxa le pregunta cuándo va a cambiar el país.
Varias horas después vuelve el hambre, pero en este caso es de todos, desde el personaje hasta fotógrafo y reportero. Una mesa en una cafetería de la calle con dos hamburguesas, un plato de tequeños (hojaldres de queso) y tres botellas de agua. La invitación por el cumpleaños coge por sorpresa a Jesús, tanto que se le escapan unas lágrimas. «Jamás me habían regalado algo así en mi cumpleaños, pero no se preocupen, sólo estoy llorando de alegría», se sincera. Cada uno arremete contra su plato, pero el comebasuras de Caracas, quien se atrevió a pedir que sacaran al topoderoso Maduro, no se anima con el suyo. Al final confiesa: «No puedo comer esto sabiendo que mi hija sólo come arroz con caraotas (judías)». El camarero atiende su petición y le envuelve la hamburguesa dentro de una bolsa. La vida de Jesús Guerrero parece un infierno en tiempos de Maduro, sin embargo, empezó a torcerse desde su nacimiento. La familia paterna no aceptó al hijo y por eso la madre decidió registrarle con un sólo apellido, como demuestra su documento de identidad. Cuando el reportero le presta su teléfono, el hombre decide llamar a su padre y a su abuela. Le contestan llorando: ninguno sabía que su hijo/nieto comía de la basura para llenar su estómago. Ambos ya habían visto el famosísimo vídeo grabado por Jorge Ramos.
La mujer del quiosco cercano, la monja de la iglesia, la señora que le regala unos CD, la abuela solidaria que baja de su apartamento y deposita una bolsa de plástico con espaguetis y arroz en su interior. Todas reconocen a Jesús, convertido en héroe televisivo por accidente. También los hay generosos que dejan a la vista algunas medicinas, como pormenoriza él mismo al mostrar dos cápsulas que lleva guardadas como un tesoro entre sus pertenencias: «Es omeprazol, había tres, pero me tragué uno para cuidar un poco la salud por comer de la basura. Y eso que no se encuentran medicamentos en ningún lado. La gente que los deja son personas buenas».
TRES AÑOS EN PRISIÓN
Jesús trabajó en cocinas, de vigilante, en lo que fuera. También estuvo casi tres años en la cárcel. «Me dieron un madrugonazo en la calle, me acusaron de ocultar drogas, pero yo nunca las vi», reconoce con tristeza, pero firmeza a la vez: «Con pedir un pedazo de pan no soy menos hombre que otro. Yo pido, pero no robo a nadie».
Ahora duerme donde puede, a veces en casa de su nueva compañera, Milagros Carolina, en la favela de Petare. Otras veces a la intemperie en la zona industrial de La Yaguara. «Algunas veces cuando me sale el día bueno es que pago una habitación de mala muerte en el centro», confiesa. Para ello habrá vendido previamente en el mercado de Quinta Crespo las «cositas» conseguidas en la basura: unas cholitas (chanclas), zapatos, juguetes, lapiceros y unos CD de Shakira y Guns N' Roses, «para escuchar una musiquita y venderlos. Incluso encontré unos auriculares, los arreglé y los vendí en 15.000 bolívares».
Ingresos para la vida mínima en un país que desde el viernes sabe que la inseguridad alimentaria afecta al 80% de los hogares porque el 90% de la población no tiene ingresos suficientes para costear una canasta básica familiar, que cuesta 77 salarios mínimos. La pobreza multidimensional ya supera la mitad de los hogares (51%), según la última investigación de la Encuesta de Condiciones de Vida, la más prestigiosa de un país donde el Gobierno prohibe ofrecer datos a su sociedad.
Ante las evidencias multiplicadas, la respuesta gubernamental es negar la realidad. O inventar un mundo paralelo, exclusivo para hoolingans de la revolución. Como Félix Cordero, director de Formación del Poder Popular en Lara, quien, cuestionado por las constantes escenas de gente comiendo de la basura, improvisó el jueves pasado una solución hilarante: «Tendríamos que acabar primero con los grandes restaurantes. Esa desigualdad es la que genera la pobreza. Algunos pueden comer y pagar en los grandes restaurantes y otros no tienen acceso. ¿Eso es justo?».
«Claro que es justo», respondió la periodista. «Busquemos en Wikipedia qué significa la palabra justo», concluyó el debate el intelectual bolivariano.
Ajeno por un día a la ficción revolucionaria, los últimos hallazgos entre las basuras permitieron otro pequeño milagro cumpleañero para Jesús. «Yo estaba pagando una tarta de chocolate en una panadería para celebrarlo y llevarle a los niños de mi novia. Cuesta 18.000 bolívares y ya llevo 10.000, el dueño me ayudará con el resto. Trabajé con él hace años en un restaurante», relata Jesús. El precio de la tarta equivale exactamente a un salario mínimo mensual en Venezuela.
Al final la tarta también fue devorada entre la nueva pequeña familia de Jesús, quien algunas noches comparte techo con su novia y sus dos pequeños, Gabriela Sofía y Jeremías, en el rancho (infravivienda) de La Abuela, como llaman a la señora que les acoge a muy bajo precio, en el Petare, la gran favela de Caracas. Todos se conocen desde hace poco tiempo, pero de momento la convivencia funciona. Y en estos días, además, sabe a chocolate.
DANIEL LOZANO, CARACAS, 2019