Correio eletrónico:

Palavra-passe:

Registrar-se agora!

Esqueceu-se da palavra-passe?

Cuba Eterna
 
Novidades
  Entre agora
  Painel de mensagens 
  Galeria de imagens 
 Arquivos e documentos 
 Inquéritos e Testes 
  Lista de participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Ferramentas
 
General: 27 DE ENERO, DÍA DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO
Escolher outro painel de mensagens
Assunto anterior  Assunto seguinte
Resposta  Mensagem 1 de 3 no assunto 
De: cubanet201  (Mensagem original) Enviado: 26/01/2020 16:11
HISTORIA
El exterminio sistemático que el régimen de Hitler llevó a cabo desde 1939 a través del Holocausto causó la muerte de 15 millones de personas, entre ellas 6 millones de judíos.

Así fue el Holocausto nazi
Daniel Delgado
Cuando Adolf Hitler ganó las elecciones en 1933, lo hizo explotando el sentimentalismo más descarnado al que se puede apelar en el ser humano. Las condiciones impuestas a Alemania con el Tratado de Versalles generaron una crisis en el país que solo se vio solventada gracias a la ayuda de Estados Unidos. Cuando el gigante americano cayó con el crack del 29, Alemania se vio sola, rechazando el modelo democrático de Europa occidental y temiendo la inmensa sombra que se extendía desde la Unión Soviética. El pueblo se lanzó a los brazos del partido nazi y su bigotudo mesías que prometía recuperar pasadas glorias mientras asentaba un sistema totalitario basado en un racismo y el odio contra, entre muchos otros, los judíos. Ese odio se vería plasmado a través del horror que supuso el Holocausto nazi.
 
Nunca se pretendió disimular el rechazo hacia los judíos, negros, homosexuales o gente de izquierdas. Nunca se intentó ocultar el profundo desprecio que la cúpula del partido nazi sentía por todos aquellos que desentonasen o estorbaran en su idea del mundo perfecto. Las primeras represalias llegaron pronto y fueron aumentando paulatinamente pero sin poder ser frenadas. Lo que comenzó como una pérdida de derechos o la obligación de identificarse mediante parches pasó a reclusiones en guetos, asesinatos y desapariciones o expulsiones del territorio. El cénit del ideal nazi llegó con la llamada ‘Solución Final’, una auténtica sistematización del genocidio que rozaba lo industrial.
 
Poco más de medio siglo nos separa de todos esos horrores que salieron a la luz cuando ya era demasiado tarde; 15 millones de muertos que asfaltan el camino a seguir. El Holocausto llevado a cabo por los nazis se ha convertido en uno de los objetos de estudio y controversia más comunes para los historiadores y la sociedad en general. El cómo se permitió llegar hasta esos extremos o los niveles de crueldad que el ser humano es capaz de alcanzar suscitan tanto temor porque vuelva a suceder como rechazo y negación de los hechos.
 
Años después de su liberación, las chimeneas y hornos de Auschwitz fueron reconvertidos en un monumento recordatorio de las atrocidades allí cometidas como una metáfora perfecta de que no hay mejor forma de no repetir el pasado que recordándolo.
 
Antecedentes del antisemitismo europeo
Desde mediados del siglo XIX, por toda Europa se extendió un nuevo odio contra el pueblo judío que reavivaba viejos fantasmas. Acusaciones de ladrones, diferencias religiosas y exclusiones sociales en general dieron lugar a casos tan conocidos como el juicio contra Alfred Dreyfus en Francia. Adolf Hitler, como muchos otros gobiernos europeos, supo vincular sus odios personales con la crisis económica que estaba pasando Alemania tras el Crack del 29. Los judíos se convirtieron en el enemigo al que odiar y culpar de todo.
 
Los enemigos de la nación
Tras su ascenso al poder, Hitler eliminó cualquier garantía democrática y forjó un estricto régimen en torno a sus ideales. Desde un primer momento, expulsó a determinados colectivos del sistema social y aprovechó su inmenso poder y el descontento de la población para generar un profundo odio contra ellos. Personas discapacitadas, homosexuales, disidentes políticos, negros, gitanos, judíos o religiosos fueron denominados ‘enemigos de la nación’ y se convirtieron en objetivos para las purgas que estaban por venir.
 
