Cuando Adolf Hitler ganó las elecciones en 1933, lo hizo explotando el sentimentalismo más descarnado al que se puede apelar en el ser humano. Las condiciones impuestas a Alemania con el Tratado de Versalles generaron una crisis en el país que solo se vio solventada gracias a la ayuda de Estados Unidos. Cuando el gigante americano cayó con el crack del 29, Alemania se vio sola, rechazando el modelo democrático de Europa occidental y temiendo la inmensa sombra que se extendía desde la Unión Soviética. El pueblo se lanzó a los brazos del partido nazi y su bigotudo mesías que prometía recuperar pasadas glorias mientras asentaba un sistema totalitario basado en un racismo y el odio contra, entre muchos otros, los judíos. Ese odio se vería plasmado a través del horror que supuso el Holocausto nazi.
Nunca se pretendió disimular el rechazo hacia los judíos, negros, homosexuales o gente de izquierdas. Nunca se intentó ocultar el profundo desprecio que la cúpula del partido nazi sentía por todos aquellos que desentonasen o estorbaran en su idea del mundo perfecto. Las primeras represalias llegaron pronto y fueron aumentando paulatinamente pero sin poder ser frenadas. Lo que comenzó como una pérdida de derechos o la obligación de identificarse mediante parches pasó a reclusiones en guetos, asesinatos y desapariciones o expulsiones del territorio. El cénit del ideal nazi llegó con la llamada ‘Solución Final’, una auténtica sistematización del genocidio que rozaba lo industrial.
Poco más de medio siglo nos separa de todos esos horrores que salieron a la luz cuando ya era demasiado tarde; 15 millones de muertos que asfaltan el camino a seguir. El Holocausto llevado a cabo por los nazis se ha convertido en uno de los objetos de estudio y controversia más comunes para los historiadores y la sociedad en general. El cómo se permitió llegar hasta esos extremos o los niveles de crueldad que el ser humano es capaz de alcanzar suscitan tanto temor porque vuelva a suceder como rechazo y negación de los hechos.
Años después de su liberación, las chimeneas y hornos de Auschwitz fueron reconvertidos en un monumento recordatorio de las atrocidades allí cometidas como una metáfora perfecta de que no hay mejor forma de no repetir el pasado que recordándolo.
Antecedentes del antisemitismo europeo
Desde mediados del siglo XIX, por toda Europa se extendió un nuevo odio contra el pueblo judío que reavivaba viejos fantasmas. Acusaciones de ladrones, diferencias religiosas y exclusiones sociales en general dieron lugar a casos tan conocidos como el juicio contra Alfred Dreyfus en Francia. Adolf Hitler, como muchos otros gobiernos europeos, supo vincular sus odios personales con la crisis económica que estaba pasando Alemania tras el Crack del 29. Los judíos se convirtieron en el enemigo al que odiar y culpar de todo.
Los enemigos de la nación
Tras su ascenso al poder, Hitler eliminó cualquier garantía democrática y forjó un estricto régimen en torno a sus ideales. Desde un primer momento, expulsó a determinados colectivos del sistema social y aprovechó su inmenso poder y el descontento de la población para generar un profundo odio contra ellos. Personas discapacitadas, homosexuales, disidentes políticos, negros, gitanos, judíos o religiosos fueron denominados ‘enemigos de la nación’ y se convirtieron en objetivos para las purgas que estaban por venir.
Guetos y parches de colores
Conforme Alemania fue extendiendo sus dominios e influencia, empezó a implantar el mismo sistema discriminatorio que aplicaba en su territorio. Los derechos de todos aquellos que el gobierno nazi consideraba parias o “personas antisociales” se vieron drásticamente diezmados, se impuso un sistema de identificación con parches de colores según su condición y se les empezó a reunir en pequeños guetos bajo una severa vigilancia y en condiciones infrahumanas.
La noche de los cristales rotos, una chispa en el polvorín
En agosto de 1938, Alemania decidió retirar el visado de residencia a los extranjeros y empujó a más de 17.000 judíos hacia Polonia. Como represalia por la situación que estaba viviendo su familia (judíos residentes en Alemania afectados por estas medidas), Herschel Grynszpan disparó a un diplomático alemán en París. El ataque fue aprovechado por el gobierno para incitar a la población, la cual atacó brutalmente cualquier negocio judío, sinagoga o casa de judíos que encontraron. La conocida como ‘noche de los cristales rotos’ dejó 100 muertos y se considera el comienzo del Holocausto nazi.
