Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: EVELIO TAILLACQ: YO CONOCÍ A BOLA DE NIEVE
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 06/09/2019 21:39
 YO CONOCÍ A BOLA DE NIEVE
IGNACIO JACINTO VILLA FERNÁNDEZ NACIÓ EN CUBA UN
11 DE SEPTIEMBRE DE 1911,  FALLECIO EN CIUDAD DE MÉXICO EL 2 DE OCTUBRE DE 1971
      Evelio Taillacq
Hay encuentros en la vida que nos marcan de alguna forma. Conocer a Ignacio Villa, Bola de Nieve, fue para mí una experiencia trascendental.
 
Era yo un adolescente, estudiaba en la Escuela de Actores del Instituto Cubano de Radiodifusión, por mi corta edad, no me habían permitido entrar en la Escuela Nacional de Arte (ENA) en la especialidad de Artes Dramáticas. Un profesor de Radio, más que eso, un maestro. Mi gran maestro, Julio Lot, había escuchado que a mí me gustaba mucho el arte de Bola de Nieve. Curioso a mi edad.
 
La mayoría de mis coetáneos preferían en el ámbito nacional a Los Van Van, los más transgresores, a Martha Strada —escondida entre cabarets y prohibida en la radio y televisión por ser sincera y espontánea siempre— y, los mejor informados, ya buscaban a Miriam Ramos en recitales. También había un público que adoraba, más que admirar, a Rosita Fornés. Los Zafiros se habían diluido entre problemas personales, riñas y alcohol, mientras que, Los Bucaneros, tras la entrada de Mirtha Medina, quien luego se llevaría en dúo a Raúl Gómez, habían perdido popularidad. Las D’Aida, sin las fundadoras ni la visión de Aida Diestro, me provocaban rechazo pos sus gritos y pelucas rubias.
 
Ya Meme Solís, como Luisa María Güell, Jorge Pais, Luis García y Georgia Galvez, estrellas de la juventud de los 60, habían sido prohibidos por querer irse del país, como antes lo fueron Olga Guillot, Celia Cruz, Fernando Albuerne, Marta Pérez, Zoraida Marrero, Olga y Tony, Blanca Rosa Gil, Rolando Laserie, Vallejo, Contreras, Membiela y toda una constelación que a mi generación se le fue haciendo cada vez más distante.
 
Entre lo de afuera, subversivamente, The Beatles y The Roling Stone, seguían latiendo con varios grupos locales de “rock subversivo”, como Las Almas Vertiginosas, pese a la oleada española, encabezada por Los Brincos, Los Mustang, Los Bravos y Los Formula V. Ya habían sacado del juego a Raphael, Julio Iglesias y a José Feliciano. Empujaban con poco éxito a Karel Goth, Eva Pilarova, Yuly Shoguely y a Edita Pieja, todos del Campo Socialista, aunque el público prefería lo poco que se veía de Mina, Rafaela Carrá, Sergio Endrigo y Rita Pavone. Silvio, Pablo, Nicola y Ramos, con otros más y la batuta de Leo Brower, por oficiales habían perdido para mí el encanto y la simpatía de sus primeras rebeldías.
 
En fin, que a mí me gustaba, aunque me dijeran extraño o exquisito, Elena Burke, en primer término (aún hoy sigo pensando que cada día canta mejor), soportaba a Moraima, pese a sus excesos, y admiraba a Omara por el fiatto interminable y por los despliegues en el Johny 88 con Chucho Valdés y Paquito D’Rivera, donde me colé alguna vez, era el lugar del jazz y el blues. No me dejaban entrar al Scherezade ni en El Gato Tuerto, no tenía edad y allí había vigilancia. Pero sobre todo, valoraba como el más serio e irrepetible intérprete cubano a Ignacio Villa, Bola de Nieve, a quien había aplaudido en el Teatro La Caridad, de Santa Clara, y en el Amadeo Roldán, del Vedado. Una vez también en El Monseñor, donde trabajaba la tía de una novia mía, cuyo nombre prefiero olvidar.
 
Julito me dijo, “¿de verdad que te gusta Bola?” Sí, y mucho, recuerdo que le respondí orgulloso. Ellos eran amigos, de los tiempos de la antigua CMQ. Julito contaba de sus inicios como asistente de estudio de Crusellas y Cía, en el programa de Orlando de la Rosa (Nuestras vidas, Mi corazón no puede estar sin ti, No vale la pena y La canción de mis canciones, entre muchas). Afirmaba que Bola se entregaba a su trabajo como un actor, desmontaba los textos, ensayaba los énfasis, las pausas, comas altas y hasta los latiguillos, y se podía demorar años en montar una canción. No en balde.
 
