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General: Víctimas del Homocausto: los homosexuales durante el nazismo
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 26/01/2020 16:52
 
El triángulo rosa fue el principal distintivo de los homosexuales dentro de los campos nazis
Víctimas del Homocausto: los homosexuales durante el nazismo
        El nazismo dejó tras de sí millones de muertos y una cifra incalculable de víctimas. Entre las más olvidadas se encuentran las personas LGTB —sobre todo los gays, quienes sufrieron los mayores rigores de la persecución—, una población que vivió una dura represión y no recibió reconocimiento hasta prácticamente el siglo XXI.
 
El Holocausto nazi supuso uno de los mayores genocidios en toda la Historia de la humanidad. Estuvo dirigido principalmente contra judíos, eslavos, gitanos, discapacitados, testigos de Jehová, opositores al régimen y homosexuales varones; en total, una cifra de varios millones de muertos de difícil cuantificación debido a la disparidad de criterios en la definición y, sobre todo, la insuficiente documentación. Individualizar el número de víctimas de cada uno de estos colectivos tampoco resulta una tarea sencilla; en el caso de los hombres homosexuales, las investigaciones de Rüdiger Lautmann arrojan el resultado de que entre 1935 y 1943 casi 50.000 civiles homosexuales —de unos 100.000 arrestados— fueron condenados a prisión en virtud del infame párrafo 175 del Código Penal prusiano, que penaba las relaciones sexuales entre varones, y entre 5.000 y 15.000 condenados y detenidos en prisión preventiva fueron a parar a campos de concentración, donde su índice de mortalidad rondaba el de los judíos —en torno al 60%— a pesar de no existir una vocación tan expresa de eliminar a los homosexuales.
 
Estas cifras, comúnmente admitidas, están, sin embargo, incompletas. Debido a la escasez de registros y a la destrucción de archivos durante las últimas semanas de vida de los campos, no existen datos de condenas entre 1943 y el final del régimen en 1945. Tampoco se incluyen las condenas a homosexuales basadas en otros artículos utilizados alternativamente al 175 ni las cifras de homosexuales internados sin sentencia o con distintivos diferentes al triángulo rosa ni las ejecuciones sumarias o selectivas en el ejército, las calles o al ingresar en los campos ni las pérdidas en el frente de homosexuales condenados. Por último, están sin cuantificar las víctimas de las esterilizaciones, experimentos médicos e internamientos psiquiátricos, muchos de los cuales acabaron en muerte. Así, distintos investigadores dan cifras bastante superiores, desde 200.000 hasta el millón; el propio Rudolf Höss, después comandante de Auschwitz, afirmaba haber supervisado el exterminio de dos millones de homosexuales en Dachau.
 
Los supervivientes gays conocidos del Holocausto fueron menos de una veintena. Gracias a sus relatos y diversas investigaciones, ha sido posible recrear la vivencia de las personas LGTB durante el III Reich. Sin embargo, la escasez y la fiabilidad incierta de datos y relatos aconsejan cautela a la hora de aproximarse a un tema más bien desconocido y con un gran riesgo de caer en el victimismo.
 
El edén perdido
El Código Napoleónico de 1810 fue el primero de la Historia en despenalizar las relaciones entre personas del mismo sexo al considerarlas un delito “imaginario”. Siguiendo la Ilustración francesa, las legislaciones de Baviera y Hanóver hicieron lo mismo en 1813 y 1840, respectivamente; de hecho, varios territorios alemanes contaron con soberanos homosexuales durante los siglos XVIII y XIX. Tras la guerra franco-prusiana (1870-1871), el káiser Guillermo I de Alemania instauró el II Reich y extendió a todo el Imperio alemán el Código Penal prusiano, cuyo artículo 175 castigaba con penas de prisión y pérdida de los derechos civiles “la fornicación contra natura realizada entre hombres o de personas con animales”. A lo largo de más de medio siglo, convivirían en la sociedad y la política alemanas dos tendencias: una conservadora, respaldada por las nacientes teorías psiquiátricas de higiene social —que posteriormente servirían de sustento científico para la “Solución final”—, que exigía la extensión de la prohibición a las mujeres, así como al aborto, la prostitución, la emancipación femenina y la pornografía, y una de corte progresista, que permitió cierta laxitud en la aplicación de la ley durante la República de Weimar y el nacimiento del primer movimiento por la emancipación homosexual.
 