Guetos y parches de colores
Conforme Alemania fue extendiendo sus dominios e influencia, empezó a implantar el mismo sistema discriminatorio que aplicaba en su territorio. Los derechos de todos aquellos que el gobierno nazi consideraba parias o “personas antisociales” se vieron drásticamente diezmados, se impuso un sistema de identificación con parches de colores según su condición y se les empezó a reunir en pequeños guetos bajo una severa vigilancia y en condiciones infrahumanas.
 
La noche de los cristales rotos, una chispa en el polvorín
En agosto de 1938, Alemania decidió retirar el visado de residencia a los extranjeros y empujó a más de 17.000 judíos hacia Polonia. Como represalia por la situación que estaba viviendo su familia (judíos residentes en Alemania afectados por estas medidas), Herschel Grynszpan disparó a un diplomático alemán en París. El ataque fue aprovechado por el gobierno para incitar a la población, la cual atacó brutalmente cualquier negocio judío, sinagoga o casa de judíos que encontraron. La conocida como ‘noche de los cristales rotos’ dejó 100 muertos y se considera el comienzo del Holocausto nazi.
 
Antes de la 'Solución Final'
Desde un muy temprano momento, la cúpula del partido nazi dedicó grandes esfuerzos a encontrar la mejor forma de exterminar a todos aquellos colectivos de la sociedad que consideraban problemáticos. Aunque en un primer momento se pensó en fusilamientos y posterior entierro en fosas comunes, esta opción fue descartada por el tiempo y el espacio que necesitaría. También se pensó en un autobús sin ventanas cuyo tubo de escape tenía salida dentro del mismo e intoxicaba a los pasajeros hasta la muerte, pero tampoco salió adelante. El ingenio de la mente humana se puso al servicio de la peor de las motivaciones y fueron muchos los proyectos que se plantearon hasta llegar a la conocida como ‘Solución Final’.
 
Adolf Eichmann
Aunque no se puede negar el relevante papel que personajes como Himmler o Heydrich jugaron en el proceso de exterminio desarrollado por los nazis, se suele considerar que el principal responsable de la ‘Solución Final’ fue Adolf Eichmann. Tras la Conferencia de Wansee de 1939, Eichmann fue el responsable de coordinar la logística de este terrible proceso y de diseñar y fabricar las cámaras de gas y hornos crematorios. Aunque escapó a Argentina tras la guerra, fue secuestrado por el Mossad y condenado a muerte en Israel en 1962.
 
El Zyklon B
El Führer y sus socios defendían la pureza de la sangre aria y ni siquiera concedían el estatus de ser humano a judíos, negros, gitanos u homosexuales. Prueba de ello es la elección del veneno empleado en las cámaras de gas. El Zyklon B es un pesticida a base de cianuro que se empleaba en los campos para acabar con insectos o roedores y que provocaba una agónica muerte que podía alargarse por unos 25 minutos. Los prisioneros eran introducidos en las cámaras selladas pensando que iban a ducharse, se les encerraba y se introducía el pesticida por una abertura del techo. Al abrirla, los cuerpos eran revisados en busca de objetos de valor y transportados a los hornos.
 
Trenes sin parada hacia el infierno
Para poder llevar a cabo su plan genocida, el gobierno nazi diseñó un potente sistema de transporte ferroviario para trasladar prisioneros. El procedimiento más común consistía en entrar por la noche en las casas de las víctimas, darles cinco o diez minutos para recoger algunos objetos personales y llevárselos. Una vez los reunían, los introducían en trenes saturados y eran llevados hasta el campo de concentración asignado. Las condiciones durante el viaje eran completamente insalubres y apenas se les daba comida o agua.
 