Antes de la 'Solución Final'
Desde un muy temprano momento, la cúpula del partido nazi dedicó grandes esfuerzos a encontrar la mejor forma de exterminar a todos aquellos colectivos de la sociedad que consideraban problemáticos. Aunque en un primer momento se pensó en fusilamientos y posterior entierro en fosas comunes, esta opción fue descartada por el tiempo y el espacio que necesitaría. También se pensó en un autobús sin ventanas cuyo tubo de escape tenía salida dentro del mismo e intoxicaba a los pasajeros hasta la muerte, pero tampoco salió adelante. El ingenio de la mente humana se puso al servicio de la peor de las motivaciones y fueron muchos los proyectos que se plantearon hasta llegar a la conocida como ‘Solución Final’.
Adolf Eichmann
Aunque no se puede negar el relevante papel que personajes como Himmler o Heydrich jugaron en el proceso de exterminio desarrollado por los nazis, se suele considerar que el principal responsable de la ‘Solución Final’ fue Adolf Eichmann. Tras la Conferencia de Wansee de 1939, Eichmann fue el responsable de coordinar la logística de este terrible proceso y de diseñar y fabricar las cámaras de gas y hornos crematorios. Aunque escapó a Argentina tras la guerra, fue secuestrado por el Mossad y condenado a muerte en Israel en 1962.
El Zyklon B
El Führer y sus socios defendían la pureza de la sangre aria y ni siquiera concedían el estatus de ser humano a judíos, negros, gitanos u homosexuales. Prueba de ello es la elección del veneno empleado en las cámaras de gas. El Zyklon B es un pesticida a base de cianuro que se empleaba en los campos para acabar con insectos o roedores y que provocaba una agónica muerte que podía alargarse por unos 25 minutos. Los prisioneros eran introducidos en las cámaras selladas pensando que iban a ducharse, se les encerraba y se introducía el pesticida por una abertura del techo. Al abrirla, los cuerpos eran revisados en busca de objetos de valor y transportados a los hornos.
Trenes sin parada hacia el infierno
Para poder llevar a cabo su plan genocida, el gobierno nazi diseñó un potente sistema de transporte ferroviario para trasladar prisioneros. El procedimiento más común consistía en entrar por la noche en las casas de las víctimas, darles cinco o diez minutos para recoger algunos objetos personales y llevárselos. Una vez los reunían, los introducían en trenes saturados y eran llevados hasta el campo de concentración asignado. Las condiciones durante el viaje eran completamente insalubres y apenas se les daba comida o agua.
Marcados como ganado
Al llegar a los campos de concentración los prisioneros eran identificados según su “condición” y se les separaba entre aquellos que podrían trabajar y aquellos que serían asesinados inmediatamente. Los que pasaban el primer examen eran despojados de sus pertenencias, se les rapaba el pelo, se les daba un pijama de rayas con un parche identificativo y se les tatuaba un número en el antebrazo. Los prisioneros eran empleados como mano de obra, considerados poco más que animales y explotados hasta que no podían más, momento en que eran dirigidos hacia las cámaras de gas y los hornos.
Canadá
Muchos de los que fueron trasladados a los campos de concentración, especialmente durante sus primeros años, llevaban consigo algunas de sus posesiones más valiosas pensando que podrían necesitarlas tras ser liberados. Al llegar a los campos, se les obligaba a dejarlas en unos almacenes destinados a este fin concreto y que acabaron rebosantes de las riquezas y objetos personales de las víctimas. En este momento, Canadá era visto por los europeos como un país rico y próspero y los prisioneros empezaron a llamar a este sitio donde se acumulaban las riquezas "Canadá".
Los kapos
Aunque los encargados de dirigir los distintos campos de concentración eran los miembros de las SS, era común que utilizaran a algunos de los propios prisioneros como ayudantes. Estos, conocidos entre el resto de presos como “kapos”, solían recibir un trato de favor a cambio de sus servicios y en muchas ocasiones acababan corrompidos por la situación de poder y se convertían en tiranos tan crueles como sus superiores alemanes. Su colaboración no les salvó, ya que eran ejecutados periódicamente junto a los prisioneros encargados de los hornos crematorios (los sonderkomando).
Hambre, enfermedades, trabajo y balas
Además de las durísimas jornadas de trabajos forzosos a las que eran sometidos, los prisioneros de los campos de concentración debían aguantar los abusos de sus captores, quienes podían decidir asesinarles en cualquier momento. Las raciones de comida recibidas eran mínimas y los barracones en los que dormían estaban saturados. Las condiciones en las que vivían hicieron que una parte considerable de los fallecidos en los campos fuera debido a infecciones o enfermedades. Otros cuantos utilizaron las vallas electrificadas que los retenían como método para suicidarse.