Ya en los años 60 del siglo XIX, el abogado Karl Heinrich Ulrichs había acuñado el término uranista para referirse a los varones homosexuales y se manifestó públicamente a favor del fin de su criminalización. Durante el cambio de siglo, el psiquiatra Magnus Hirschfeld continuó la lucha de Ulrichs y, con la ayuda de los socialdemócratas y comunistas, consiguió el apoyo parlamentario para la reforma penal, que se vio frustrada en el último momento por la crisis financiera que sucedió al crack de 1929. El clima social, efectivamente, era el idóneo: al igual que en otros países europeos, los “felices años 20” estuvieron marcados por el intenso desarrollo de una cultura uranista —sobre todo en la capital—, con locales, fiestas y publicaciones propios y organizaciones políticas, culturales y sociales que contaban con decenas de miles de miembros —se calcula que en Alemania había unos 1,2 millones de hombres homosexuales en 1928—. Pero no todo era tan brillante en este edén: cada año cientos de hombres eran encarcelados en virtud del párrafo 175 y comenzaban a fraguarse grupúsculos ultranacionalistas que llegaron a atacar en varias ocasiones a Hirschfeld y a asesinar al ministro de Exteriores Walther Rathenau —significativamente, ambos judíos y homosexuales, aunque hubiera otros motivos detrás de los ataques— y que conformarían la base para el Partido Nacionalsocialista.
 
Durante la breve utopía uranista de la posguerra —entre 1914 y 1918 había tenido lugar la I Guerra Mundial—, se desarrolló de forma paralela un movimiento reaccionario espoleado por las imposiciones a Alemania y la situación económica y laboral en los años 30, que favorecían una retórica populista basada en promesas y el señalamiento de los “enemigos de la nación”. Aunque el Partido Nacionalsocialista no consiguió una mayoría suficiente para gobernar, el presidente Hindenburg nombra canciller a Adolf Hitler el 30 de enero de 1933. Un mes después, Hitler se arroga por decreto presidencial poderes de emergencia tras el incendio provocado del Reichstag —Parlamento alemán—. Si una semana antes algunas de sus primeras medidas habían sido prohibir la prostitución y las organizaciones y locales de homosexuales, durante el mes de marzo prohibirá asimismo el nudismo y la pornografía y comenzarán a abrirse los primeros campos de concentración. Un mes después se crea la Gestapo —la ‘Policía Secreta del Estado’— y a principios de mayo son detenidos los líderes de los principales sindicatos, se destruye el Instituto para la Ciencia Sexual de Hirschfeld y se quema su archivo —aunque posiblemente varios documentos comprometedores pasaron antes a manos de la Gestapo—. Durante los siguientes meses, se producirán redadas y cierres forzosos de locales de ambiente, que se reabrirán temporalmente durante las Olimpiadas de Berlín en 1936 para dar una imagen de apertura ante los visitantes.
 
El mito de los nazis gays
Pese a las primeras alarmas que habían despertado estas rápidas medidas del nuevo líder, la población LGTB alemana encontraba cierta seguridad en la figura de Ernst Röhm, comandante del grupo paramilitar de los camisas pardas o Sección de Asalto (SA). Aunque tuvieron sus desencuentros, Röhm había sido uno de los padrinos políticos de Hitler y su homosexualidad era de dominio público; de hecho, su autoritarismo rezumaba un culto castrense a la virilidad no insólito en otros movimientos dirigidos por hombres fuertes. Es por ese motivo por lo que la SA se asociaba con una particular presencia de homosexuales —según Hirschfeld, varios se encontraban entre sus expedientes destruidos—, una creencia ampliamente explotada por los detractores antifascistas y posteriormente utilizada en una suerte de revisionismo homófobo que sobrestima la supuesta homofilia nazi mientras ignora convenientemente que la mayoría de los SA no eran homosexuales, que todos los líderes nazis a excepción de Röhm eran —en principio— heterosexuales y que el nazismo defendía, ante todo, una visión extrema de la heterosexualidad basada en la familia tradicional y la misoginia, hasta el punto de que persiguió duramente la homosexualidad dentro y fuera de sus filas.
 
Röhm aspiraba a convertirse en el segundo hombre fuerte del Reich mientras expandía su fuerza paramilitar a expensas del Ejército regular —Reichwehr, luego renombrado Wehrmacht o ‘Fuerza de Defensa’—. Hitler, que necesitaba el apoyo militar para su proyecto imperial, urdió un plan junto con Hermann Göring —su mano derecha— y Heinrich Himmler —líder de la Gestapo y las SS o ‘Escuadras de Protección’— y el 30 de junio de 1934 pusieron en marcha la Operación Colibrí, más conocida como la Noche de los cuchillos largos, en la que asesinaron a decenas de miembros de la SA y otros posibles opositores bajo el pretexto de frustrar un golpe de Estado en germen. Röhm ya no era útil, suponía una amenaza, y los conspiradores justificaron la purga por la supuesta extensión de la homosexualidad entre los paramilitares, como ya hicieran antes con Van der Lubbe —el incendiario del Reichstag— y repetirían para intentar destituir al comandante de las fuerzas terrestres, Werner von Fritsch. La misma estrategia sirvió para el encierro de intelectuales y miembros de organizaciones católicas. Con una opinión pública impertérrita ante la masacre, daba comienzo la radicalización del régimen; el mismo día que Röhm fue asesinado Hitler ordenó purgar el Ejército, temeroso de la existencia de una “orden secreta del tercer sexo”.
 
Cuando Hitler robó el conejo rosa
Con el fallecimiento del presidente Hindenburg, Hitler asume la jefatura del Estado mediante un decreto ilegal ratificado en referéndum. Bajo el mandato del ahora Führer, la escalada antihomosexual del régimen se disparó: en octubre de 1934 la Gestapo ordena a todas las comisarías entregar las listas rosas de homosexuales, lo que le permitiría identificar, arrestar, interrogar y chantajear con mayor facilidad. Aparte de la vigilancia de locales, urinarios públicos y parques, la causa más frecuente de detención de homosexuales —eminentemente varones— fueron las denuncias de conocidos y las delaciones por otros homosexuales interrogados, de tal manera que hasta los simples rumores hacían recaer la carga de la prueba sobre el acusado. Las detenciones y los interrogatorios se realizaban sin orden judicial ni garantías procesales y la intimidación y la tortura estaban a la orden del día; algunas declaraciones de culpabilidad firmadas “sin coacciones” resultaban ilegibles por las manchas de sangre.
 
Ese mismo mes Himmler crea una división especial dentro de la Gestapo para perseguir a los homosexuales, que dos años después será absorbida por la Oficina Central del Reich para Combatir el Aborto y la Homosexualidad u Oficina Especial. Himmler estaba obsesionado con la pureza y la perpetuación de la raza aria, por lo que le preocupaban los bajos índices de natalidad ante la demanda de mano de obra y soldados. Si bien promovió medidas eugenésicas como la eliminación de los homosexuales varones —siempre presentes en sus discursos como síntoma de la degeneración del país—, las lesbianas y algunos jóvenes gays pudieron salvarse gracias a su valor para los intereses demográficos del régimen. Otras de las medidas promovidas para mejorar las cifras de fertilidad fueron ascender a los funcionarios que se casaran jóvenes, ayudas a la maternidad, la creación o tolerancia de prostíbulos y el secuestro de niños y mujeres de países vecinos para germanizarlos y llevar a cabo programas de reproducción selectiva.
 
Durante los años siguientes, la situación solo empeora. En el aniversario del asesinato de Röhm el párrafo 175 se endurece como parte de las llamadas leyes de Núremberg: las penas aumentan y el texto de la ley se vuelve amplio y difuso —cubre desde abrazos hasta miradas lujuriosas—, lo que, sumado a la arbitrariedad judicial, supone un incremento de las causas. Aunque la mayoría de ellas involucraron previsiblemente a hombres homosexuales, sin duda también debieron de afectar —en una medida incuantificable— a hombres bisexuales e incluso heterosexuales. En cuanto a las mujeres, existen muy pocos casos de condenas; aunque evidentemente había lesbianas en los campos de concentración, la mayoría estaba allí por otros motivos. Además de las otras consecuencias para la población LGTB en general —cierre de locales, clandestinidad, éxodo, soledad, matrimonios de conveniencia…—, tuvieron graves problemas laborales y, en algunos casos, fueron víctimas de violencia y explotación sexual o internadas en psiquiátricos. Por último, el caso de la población trans es particular: si bien la destrucción del Instituto Hirschfeld supuso un varapalo para una comunidad naciente, que hubo de exiliarse, resignarse a vivir en la clandestinidad o afrontar los rigores del nuevo régimen, el travestismo no era una práctica infrecuente entre los soldados nazis a principios de los 40. No obstante, en 1941 Himmler ordenaría la ejecución o encarcelamiento —según la gravedad— de todos los SS que tuvieran un “comportamiento indecente con otro hombre” y el ministro de Justicia decretaría un año después la pena de muerte para los homosexuales.
 
La vida en los campos de concentración
Particularmente después del asesinato de Röhm, miles de hombres homosexuales fueron a parar a los campos de concentración. En los años siguientes, Himmler ordena enviar a los homosexuales a los campos de exterminio —los llamados campos de nivel tres o “molinos de huesos”—, en algunos casos sin condena o tras haber sido absueltos y en otros previo paso por prisión; incluso hubo homosexuales que, después de cumplir su condena, fueron enviados a los campos en “custodia protectora” o estuvieron sujetos a un régimen de “vigilancia policial planificada” que limitaba su movilidad. Al contrario de lo que se suele pensar, no todos los campos de exterminio tenían como objetivo inmediato el asesinato de los prisioneros; en muchos casos, se trataba de una consecuencia premeditada del trabajo forzado, con lo que se combinaba el castigo —la tortura física y psicológica y, finalmente, la muerte— con el imperativo de eficiencia bélica, sobre todo a partir de los 40, cuando el contexto de guerra lleva además a una mayor cautela documental y a órdenes menos explícitas respecto al genocidio.
 
Al ocupar el escalafón ínfimo dentro de la jerarquía de los campos, los presos marcados con el triángulo rosa no solían medrar y ejecutaban las labores más duras en peores condiciones, por lo que eran más prescindibles y su tasa de supervivencia, menor. Para perjudicar a un interno, bastaba con sugerir que era homosexual, ya que eran objeto de maltratos, violaciones y torturas especiales, tanto por vigilantes como por presos, además de ejecuciones y experimentos. Miles de homosexuales sufrieron castraciones, ya fuera debido a campañas de esterilización masiva o “voluntariamente” bajo falsas promesas de libertad o amenazas de internamiento. Otros eligieron convertirse en carne de cañón para el frente o en protegidos de los kapos y oficiales a cambio de favores sexuales —especialmente los eslavos jóvenes, homosexuales o no—; algunos de ellos llegaron a contar con auténticos harenes de menores. Esto demuestra que, independientemente de su orientación sexual, las relaciones sexuales entre presos y entre estos y los SS estaban a la orden del día —algo que Himmler trataría de atajar instalando burdeles en algunos campos— y que la homofobia se dirigía principalmente contra los triángulos rosas.
 
El triángulo rosa fue el principal distintivo de los homosexuales dentro de los campos nazis. 
En el sistema de etiquetado de los presos, los triángulos tenían unos cinco centímetros de base; en cambio, el distintivo rosa de los homosexuales era uno o dos centímetros mayor para que fuera más visible —en el campo de Flosenburgo, llegarían a ser casi el doble de grandes y con un listón amarillo de doce centímetros—. Anteriormente se habían utilizado brazaletes amarillos con la letra A impresa —de Arschficker, literalmente ‘follaculos’—, grandes lunares negros y el número 175, así como cintas azules en Schirmeck. Algunos triángulos rosas fingían ser comunistas cuyo distintivo rojo había perdido el color; otros consiguieron hacerse con otras insignias e incluso hubo quienes preferían la estrella amarilla de David. En la jerarquía de los campos, el homosexual ocupaba el último lugar entre los infrahombres, pero, a diferencia de los gitanos y los judíos, carece de un término propio para referirse a su genocidio. A menudo segregados dentro de los campos y con prohibiciones especiales, como la de no confraternizar entre sí, sus peores condiciones, su heterogeneidad, su reducido porcentaje en los campos y un clima de miedo a las delaciones y de represión impidieron una verdadera solidaridad de grupo, como la de otros triángulos.
 
Las víctimas del Homocausto
Aunque el régimen nazi supo ocultar hasta el fin de la guerra la verdadera naturaleza de los campos e intentó borrar las huellas de sus crímenes, el silencio posterior de los investigadores respecto a la persecución de las personas LGTB fue clamoroso. La homosexualidad seguía estando mal vista e incluso castigada en algunos países europeos; de hecho, los aliados enviaron a algunos homosexuales a prisión a cumplir su pena sin considerar el tiempo en los campos —a diferencia de los ex-SS, cuyo trabajo se tuvo en cuenta para el cómputo de las pensiones—. Hasta 1969, el artículo 175 siguió en vigor y supuso más de 47.000 condenas en Alemania. Muchos tuvieron dificultades laborales y personales por ser oficialmente delincuentes con antecedentes sexuales y sufrieron el ostracismo, el negacionismo, el silencio y la vergüenza, cuando no directamente la violencia física y verbal.
 