Marcados como ganado
Al llegar a los campos de concentración los prisioneros eran identificados según su “condición” y se les separaba entre aquellos que podrían trabajar y aquellos que serían asesinados inmediatamente. Los que pasaban el primer examen eran despojados de sus pertenencias, se les rapaba el pelo, se les daba un pijama de rayas con un parche identificativo y se les tatuaba un número en el antebrazo. Los prisioneros eran empleados como mano de obra, considerados poco más que animales y explotados hasta que no podían más, momento en que eran dirigidos hacia las cámaras de gas y los hornos.
 
Canadá
Muchos de los que fueron trasladados a los campos de concentración, especialmente durante sus primeros años, llevaban consigo algunas de sus posesiones más valiosas pensando que podrían necesitarlas tras ser liberados. Al llegar a los campos, se les obligaba a dejarlas en unos almacenes destinados a este fin concreto y que acabaron rebosantes de las riquezas y objetos personales de las víctimas. En este momento, Canadá era visto por los europeos como un país rico y próspero y los prisioneros empezaron a llamar a este sitio donde se acumulaban las riquezas "Canadá".
 
Los kapos
Aunque los encargados de dirigir los distintos campos de concentración eran los miembros de las SS, era común que utilizaran a algunos de los propios prisioneros como ayudantes. Estos, conocidos entre el resto de presos como “kapos”, solían recibir un trato de favor a cambio de sus servicios y en muchas ocasiones acababan corrompidos por la situación de poder y se convertían en tiranos tan crueles como sus superiores alemanes. Su colaboración no les salvó, ya que eran ejecutados periódicamente junto a los prisioneros encargados de los hornos crematorios (los sonderkomando).
 
Hambre, enfermedades, trabajo y balas
Además de las durísimas jornadas de trabajos forzosos a las que eran sometidos, los prisioneros de los campos de concentración debían aguantar los abusos de sus captores, quienes podían decidir asesinarles en cualquier momento. Las raciones de comida recibidas eran mínimas y los barracones en los que dormían estaban saturados. Las condiciones en las que vivían hicieron que una parte considerable de los fallecidos en los campos fuera debido a infecciones o enfermedades. Otros cuantos utilizaron las vallas electrificadas que los retenían como método para suicidarse.
 
Los experimentos de Mengele
La obsesión del régimen nazi por la raza aria y el “superhombre” hicieron que numerosos científicos alemanes pervirtieran la palabra ciencia hasta extremos inconcebibles. Entre ellos destaca el médico de Auschwitz-Birkenau, Josef Mengele, y los experimentos que llevó a cabo. Desde 1943, utilizó a los prisioneros como conejillos de indias para investigar sus macabras teorías sobre genética y eugenesia. Su trabajo le valió el merecido apodo de ‘ángel de la muerte’.
 
La cara pública de los campos de concentración
Hitler intentó ocultar la verdadera finalidad de los campos de exterminio el máximo tiempo posible. Planteados como simples prisiones para la opinión pública e internacional, el régimen nazi ofrecía una fachada completamente distinta de lo que en realidad estaba pasando. Según documentos de la época, Estados Unidos conocía la existencia de estos campos  y postergó su intervención para centrarse en el desarrollo de la guerra. Las constantes desapariciones y los rumores que se extendían entre la población y los prisioneros empezaron a levantar el velo cuando ya era demasiado tarde.
 
Schindler, las hermanas Touza, Wallenberg e Irena Sendler
Como suele pasar con el ser humano, entre tanta muerte y desolación surgen pequeños rayos de luz. Personajes como el empresario Oskar Schindler, las gallegas hermas Touza, el diplomático sueco Raoul Wallenberg o la enfermera polaca Irena Sendler fueron algunos de esos ángeles protectores que arriesgaron su vida para ayudar a escapar a los presos, la mayoría de ellos judíos. Llamativos resultan los casos de Anton Schmid y Karl Plagge, dos oficiales alemanes que salvaron a miles de judíos de una muerte segura.
 
Auschwitz, el más mortal
De los seis campos de concentración que poseían la categoría de ‘campo de exterminio masivo’, Auschwitz-Birkenau fue el que más muertes causó. Situado a menos de 50 km de Cracovia, estuvo en funcionamiento desde 1940 y en él murieron cerca de 1.1 millones de personas. Además de ser uno de los más grandes, se encuentra prácticamente intacto y es Patrimonio de la Humanidad.
 
Mauthausen, destino de los republicanos españoles
Una de las primeras medidas tomadas por el régimen alemán tras la anexión de Austria en 1938 fue convertir el campo de Mauthausen/Gusen en una prisión para disidentes y opositores políticos. Desde su apertura hasta su cierre, 190.000 personas fueron deportadas a este campo que se especializó en los trabajos forzados para la industria de guerra. Curiosamente, fue el destino de más de 9.000 españoles que se habían exiliado tras la Guerra Civil, muchos de los cuales fueron capturados cuando luchaban junto al Ejército francés o a la Resistencia.
 
15 millones de muertos
Cinco años de barbarie dieron como resultado unos 15 millones de muertos entre fusilados, desaparecidos, víctimas de las cámaras de gas y quién sabe que otros horrores. De esta cifra total, 6 millones eran personas judías. Las víctimas del Holocausto se sumaron a los combatientes y civiles muertos durante el conflicto y llevaron la cifra total de bajas a cifras que varían entre los 60 y los 100 millones.
 
"Les dijimos que eran libres, pero ellos no reaccionaron"
Esta frase forma parte del testimonio de Anatoly Shapiro, soldado soviético que encabezó la avanzadilla encargada de entrar en Auschwitz en 1945. Los campos de concentración y exterminio fueron liberados conforme las fuerzas aliadas avanzaban por el territorio nazi, pero el desconocimiento de la situación de gran parte de los ejércitos hizo que las condiciones en que encontraron a los prisioneros restantes fueran descritas con sorpresa y espanto.
 
Causa directa de la creación de Israel
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de lo ocurrido en los campos, Estados Unidos quiso compensar al pueblo judío por los horrores sufridos durante el conflicto y decidió apoyar el proyecto del hogar nacional que llevaban madurando desde principios del siglo XX. El apoyo de la superpotencia desembocaría en la resolución 181 de las Naciones Unidas, la creación del estado de Israel en territorio palestino y el estallido del conflicto árabe-israelí.
 
El negacionismo
A pesar de las innumerables pruebas físicas, documentales y testimonios que se conservan, tras la Segunda Guerra Mundial surgió un movimiento que se basaba en negar los crímenes cometidos contra la humanidad por parte de los nazis. Este negacionismo varía desde conspiraciones judías, exageraciones propagandísticas de los soviéticos o empecinamientos basados en incongruencias y datos de poca fiabilidad.
 
Día de las víctimas del Holocausto
La ONU declaró el 27 de enero como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, coincidiendo precisamente con el aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau. Además de este homenaje, Europa entera está plagada de monumentos en recuerdo a las víctimas del Holocausto y el propio campo de Auschwitz se ha convertido en un memorándum de los horrores a los que puede llegar el ser humano.
FUENTE INTERNET


Primeira  Anterior  2 a 3 de 3  Seguinte   Última  
Resposta  Mensagem 2 de 3 no assunto 
De: cubanet201 Enviado: 26/01/2020 16:25
 Höss, poco antes de morir en la horca
Rudolf Höss, el Animal de Auschwitz, el hombre que dirigió la más terrible fábrica de matar
Por Matías Bauso
Cuatro soldados polacos lo acompañan. No se escucha ninguna palabra. Sólo el ruido de la suela de las botas, contra las hojas resecas que descansan sobre el suelo. Tampoco se cruzan las miradas. Están cumpliendo una orden. En el medio de los soldados, camina él. Una chaqueta de fieltro con los botones mal abrochados morigera el frío. Los brazos detrás de la espalda con las muñecas atadas. La mandíbula apretada, el pelo prolijamente ordenado, la mirada vacía. Ese hombre va a morir. Al grupo lo recibe otro hombre. Actúa con decisión. Firme, toma de uno de los brazos al prisionero y lo conduce hacia la precaria instalación. No sabemos cuáles son su gestos. Tiene la cabeza cubierta con una capucha. Sólo unos limitados agujeros a la altura de los ojos. El verdugo hace subir al condenado a una horca. Un banquito rústico pero sólido, de cuatro, patas lo espera. Sobre él deberá pararse. Mientras el ejecutor manipula la soga, un cura salesiano inicia una oración.
 