El caso es que un jueves, estando en el Parque Lenin (los alumnos de la Escuela de Actores fuimos de los que construimos, sembramos y abonamos aquella descabellada idea de Celia Sánchez y que, por los precios de sus quesos cremas, perros calientes y croquetas, se llegó a llamar popularmente, Parque Rockefeller), mi maestro me dijo, “Ta-llacq —nunca llegó a pronunciarme la i de mi apellido—, si te animas, este domingo te llevo a conocer a Bola”.
 
Siempre he sido muy tímido y tener delante a un ser tan especial, en su casa, además, me provocó temblores y malestar de estómago. Pero, igual, ¡cómo iba a perder esa oportunidad que hoy, después de tanto, hasta puedo contar!
 
Nos pusimos de acuerdo para encontrarnos al caer la tarde frente al Zoológico. Allí, en el mismo edificio que la Fornés, vivía Bola. Julito fue puntual, pero yo más y ya sin uñas que comerme ni manga que estirarme, subimos al piso del anfitrión. Fue él quien abrió la puerta, asomó su cabeza redonda y con sonrisa natural, nos dio la bienvenida. “¿Cómo están?” Ni sé que dije, me supongo que nadie me oyó.
 
Bola era una aparición, sobre todo para un guajirito adolescente como yo. Ataviado con una bata de seda china y unas chancletitas plásticas de travesaño entre dedos, cierto que combinados los colores, resultaba casi una transgresión que sobrepasaba mis ariques villaclareños.
 
De cualquier forma, seguramente, para romper el hielo y que yo me relajara un poco, era un maestro anfitrión, se puso a conversar de todo y como entrelazando de la misma manera surrealista con que acometía algunas de sus canciones, me soltó: “Tú me vez así, pues yo hubiera querido ser como Shirley Temple, con aquellos rizos de oro cayéndome por aquí” y tras escuchar ¡por fin mi voz!, en una carcajada, la velada comenzó a ser más natural.
 
Comentó sobre la dificultad que estaba teniendo con una canción, pues el final no le gustaba y estaba probando acordes para el cierre del tema. Se sentó al piano y nos cantó, bueno, cantar no era. Siempre fue mucho más que eso. Luego nos hizo 3 finales para la misma canción, cada uno más conmovedor que el anterior. Era cierto lo que decía Julito. Aquel era un actor que decía con música, afinado y expresivo, orgánico, seguro y sorprendente. Nadie le sacaba más a una canción. Y era por eso, allí la intuición y la espontaneidad estaban estudiadas, lo que no restaba frescura a su entrega.
 
Una voz dulce se escuchó desde el fondo del comedor, de paso a la cocina. “¡Ignacito!, ya los camarones están pelados”, dijo una de sus hermanas que vivía con él. A mí, por la pulcritud del delantal y el rostro placentero, me recordó a la señora negra de los muñequitos de Lulú. “Ya voy”, dijo Bola y siguió una discusión estética con Julito, quien insistía en que la versión de Vete de mí —la canción de Homero Expósito que popularizara Olguita Guillot—, que hacía Bola, estaba equivocada. Yo me horroricé, por tal franqueza, que de no ser por la amistad que se profesaban y el respeto que se tenían, hubiera sido un escupitajo al Olimpo.
 
“Bola, cuando uno llega a decir, ‘vete de mí, esto se acabó’, tiene que hacerlo con entereza, aunque al cerrar la puerta de tires en el suelo y te mueras. Si se lo dices así, llorando, entonces no se va”, argumentó el prestigiado director de radio con tono jovial, cariñoso y dejando al intérprete pensativo. Pero sólo por un instante, la estrella era él y sabía por qué lo hacía de esa manera desgarrada y ahogado en llanto.
 
“¡Chico, tú no tienes corazón!”, fue su respuesta, con un suspiro y un arpegio que culminó en un cierre en tonos graves en el piano. “No te das cuenta de que no puedo quitarle la emoción que espera el público”, fue la conclusión basada en su inmensa experiencia escénica.
 
Julito, disfrutándolo, movió la cabeza como diciendo, con él no se puede. Y lo dejamos ir para la cocina, pues él sería el cocinero. ¡Camarones en salsa verde!, con arroz blanco, no recuerdo si algo más. Yo que sólo comía camarones cuando iba a La Terraza de Cojimar donde, tal vez por desconocimiento de la masa, se permitían servir hasta langosta cuando no estaba en veda en aquel tranquilo restaurante alejado de La Habana.
 