Los experimentos de Mengele
La obsesión del régimen nazi por la raza aria y el “superhombre” hicieron que numerosos científicos alemanes pervirtieran la palabra ciencia hasta extremos inconcebibles. Entre ellos destaca el médico de Auschwitz-Birkenau, Josef Mengele, y los experimentos que llevó a cabo. Desde 1943, utilizó a los prisioneros como conejillos de indias para investigar sus macabras teorías sobre genética y eugenesia. Su trabajo le valió el merecido apodo de ‘ángel de la muerte’.
La cara pública de los campos de concentración
Hitler intentó ocultar la verdadera finalidad de los campos de exterminio el máximo tiempo posible. Planteados como simples prisiones para la opinión pública e internacional, el régimen nazi ofrecía una fachada completamente distinta de lo que en realidad estaba pasando. Según documentos de la época, Estados Unidos conocía la existencia de estos campos y postergó su intervención para centrarse en el desarrollo de la guerra. Las constantes desapariciones y los rumores que se extendían entre la población y los prisioneros empezaron a levantar el velo cuando ya era demasiado tarde.
Schindler, las hermanas Touza, Wallenberg e Irena Sendler
Como suele pasar con el ser humano, entre tanta muerte y desolación surgen pequeños rayos de luz. Personajes como el empresario Oskar Schindler, las gallegas hermas Touza, el diplomático sueco Raoul Wallenberg o la enfermera polaca Irena Sendler fueron algunos de esos ángeles protectores que arriesgaron su vida para ayudar a escapar a los presos, la mayoría de ellos judíos. Llamativos resultan los casos de Anton Schmid y Karl Plagge, dos oficiales alemanes que salvaron a miles de judíos de una muerte segura.
Auschwitz, el más mortal
De los seis campos de concentración que poseían la categoría de ‘campo de exterminio masivo’, Auschwitz-Birkenau fue el que más muertes causó. Situado a menos de 50 km de Cracovia, estuvo en funcionamiento desde 1940 y en él murieron cerca de 1.1 millones de personas. Además de ser uno de los más grandes, se encuentra prácticamente intacto y es Patrimonio de la Humanidad.
Mauthausen, destino de los republicanos españoles
Una de las primeras medidas tomadas por el régimen alemán tras la anexión de Austria en 1938 fue convertir el campo de Mauthausen/Gusen en una prisión para disidentes y opositores políticos. Desde su apertura hasta su cierre, 190.000 personas fueron deportadas a este campo que se especializó en los trabajos forzados para la industria de guerra. Curiosamente, fue el destino de más de 9.000 españoles que se habían exiliado tras la Guerra Civil, muchos de los cuales fueron capturados cuando luchaban junto al Ejército francés o a la Resistencia.
15 millones de muertos
Cinco años de barbarie dieron como resultado unos 15 millones de muertos entre fusilados, desaparecidos, víctimas de las cámaras de gas y quién sabe que otros horrores. De esta cifra total, 6 millones eran personas judías. Las víctimas del Holocausto se sumaron a los combatientes y civiles muertos durante el conflicto y llevaron la cifra total de bajas a cifras que varían entre los 60 y los 100 millones.
"Les dijimos que eran libres, pero ellos no reaccionaron"
Esta frase forma parte del testimonio de Anatoly Shapiro, soldado soviético que encabezó la avanzadilla encargada de entrar en Auschwitz en 1945. Los campos de concentración y exterminio fueron liberados conforme las fuerzas aliadas avanzaban por el territorio nazi, pero el desconocimiento de la situación de gran parte de los ejércitos hizo que las condiciones en que encontraron a los prisioneros restantes fueran descritas con sorpresa y espanto.
Causa directa de la creación de Israel
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de lo ocurrido en los campos, Estados Unidos quiso compensar al pueblo judío por los horrores sufridos durante el conflicto y decidió apoyar el proyecto del hogar nacional que llevaban madurando desde principios del siglo XX. El apoyo de la superpotencia desembocaría en la resolución 181 de las Naciones Unidas, la creación del estado de Israel en territorio palestino y el estallido del conflicto árabe-israelí.
El negacionismo
A pesar de las innumerables pruebas físicas, documentales y testimonios que se conservan, tras la Segunda Guerra Mundial surgió un movimiento que se basaba en negar los crímenes cometidos contra la humanidad por parte de los nazis. Este negacionismo varía desde conspiraciones judías, exageraciones propagandísticas de los soviéticos o empecinamientos basados en incongruencias y datos de poca fiabilidad.
Día de las víctimas del Holocausto
La ONU declaró el 27 de enero como el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, coincidiendo precisamente con el aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau. Además de este homenaje, Europa entera está plagada de monumentos en recuerdo a las víctimas del Holocausto y el propio campo de Auschwitz se ha convertido en un memorándum de los horrores a los que puede llegar el ser humano.
FUENTE INTERNET