Rudolf Höss, el condenado, la acompaña moviendo los labios pero la su voz es inaudible. De fondo árboles pelados, sin hojas, dan el marco a la fría mañana de invierno. Ya pasaron dos años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Otros soldados polacos se acercaron con cautela y miran la escena de lejos. Cuando el verdugo saca el banquito y se abre la trampa bajo los pies de Höss (el estruendo de la madera, un quejido ahogado, el crujido de algo quebrándose) y su cuerpo queda colgando inerte, alguno de ellos se persigna. Por más asco y odio que ese hombre les provocara, la escena los impresiona. Contrariamente a lo que habían supuesto, no disfrutan el momento. Un hombre ha muerto. Hace unos minutos que nadie se mueve, que nadie habla. Mientras el verdugo inicia las tareas para bajar el cadáver -eso también le corresponde: aunque el condenado ya no pueda verlo él sigue con la capucha puesta-, el cura, en tono monocorde y sin rastros de dolor en su voz, lee un responso.
 
Rudolf Höss creyó, durante unos largos meses, que saldría impune. Que el pasado no lo alcanzaría. En el campo, en medio de las labores que había aprendido dos décadas antes, supuso que el resto de su vida, las siguientes décadas las pasaría labrando la tierra o en algún lejano país de Sudamérica. Pero una patrulla de soldados aliados lo despertó una madrugada a los empujones. El trato no fue amable. Él se hizo el sorprendido. Intentó pretender que no entendía de qué le estaban hablando. Cuando le preguntaron cómo se llamaba, respondió con firmeza, con naturalidad: Franz Lang. Y se señaló las ropas de labriego que tenía puestas. Gritos, empujones, amenazas. Hanns Andersen, quien estaba a cargo de la patrulla, lo conminó a que se quitara el anillo de bodas de su dedo anular. El hombre se negó. El oficial inglés le dijo que si él no se lo quitaba, no iba a tener ningún prurito en cortarle él mismo el dedo. En la parte interior del anillo de oro estaba grabado su nombre verdadero, el de su esposa y la fecha del casamiento. Varios soldados de origen judío de la patrulla empezaron a atacar al flamante prisionero. Recibió una feroz golpiza que el oficial a cargo detuvo antes de que las consecuencias fueran peores. Rudolf Höss, el Comandante de Auschwitz, el Animal de Auschwitz, sería juzgado por un tribunal.
 
Höss había nacido en 1901. Su padre era estricto y creyente. Estaba destinado a ingresar al seminario. Sería sacerdote. Así lo había dispuesto su familia. En sus memorias (Yo, comandante de Auschwitz) dice que el episodio que torció ese rumbo tuvo lugar cuando tenía 13 años. Que en su escuela, en medio de una pelea, empujó a otro escaleras abajo. El chico se rompió el tobillo en la caída. Él confesó su culpa ante el cura. Y no contó nada en su casa. Pero el domingo a la salida de misa, el padre de Höss le dio una paliza a su hijo y lo castigó severamente. El joven se dio cuenta que el sacerdote había violado el secreto de confesión. Según él ese episodio bastó para que su destino se modificara.
 
Lo cierto es que al año siguiente su padre murió repentinamente y él, mintiendo su edad, ingresó en el ejército alemán. La Primera Guerra Mundial había estallado. Su juventud no obstó a que su actuación fuera valerosa y recibiera varios reconocimientos. Se desempeñó en regimientos destinados en Palestina y el norte de África. Cuando a esas tierras lejanas llegaron noticias del armisticio y de la derrota alemana, junto a varios de sus compañeros, decidieron no resignarse a ser apresados por los ingleses. Emprendieron un improbable retorno a su casa que llevó varios meses, implicó numerosos desvíos -pasaron un tiempo inaudito en Rumania, por ejemplo- y muchísimos peligros. Todavía no había cumplido 18 años pero Rudolf Höss ya había sufrido lo suficiente.
 