No puedo decir si estuvieron buenos sus camarones, ni tampoco recuerdo qué tomamos. Yo sólo tenía ojos y oídos para aquella experiencia estética y trascendental en mi vida. Sí recuerdo que la vajilla era bellísima, él las coleccionaba, de China, Portugal, Yugoslavia, Alemania, España, Japón, Urugüay, las traía como tesoros de sus giras. Había cuadros de pintores cubanos, Portocarrero, Servando, Amelia, Víctor Manuel y Carlos Felipe, se respiraba cultura, universal y cubana en aquel salón.
 
Unos días después lo fui a ver en un Homenaje por el nacimiento de Rita Montaner en el Amadeo Roldán, lo animaban La Fornés y el director de mi escuela de actores, Alejandro Lugo, quien adoraba a Rita y había trabajado mucho con ella en teatro y televisión. Aproveché el afecto y deferencia que como alumno me tenía Lugo para ir al escenario al finalizar el concierto. Allí Bola me saludó cordial, mientras hacía de las suyas, contando chistes con la elegancia y discreción que le caracterizaban.
 
En realidad, su experiencia con La Única, no terminó bien. La verdad del bautizo como Bola de Nieve, un burlón apodo de niño, no fue tan fortuita. Rita se había incomodado con él por celos, no artísticos, sino de su marido boxeador, aunque nadie jamás dudó de la fidelidad y respeto de Bola, pero Rita era así. La gran estrella de la canción, la zarzuela y el teatro llegó a México unos días antes que su pianista acompañante. Cuál no sería la sorpresa y la humillación de Ignacio Villa al llegar y leer en uno de los carteles que anunciaban la temporada de conciertos. “Rita Montaner y su pianista acompañante, Bola de Nieve”, nadie le volvió a llamar jamás por su nombre de pila. Fue en aquel mismo teatro donde debutaría en México como solista para sustituir a un cantante enfermo. “Por qué no haces eso que tu haces con nosotros cuando nos reunimos”, le pidió el empresario. El éxito sería total, Rita regresó sola a La Habana y Bola de Nieve se quedó actuando como solista, como Chanssonier, por una larga temporada. Luego vendrían sus triunfos a nivel mundial, los elogios de Edith Piaf, la amistad con La Baker, las dedicatorias de Neruda, de Guillén, de Andrés Segovia. Las colaboraciones con Lecuona. Sus decenas de grabaciones insuperables.
 
Pero allí estaba Bola, homenajeándola en La Habana, el 20 de agosto de 1971, haciendo otro cuento donde Rita quedaba mejor parada. De su homenaje se trataba y él, además de gran artista, mi favorito entre los cubanos de todas las épocas, era también un caballero. Unos meses después moría en Ciudad de México, de paso a Perú donde le esperaba su amiga Chabuca Granda para otro homenaje a la música, al arte y a la cultura.

ACERCA DEL AUTOR: 
 
             

Evelio Taillacq:  Nació en Cuba y ha desarrollado una intensa y exitosa carrera como actor, animador, locutor, productor, periodista de Radio, TV y Prensa Escrita, y se ha dado a conocer como dramaturgo, productor, profesor universitario y director de teatro, tanto en Cuba como en EE.UU., España y Puerto Rico. Ha protagonizado Hamlet, Romeo y Julieta y Edipo Rey, entre decenas de puestas en escena de obras clásicas y contemporáneas, en la televisión cubana; y versiones televisadas de El rojo y el negro, de Stendhal; Las ilusiones perdidas, de Balzac y Crimen y castigo, de Dostoievski, entre otras; así como seriales de acción, programación infantil y decenas de roles dramáticos.
 
En junio del 2012 se publicó su primera novela, Endiablado Deseo, y el 31 de mayo 2016, La Habana de los mil demonios, segunda edición revisada -en la primera se publicó con el título "Endiablado Deseo"-, a la venta en Amazon. Es presidente de Hispanic Cultural Media of Miami Dade y Columnista de AARP en español.
 
Evelio Taillacq, “incansable creador y apasionado de la cultura cubana”, falleció en la noche del jueves 5 de septiembre de 2019 a causa de un cáncer de páncreas que padecía.


Primer  Anterior  Sin respuesta  Siguiente   Último  

 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados