En diciembre del año pasado, la familia de César Alexis Blanco, un venezolano asesinado en Cali (Colombia) veló su cadáver durante 10 días esperando su resurrección. El drama familiar se convirtió en un problema de salud pública y las autoridades colombianas tuvieron que recurrir a la policía para llevar al muerto a enterrar. Los allegados acompañaron la salida del cuerpo al grito de “¡levántate!”.
La resurrección es uno de los grandes anhelos de la humanidad y en torno a ella se han edificado las principales religiones del mundo. Sin embargo, más allá de lo que profesan creyentes como los familiares de César Alexis, no se conoce ningún caso de alguien que haya retornado de entre los muertos. “El concepto de muerte conlleva que sea irreversible. Si no es irreversible, no es muerte”, afirma Julio Artieda, catedrático de neurología de la Universidad de Navarra.
La idea de la muerte es intuitiva, para nosotros y para muchos otros animales, pero la situación se complicó con las técnicas que permiten mantener con vida a personas en condiciones críticas a mediados del siglo pasado. La falta de pulso y respiración ya no era un criterio válido para definir la muerte porque las máquinas pueden sustituirlos indefinidamente. Una persona que mantiene la temperatura corporal, cuyo pecho sube y baja como si estuviese dormida y que puede incluso seguir gestando a un bebé, puede estar muerta. En 1968, un consenso elaborado por la Escuela de Medicina de Harvard definió la muerte cerebral de un modo que se ha seguido con pocas variaciones hasta ahora. “Desde un punto de vista clínico, la muerte es la falta de función del encéfalo, los hemisferios cerebrales y el tronco cerebral. Cuando no hay función encefálica, se sabe la causa y es irreversible, se considera que la persona está muerta, aunque los riñones o el corazón sigan funcionando”, apunta Artieda.
La semana pasada, medios de todo el mundo recogieron la publicación de un artículo en la revista Nature en el que un grupo de científicos explicaba cómo había logrado restaurar las funciones cerebrales de varios cerdos que llevaban cuatro horas muertos. Este trabajo sería un paso para restaurar el daño que comienza a desintegrar el cerebro cuando por un accidente o envejecimiento algo sucede que priva a este órgano del riego sanguíneo. En realidad, el estudio mostraba la capacidad de una perfusión sanguínea que habían puesto a prueba los científicos para retrasar el deterioro de las células y evitar que fuese irreversible. El éxito, que consistía en preservar las funciones de algunas células, estaba muy lejos de revertir la muerte cerebral, algo que sugerían algunos titulares.
“Las neuronas son muy vulnerables a la falta de riego y oxígeno, pero no todas las neuronas tienen el mismo nivel de vulnerabilidad”, explica José María Domínguez Roldán, jefe clínico en el Servicio de Medicina Intensiva en el Hospital Virgen del Rocío. Unas son más vulnerables que otras y algunas, como sucedió en el caso de los cerdos, se pueden salvar durante más tiempo con unas medidas adecuadas, pero “para que funcione el cerebro, tiene que haber conexión entre neuronas de distintos tipos”, añade.
El deseo de revertir la muerte es intenso y, para los que no disfruten de una fe como la de los familiares de César Alexis Blanco, hay científicos con ofertas alternativas. Bioquark, una empresa estadounidense, trató de probar en 2016 un tratamiento para devolver a la vida a personas declaradas oficialmente muertas. El procedimiento, que se habría aplicado en 20 pacientes, consistiría en inyectarles células madre en la médula espinal. Además, recibirían un preparado de proteínas en sangre, estimulación eléctrica del sistema nervioso y láser en el cerebro. Hasta ahora no han logrado que las autoridades de ningún país aprueben el tratamiento y han sido criticados con dureza por otros científicos.
Rafael Yuste, profesor de Ciencias Biológicas y Neurociencia en la Universidad de Columbia (EE UU), considera que, por lo que sabemos hasta ahora, la muerte es irreversible, “porque para revertir el proceso tendríamos que saber entender la vida y por ahora no sabemos ni definirla”. “Una sugerencia para definirla sería como una propiedad emergente de la materia biológica, que depende del sistema entero, de los cromosomas, la bioquímica, las membranas de las células, pero no está presente en ninguno de sus elementos”, apunta Yuste. “Es como ver una pantalla de televisión, que tienes un millón de píxeles y cuando se coordinan de una manera especial ves una imagen”, ejemplifica.
En el caso de los humanos, cuando se produce un daño que acaba con esa propiedad emergente, es, al menos de momento, imposible reconstruirla. “Hay animales, como la hidra [un pólipo emparentado con las medusas], que tienen un cerebro que se regenera continuamente creando nuevas neuronas, pero los primates tenemos un gran problema con la regeneración neuronal”, afirma Yuste. “No se entiende por qué la naturaleza ha puesto tantas trabas a la regeneración de nuestro sistema nervioso. No podemos regenerar el cerebro como hacen las ranas o regenerar una extremidad como hace una lagartija. En los humanos, en el cerebro o la médula espinal no hay ninguna regeneración”, continúa. “Una teoría dice que esta regeneración se previene por la gran plasticidad de nuestro cerebro y la gran cantidad de aprendizaje que acumulamos, tanto que llega un momento en el que la naturaleza prefiere no tocarlo, aunque sea para repararlo”, señala.
Por el momento, lo más parecido a la resurrección es prolongar el periodo en que los órganos vitales, principalmente el cerebro, sufren un deterioro irreversible. Algunos científicos, como Mark Roth, del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, crean cócteles químicos para poner a animales de experimentación en un estado parecido a la hibernación, ralentizando los latidos de su corazón y su metabolismo. Otros equipos tratan de hacer algo parecido enfriando los cuerpos. Más allá del sentido común, hay empresas que ofrecen congelar a los muertos para devolverles a la vida cuando la tecnología lo permita. El consenso científico sugiere que estos últimos tienen parecidas posibilidades de éxito que los familiares de César Alexis Blanco y sus 10 días de plegarias.