“No existe un gen gay” fue un titular abundante a finales de agosto de 2019, tras publicarse en la revista ‘Science’ mayor investigación sobre genética de la orientación sexual realizada hasta la fecha. Se trataba de un estudio que no encontraba “una relación determinante entre genes y comportamiento sexual”.
Nuestra tendencia a leer poco más allá de las letras grandes o los breves tuits se combinó con los prejuicios de la ideología o la religión. El resultado: mucha gente entendió que la orientación no tenía relación con la biología. Que la ciencia había intentado buscar “el gen gay” y había tenido que confesar su fracaso. Que el homosexual no nace, sino que se hace. Que es, al fin y al cabo, una elección personal. Que las personas con orientaciones minoritarias pueden convertirse y “curarse”.
Mientras la noticia era celebrada por quienes más la tergiversaban, otro conjunto de personas con convicciones políticas muy diferentes mostraba repulsa e indignación. El mero hecho de que un estudio como aquél se hubiera realizado les ofendía. En su opinión, no era ético. ¿Por qué hay que investigar esto como si fuese un problema de salud pública? ¿Por qué en lugar de buscar el origen de la homosexualidad no simplemente nos respetan? ¿Para cuándo un estudio sobre el “gen hetero”?
Cosas que la ciencia no estaba buscando
Este estudio será probablemente recordado como aquél que echó por tierra la idea de “gen gay”. Pero este concepto se parece un poco al de “eslabón perdido”. Ambas cosas son, supuestamente, metas inalcanzables y misteriosas que los científicos llevan buscando con ansia durante demasiado tiempo.
El eslabón perdido es un supuesto fósil único que conectaría humanos y simios de una manera especialmente reveladora. Pero los paleontólogos no buscan nada parecido; es una simpleza sin interés para ellos. Ya han encontrado decenas de formas transicionales y poseen hoy en día un conocimiento mucho más rico y complejo de sus relaciones y transformaciones evolutivas.
Durante las últimas décadas, diversos estudios de heredabilidad han calculado qué parte de las diferencias en orientación sexual pueden explicarse mediante diferencias genéticas.
El “gen gay” es un supuesto gen único que determinaría, él solito, la orientación homosexual. Los genetistas tampoco persiguen algo así. Desde hace muchas décadas entienden que este tipo de rasgos no puede estar escrito al cien por cien en los genes. Entre otras cosas, lo saben por algo muy evidente: en una pareja de gemelos genéticamente idénticos a veces uno es gay y el otro no. Por tanto, no buscan genes que obligan, buscan genes (y otros factores) que influyen en la probabilidad de desarrollarse como persona gay.
Y esos genes, también se sabe, existen. Durante las últimas décadas, diversos estudios de heredabilidad han calculado qué parte de las diferencias en orientación sexual pueden explicarse mediante diferencias genéticas. Los valores que suelen salir oscilan alrededor del 30%.
Ojo, porque esto no es muy intuitivo. No significa que los genes causen la homosexualidad de alguien en un 30%, como a veces se divulga. Ni tampoco significa que el 70% de las causas sean ambientales. “Ambiente”, por cierto, es como llaman los genetistas a todo lo que no sean genes, incluyendo influencias biológicas (por ejemplo relacionadas con las hormonas o el sistema inmunitario) que tienen lugar antes de nacer.
La heredabilidad es diferente a la herencia. Es un concepto peliagudo y requiere tiempo y paciencia para comprenderlo. De cualquier forma, si se detecta heredabilidad entonces se detectan genes, sean los que sean, aunque aún no se hayan identificado ni se sepa gran cosa sobre ellos.
La leyenda del gen único
Andrea Ganna, primer autor del reciente estudio de Science, ha explicado que “no hay un único gen gay que determine si alguien tendrá o no parejas de su mismo sexo”. Periodistas y científicos se han esforzado en destacar este aspecto. Probablemente pensaron que “el gen gay” era una idea falsa extendida en la población y que tenían una buena ocasión para intentar corregirla.
Pero era bien sabido que este asunto no es cosa de un solo gen. Si así fuera, la herencia de la homosexualidad habría resultado mucho más evidente, simple y accesible para la ciencia. No habría habido necesidad de esperar a la era digital ni a la era genómica ni realizar investigaciones tan densas y complicadas.
Los expertos nunca han dudado de que la orientación sexual es un rasgo poligénico, es decir, influido, no necesariamente determinado, por muchos genes diferentes. Los rasgos poligénicos están por todas partes; son también poligénicos la estatura, el peso, la edad a la que empieza la pubertad, el color de la piel, el autismo, ser más o menos abierto a nuevas experiencias, la habilidad para resolver tests de inteligencia (también denominada inteligencia), los litros de leche que producen las vacas, la cantidad de huevos que las gallinas son capaz de poner o el número de pelillos de las moscas de la fruta.
El mito del “gen gay” brotó con fuerza a principios de los 90. El genetista Dean Hamer y su equipo propusieron que, en determinada región del cromosoma X, había variantes genéticas asociadas estadísticamente a ser varón homosexual. Las reacciones a su trabajo científico fueron bastante explosivas a pesar de lo modesto y cuidadoso de sus afirmaciones.
Al igual que hoy, 26 años más tarde, muchas personas sintieron miedo de que aquel conocimiento fuera utilizado para justificar o promover la discriminación. Los resultados de Hamer tuvieron serias dificultades para ser replicados por otros expertos y fueron duramente criticado por colegas y divulgadores, a menudo como un ejemplo de mala ciencia o de ciencia peligrosa.
Realmente, Hamer nunca propuso la existencia de un “gen gay” singular que determinase completamente la homosexualidad. Además, considerabar simplista y engañosa aquella expresión popularizada por la prensa. Pero la caricatura de su trabajo es el origen de ese muñeco de paja que nos ha llegado a través de los titulares y que, según nos cuentan ahora, por fin ha sido desmantelado.
Novedades genéticas muy poco peligrosas
El “Gen Único” es un mito periodístico-popular simplón y no una poderosa hipótesis científica que acaba de ser destruida con gran esfuerzo en el Monte del Destino. Pero entonces ¿qué aporta el nuevo estudio?
Pues, por ejemplo, tras analizar datos de cientos de miles de genomas, los autores han conseguido identificar cinco variantes genéticas bien asociadas estadísticamente con el comportamiento homosexual. Se trata, según parece, de genes que tienen que ver con la regulación de las hormonas sexuales y con el olfato. También se relacionan con otros rasgos variados de la conducta, la personalidad y el comportamiento. Cinco variantes genéticas, entre otras muchas posibles candidatas que aún no han podido ser registradas con la suficiente fiabilidad. Cinco marcadores que, si son confirmados, prometen investigaciones futuras francamente interesantes.
Por alguna razón, esta vez no hemos visto titulares del estilo “Descubren cinco genes gay”.
El estudio confirma, por supuesto, el carácter poligénico (muchos genes) de la homosexualidad. Pero, además, detecta algo muy interesante: que una buena parte de esos genes influyentes serían los mismos para varones gays y para mujeres lesbianas. Y eso a pesar de que ambos tipos de personas, según los estereotipos y el sketch de la serie Modern Family, no tienen nada en común.
Tras analizar datos de cientos de miles de genomas, los autores han conseguido identificar cinco variantes genéticas bien asociadas estadísticamente con el comportamiento homosexual
Además, simplificando, aquellas variantes genéticas diferentes en homosexuales y heterosexuales no serían las mismas que diferencian, por ejemplo, a homosexuales exclusivos y bisexuales. De confirmarse, implicaría que la escala de Kinsey, un espectro continuo desde la homosexualidad pura hasta la heterosexualidad total pasando por diferentes grados de bisexualidad, no tendría un paralelismo en el mundo de la genética. Al menos, no uno tan simple.
En resumen, éstas serían las “horribles” novedades. Sin pretensiones excesivas, el trabajo es más importante por lo que sugiere para continuar investigando que por lo que deja establecido. No existe en este estudio genómico nada realmente revolucionario o que suponga una ruptura con el conocimiento previo.
Por supuesto, el estudio no aporta nada que permita concluir que “ser gay es una elección personal” (una creencia, por el momento, sin fundamento cientifico). No aporta nada tampoco que permita concluir que “el gay se hace, no nace”. No se ocupa de esta cuestión. No nos dice en qué momento la orientación sexual queda fijada, ni siquiera si realmente se fija del todo en algún momento de la vida. No contradice los diversos trabajos que sugieren que podría ocurrir bastante pronto, al menos en una proporción de los casos, dentro del útero materno, debido a factores que no son necesariamente genéticos pero que sí son biológicos.
No hay nada en el estudio que justifique o facilite la discriminación a personas LGBT. No hay nada que dé validez a las pseudocientíficas terapias de conversión empleadas para “curar” a quien no es heterosexual. Ni siquiera permite predecir con ninguna fiabilidad si un embrión se desarrollará con una orientación determinada, por si a alguien se le ocurriera utilizar el conocimiento aportado para realizar abortos selectivos o editar genomas.
Y, sin embargo, demasiada gente reaccionó con horror al leer sobre esta investigación. Tristemente, algunos de los partidarios de no publicar nunca este tipo de trabajos son científicos profesionales, incluso genetistas. Su miedo: que sean malinterpretados, que sean utilizados como armas por los homófobos y que acaben comprometiendo la seguridad de las personas LGBTQ+.
Según el genetista evolutivo Steven Reilly, “En un mundo sin discriminación, entender el comportamiento humano sería un objetivo noble. Pero no vivimos en ese mundo”. Su solución, aparentemente, es no investigar ciertos asuntos; un veto a la ciencia en determinados temas delicados, en los que deberíamos permanecer en la ignorancia.
La ciencia siempre ha provocado preocupación, miedo, vacío existencial, pérdida del sentido del misterio, sentimientos de indignación y de ofensa ideológica o religiosa. Y ha sido a menudo tergiversada, mal entendida, aplicada para hacer daño, aplicada en cosas inútiles y fuente de inspiración para pseudociencias y estupideces diversas. A estas alturas de la película ¿no deberíamos poder lidiar con todo eso sin llegar al extremo de censurar la investigación?
A diario se publican resultados científicos susceptibles de ser usados para fines diabólicos. Gobiernos desalmados, dictadores, sectas, regímenes distópicos, terroristas… Todos pueden aprovecharse de los hallazgos de la física, la genetica, la microbiología o la psicología para hacer el mal. Si los investigadores se abstuvieran de trabajar por miedo al Doctor Maligno no podríamos tener doctores benignos. El conocimiento científico y sus aplicaciones beneficiosas difícilmente podrían avanzar.
Durante las últimas décadas ha habido un progreso considerable y casi a escala global de la situación social de los homosexuales. Las investigaciones genéticas no parecen haberlo dificultado. Más bien hay indicios de lo contrario. Las actitudes favorables hacia gays y lesbianas aumentan generación tras generación y suelen estar asociadas a creer que “nacieron así” y que “es natural”; una opinión que en el pasado era muy minoritaria.
Como dice Dean Hamer, padre involuntario del mito del Gen Gay y científico homosexual, “entender las raíces biológicas del comportamiento sexual va más allá de la pura ciencia, ayudando a formar actitudes, leyes y, finalmente, la capacidad de la gente para vivir vidas abiertas y libres”