La agencia Prensa Latina cumple este domingo 60 años de fundada como Sociedad Anónima, con sede en San José, Costa Rica; siendo la primera empresa “fantasma” del castrismo, que luego sembró en el mundo entidades mercantiles similares, incluido un banco en Londres.
Cuando Jorge Ricardo Masetti y Gabriel García Márquez pusieron un pie en la calle L del barrio habanero del Vedado, frente al hotel Habana Hilton, entonces sede del triunfante Ejército Rebelde, el argentino dijo al colombiano: Gabriel, yo he firmado con una sola T y dos S porque ya sabes que en tiempos de revolución se arman mierderos…
Ambos acababan de recibir, en una habitación del hotel, 250 mil dólares de 1959, de manos del Tesorero del Movimiento 26 de julio, Raúl Chibás, para fundar la agencia Prensa Latina, como fruto de la llamada Operación Verdad, que congregó en La Habana a lo más granado del periodismo latinoamericano, convocados por el castrismo naciente para intentar desmentir los “infundios” sobre los primeros fusilamientos de la revolución cubana.
Masetti y García Márquez emprendieron una gira desde Nueva York hasta Buenos Aires, donde fueron contratando a periodistas de izquierda, a los que entregaban el dinero para los tres primeros meses de funcionamiento de las corresponsalías. Como anécdota de aquel viaje, Gabo contaba que durante una escala de varias horas en Ciudad de Guatemala, se hicieron una foto de parque y la enviaron dedicada al general Miguel Ydígoras Fuentes: Ydígoras hemos entrado en Guatemala y nos hemos retratado en el parque, dos revolucionarios y firmaron.
Cuando volvieron al aeropuerto de La Aurora para seguir el vuelo; se encontraron que estaba cerrado al tráfico aéreo por mal tiempo y allí pasaron más de un día rezando porque el cartero extraviara la foto o que llegara al Palacio Presidencial, una vez que ellos emprendieran vuelo. No tuvieron problema alguno, solo el susto.
Pero aquella frescura e informalidad, que tenía su adecuado reflejo en las crónicas de Gregorio Selser, Haroldo Wall, Rodolfo Walsh, Gabriel Molina y Plinio Apuleyo Mendoza, entre otros, duró poco, pues el Partido Socialista Popular (PSP) y el Comandante Ramiro Valdés posaron sus ojos y cabezas en la agencia de noticias. Los primeros para mangonear a favor de Moscú, situando a José Felipe Carneado al frente del negociado; y de sus intereses de poder y el segundo para usarla como tapadera de la Dirección General de Inteligencia (DGI).
Fidel Castro dejó hacer a la pinza que se cernía sobre Masetti y en ese tiempo aún fue posible leer una entrevista de Adriano González León a Bola de Nieve, en la que el genio cubano contó: Soy revolucionario por tres cosas, por negro, por pobre y por mariquita… pero lo único que no me gusta son los comunistas porque son muy pesaos, chico…
Che Guevara entendió que los días de su hombre en Prensa Latina estaban contados y organizó el suicidio de Salta, en el que participaron Abelardo “Furry” Colomé Ibarra, Hermes Peña, Jorge Vázquez Viaña (Loro), Juan Carretero y Alberto Castellanos, que estuvo cuatro años preso en una cárcel argentina con identidad falsa preparada por la gente de Fisín (Carlos M. Gutiérrez, coronel (R) y maxilofacial).
En paralelo, la facilidad para obtener visados a nombre de corresponsales de Prensa Latina era una ocasión de oro para Ramiro Valdés, pues la agencia era una cobertura ideal para sus agentes y oficiales, entre los que había torpes como Fabián Escalante, que se “quemó” al poco tiempo de llegar a Costa Rica y gente divertida y sensata como son muchos cubanos.
Por debajo de las guerras intestinas inherentes a una revolución en la que viajar al extranjero con los gastos pagados era una lotería ansiada y/o ambicionada por muchos; Prensa Latina ha sido una escuela de periodismo en el género más difícil del mundo: el cable.
Jesús Martí Díaz, Mario “El embajador” Mainadé Martínez , Miguel F. Roa (El Lord) Elmer Rodríguez, Gerardo “mulata del fuego” Cesar, el propio Haroldo Wall, María Elena Llana (con un libro de cuentos muy bueno sobre El Vedado) y los guardianes del uso correcto del idioma, Leoncio Fernández y el “gallego” Pedro Atienza, ejercieron un magisterio amable con todo aquel dispuesto a aprender y dejaron su impronta en el estilo de la agencia, al margen de los vaivenes políticos que la sobrevolaban.
Ese grupo de maestros del periodismo, además se tomaban la vida con una filosofía tranquila y protegían sin alardes, a gente brillante como Raúl Rivero, al que algunos editores intentaban presionar encargándole comentarios y notas contrarreloj. Rivero, jodedor impenitente, llegaba a su turno, abría su mesa de trabajo y se levantaba para desayunar con un par de líneas de Coronilla en “Las Cibeles” (cafetín ubicado en los bajos de la agencia entonces, por la calle N).
Los editores cabrones esperaban a que Raúl Rivero se levantara para ir a desayunar y le soltaba: Raúl, necesito que cuando subas me escribas una nota sobre la zafra en Sri Lanka. El “gordo” Rivero seguía camino del ascensor como si la cosa no fuera con él, bajaba, cargaba las pilas y a la hora marcada por el editor, entregaba su comentario o nota sin una errata.
Aquella escuela posibilitó que jóvenes entonces como Ana María Ruíz y Hugo Luis Sánchez depuraran su técnica y contribuyeran al esplendor de la agencia con un uso exquisito del idioma y el estilo periodístico.
Y no eran pocos, pues muchas veces los corresponsales-jefes se veían atrapados entre las guerras de la gente de Piñeiro (América), el embajador de turno y el Jefe de Centro de la DGI. Quizá con Gustavo Robreño, como director general, fue que los corresponsales en el extranjero adquirieron mayor peso, circunstancia a la que contribuyó un error de Fidel Castro, mal aconsejado por Piñeiro, con Venezuela.
Castro asistió a una recepción diplomática que ofrecía el embajador de Venezuela en La Habana, en víspera de elecciones generales en ese país. El corresponsal de PRELA avisó que habría cambio de signo político en el gobierno, el Centro de la DGI informó que dudaba del resultado, pero no aseguraba la reelección y el embajador (muñequito de Piñeiro) informó que el presidente se reelegía sin problemas. El embajador se equivocó.
Mirta Balea y Luis Lazo nunca admitieron interferencias ni presiones en su trabajo de corresponsales en plazas. Habitualmente, la presión que ejercían embajadores y la DGI era para que el periodista colocara en sus notas mensajes coincidentes con sus informes a La Habana, muchas veces copiados de periódicos y revistas o escuchados de labios de aliados de la revolución cubana en esos países.
Balea y Lazo se relacionaron con todo el ámbito político en los países en los que trabajaron y sus informaciones reflejaban la pluralidad real de las sociedades sobre las que informaban, ya fuera sobre la perestroika o la guerra civil en Argelia, donde Ulises Estrada Lescaille fracasó estrepitosamente, una vez más, frente a Prensa Latina.
Pero ninguno de ellos trabajó tanto y con tanta eficacia como Capdevila, encargado de recoger los vasos de la merienda y paradigma de la psiquiatría revolucionaria. El hombre había sufrido trastornos nerviosos y fue sometido a un tratamiento de electroshock en Mazorra, que le borró todo el disco duro a partir de 1959.
Por tanto, era habitual verlo deambular por entre las mesas de la redacción central y especializadas, contando que acababa de ver en el café “El Polo” a Morín Dopico comiéndose un sándwich y bebiendo una Cabeza de perro con Fidel Castro y Lázaro Peña. Capdevila sentía especial atracción por el departamento de Comunicaciones (teletipos) donde creía que algunos habían sido ingresados en Mazorra, cuando nos los veía por vacaciones, viajes o baja por enfermedad común.
Edel Suárez, un gran ser humano y agente Montiel de la Contrainteligencia cubana en su lucha contra la CIA, avisó: aquí el único que está loco es Capdevila porque trabaja, los demás estamos cuerdos.
Seis décadas dan para mucho, habrá que ver la viabilidad de Prensa Latina en una Cuba con economía apegada a la eficacia y no al compromiso y el interés políticos; mientras llega ese momento, que Carmona siga organizando excursiones y trayendo golosinas de Sancti Spíritus para aplacar ansiedades.