En 1923 con uno de los líderes de su grupo, Heinrich Himmler, ejecutaron un plan para asesinar a un profesor que según ellos había delatado a un resistente alemán. Höss fue el brazo ejecutor. Y los policías descubrieron su autoría. Lo detuvieron, lo juzgaron y lo encontraron culpable de homicidio. Recibió una pena de 10 años de prisión. Pero en 1928 se benefició de una amnistía general. A principios de la siguiente década se afilió al partido nazi. Y con su decisión y obediencia fue ascendiendo en la jerarquía interna. Himmler, ya muy cercano a Hitler, recordaba viejos tiempos y valoraba su lealtad. En 1934, y ya siendo miembro activo de las SS, lo nombraron Blockführer en el Campo de Dachau. Eso significaba que estaba a cargo de una barraca con varios centenares de detenidos. Allí permaneció tres años, hasta que fue destinado a Sachsenhausen. Se trató de un ascenso. Era el segundo en la jerarquía del campo. Tenía poder decisión y lo ejercía. Un par de años después fue nombrado Comandante de Auschwitz. El ascenso fue veloz y él estaba dispuesto a no defraudar a sus superiores.
 
Hizo todo el cursus honorum en la pirámide de los campos de concentración.
 
En el medio conoció a Hedwig Hensel y se casó. Tuvieron cinco hijos. Tres varones y dos mujeres. Una de ellas, Briggitte, llegó a ser modelo de Balenciaga y varias décadas después contó la historia de su padre y del peso de vivir escapando al pasado.
 
Höss transformó a Auschwitz en un gigantesco conglomerado de muerte. Narró que su preocupación era conseguir que el campo fuera eficiente y que no sucedieran las injusticias que él había presenciado en otros. Lo cierto es que extendió las instalaciones, profundizó el trabajo esclavo (eso era lo que convertía a Auschwitz en eficaz) y eliminó con velocidad a los que no eran aptos para esas labores. Auschwitz pasó a tener tres grandes zonas: el campo de trabajo esclavo, la parte administrativa y el campo de exterminio, en el que quien entraba era asesinado en cuestión de horas. Höss lideró la más brutal fábrica de muerte creada por el hombre. A partir de ese momento fue conocido como el Animal de Auschwitz.
 
En 1941 lo llamaron desde Berlín y le confiaron confidencialmente que Hitler había ordenado la Solución Final, el exterminio total de los judíos. Él lo que hizo fue intentar optimizar los recursos para llevar eso a cabo. Cómo matar más gente en el menor tiempo posible. Así fue probando diferentes métodos. Desde los fusilamientos masivos hasta el gas Zyklon B, que fue introducido por Höss. La utilización de ese gas fue idea de un subalterno suyo, Karl Fritsz. Höss tomó la decisión de ponerla en práctica y se vanaglorió de ello. “Desde que las víctimas morían en las cámaras de gas, la vida en el campo cambió: ya no teníamos que soportar esos terribles baños de sangre que provocaban los fusilamientos”, escribió.
 
A fines de 1943 todo cambió para él. Los Aliados avanzaban, Alemania se desmoronaba y las denuncias sobre su persona se amontonaban en los escritorios de los jerarcas nazis. Una de ellas decía que había embarazado a una de las detenidas, a Eleonore Hodys, y que al enterarse de la situación, la destinó a un calabozo oscuro y de una estrechez tal que en él sólo se podía permanecer de pie. Unas semanas después, la mujer había perdido el embarazo. Varias de esas historias y sospechas de corrupción hicieron que fuera corrido de su cargo. Lo destinaron a un puesto administrativo en la dirección general de campos de concentración. Pero pocos meses después, pasada la tormenta de alguna interna que lo perjudicó, lo volvieron a convocar y fue puesto una vez más al frente de Auschwitz. Una tarea especial y horrorosa le esperaba. Debía liquidar en tiempo récord una carga (porque eso eran para él las personas que arribaban a su lager) voluminosa. Le encomendaron exterminar a 450 mil húngaros. La prolijidad, eficacia e impiedad de Höss volvió a relucir. Se la llamó La Operación Höss. La matanza fue de tal calibre que los enormes crematorios no alcanzaban. Otra vez debieron apilar cuerpos en las fosas comunes. “Matar a la gente no era problema. Podíamos eliminar más o menos a dos mil por hora. Pero la cremación era más lenta y trabajosa. Ese inconveniente nunca lo pudimos resolver”.
 
Él fue también el que ordenó la Marcha de la Muerte. Ante la proximidad del ejército soviético, dispuso la retirada a pie de decenas de miles de prisioneros que ya no tenían fuerzas, ni siquiera estaban provistos de abrigo, que eran un muestrario de enfermedades. Los expuso al frío, al hambre. Los condenó a una muerte segura y dolorosa. Y aquel que flaqueaba, que tropezaba y no se podía levantar, ordenó que fuera ultimado de un disparo para que el ejemplo cundiera. Mientras tanto, Höss pensaba en cómo fugarse. Sabía que de ser apresado su futuro sería escaso. Primero se disfrazó de miembro de la Armada de su país, luego en ciudadano común y finalmente en campesino. Logró estar prófugo más de un año. Llegó a creer que ya no lo encontrarían. Se comunicaba cada tanto con su familia. Cuando todo estuviera más tranquilo ansiaba juntarse con su esposa y sus cinco hijos. Siempre se vanaglorió de ser un hombre de familia, de dejar los problemas del trabajo fuera de su casa (aunque su última casa familiar estuviera dentro del complejo de Auschwitz). “Cuando el espectáculo de lo sucedido en el trabajo me trastornaba demasiado no podía volver a casa con mi familia. Hacía ensillar mi caballo y, cabalgando, me esforzaba por liberarme de mi obsesión. Cuando me invadía el recuerdo de incidentes ocurridos durante el exterminio, entonces salía de casa porque no podía permanecer rodeado por mi familia”, explicó en sus memorias, tratando de crear una imagen en el que el asesino de masas conviviera pacíficamente con el ejemplar padre de familia.
 
Una tarde una patrulla aliada golpeó a la puerta de su casa familiar. Preguntó por su paradero. Ni su esposa ni sus hijos respondieron. Golpearon a los hijos varones y amenazaron con entregárselos a las autoridades soviéticas, que sin dudas los enviarían a Siberia. La madre decidió proteger a sus hijos y les brindó el paradero de su esposo.
 
Luego de la detención fue llevado como acusado a los Juicios de Nüremberg. Allí puso en marcha su táctica defensiva, la misma que emplearía en el proceso en su contra. Él sólo cumplía órdenes emanadas de los altos mandos. No le quedó más remedio que hacerlo. Él con su propias manos jamás había matado a nadie, sostenía. En un momento uno de los fiscales dijo que en su campo de concentración habían asesinado a más de tres millones y medio de personas. Rudolf Höss lo interrumpió, con algo de indignación, pero sin levantar la voz: “Sólo fueron dos millones y medio. El resto murió por enfermedades o por el hambre”.
 
Höss, que se escudó en la sumisión a sus superiores, en el cumplimiento del ordenamiento legal vigente, en la lealtad a su patria actuaba, movido por otras cuestiones. Su búsqueda de poder, de dinero y de éxito era superior a cualquier otro estímulo. Esa ambición desmesurada fue lo que lo impulsó a ascender sin importar las atrocidades que cometiera en el camino.
 
Fue enviado a Polonia para su juzgamiento. Allí, en Auschwitz, en el lugar en que desplegó sus crímenes, fue sentenciado a muerte. El 16 de abril de 1947 se cumplió la condena. La horca en la que fue colgado había sido construida, unos años antes, por orden suya.
 


Resposta  Mensagem 3 de 3 no assunto 
De: cubanolibre Enviado: 27/01/2020 15:45
 



 
©2024 - Gabitos - Todos os direitos reservados