El Gobierno alemán se resistió durante décadas a cualquier monumento en memoria de las víctimas LGTB; en los actos conmemorativos podían escucharse gritos homófobos y los homosexuales evitaban visibilizarse. Hasta la segunda mitad de los 80, se les denegó el estatus de víctimas del nazismo y, por tanto, cualquier tipo de indemnización, que solamente consiguieron a iniciativa de los partidos verde y socialdemócrata y después de trabas burocráticas insólitas y litigios; en consecuencia, muy pocos recibieron compensación: la mayoría murió antes o ni lo intentó. En 2000 se produjo la primera disculpa oficial y en 2002 se concedió el perdón retroactivo para las sentencias nazis; la compensación por todas las posteriores ha tenido que esperar hasta 2019. Aún hoy existe cierta resistencia a reconocer la persecución de las personas LGTB durante la dictadura y se desconocen las dimensiones de la diáspora LGTB que provocó el nazismo, pero el triángulo que tantos lucieron en sus chaquetas y pantalones se ha convertido en un símbolo de activismo y de lucha contra el olvido.
 
ACERCA DEL AUTOR
Nacho Esteban - Castellonense de nacimiento, madrileño por adopción (1992). Graduado en Derecho y Periodismo (URJC), Máster en Ciencia del Lenguaje (UNED) y estudiante de Lengua y Literatura Españolas (UNED). Activista LGTB. Me interesa todo lo que tenga que ver con la lengua, medios de comunicación y discriminación.
 
Espectáculo travesti de soldados nazis


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De: cubanolibre Enviado: 27/01/2020 15:40
 
 


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanolibre Enviado: 27/01/2020 15:56
HISTORIAS
        Auschwitz fue el campo de concentración y exterminio más brutal y más masivo de los instalados por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Según estadísticas del Museo del Holocausto de Buenos Aires, 1.100.000 personas fueron asesinadas en ese campo, uno de los cuatro que el régimen encabezado por Adolf Hitler instaló en el territorio que ocupó fuera de Alemania.
 
Más de un millón de esas víctimas fueron judíos. También fueron asesinados polacos no judíos, prisioneros de guerra soviéticos, homosexuales, gitanos y testigos de Jehová. El campo, compuesto por tres complejos principales y con alrededor de 40 “sub-campos”, empezó a funcionar como sitio de concentración, trabajo forzado y exterminio en 1940. El 27 de enero de 1945 los Aliados liberaron Auschwitz.
 
La localidad polaca anexada por los alemanes se llamaba Oswiecim. Fueron los nazis los que renombraron la zona como Auschwitz. En los suburbios, 43 kilómetros al oeste de Cracovia, se desarrolló el campo de concentración y exterminio. En un principio utilizaron las barracas de ladrillo que habían pertenecido al ejército polaco, y luego el régimen expandió las instalaciones destinadas al genocidio: desde complejos fabriles y granjas en las que obligaban al trabajo esclavo hasta cámaras de gas y crematorios masivos. Para llevar a cabo su plan, el nazismo expropió y demolió unas mil casas.
 
El régimen nazi se valió del tendido ferroviario europeo para llevar a cabo su plan de exterminio. En esa red, Auschwitz fue uno de los puntos principales a los que llegaban vagones de carga y de pasajeros con los prisioneros que serían forzados a trabajar o directamente asesinados. En los vagones, habitualmente sellados para que nadie lograra huir, se sometía a las personas capturadas al hambre, temperaturas extremas y condiciones de higiene inviables. Solía haber un solo balde para que todos resolvieran sus necesidades fisiológicas. Por tren se trasladó a más de un millón de prisioneros: se les decía que iban a trabajar, aunque en general directamente se los mataba. El Ministerio de Transporte alemán coordinaba los itinerarios de las víctimas: el uso del tren fue especialmente intensivo luego de que el nazismo dispusiera la autoproclamada “solución final” que desencadenó el exterminio masivo de judíos a partir de 1942.
 
Destinado a torturar, someter al trabajo esclavo y asesinar, Auschwitz fue creciendo para cumplir con su objetivo de exterminio. A las barracas del ejército polaco que sirvieron para encerrar a los primeros prisioneros se les sumaron nuevas construcciones con esos fines y también destinadas a la ejecución de las víctimas. Dado ese crecimiento, el nazismo dividió el espacio en tres campos. Las SS -organismo a cargo de la policía y de control del nazismo- coordinaban el funcionamiento de Auschwitz, que llegó a tener más de cuarenta “sub-campos” bajo su órbita.
 
Según estimaciones del Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá de Jerusalém, Yad Vashem, en ese campo fueron asesinados más de un millón de judíos, 70.000 polacos no judíos, 25.000 gitanos y 15.000 prisioneros de guerra soviéticos. Además hubo otros grupos perseguidos, como homosexuales, testigos de Jehová y personas con discapacidad.
 
Los vagones del terror
Estos vagones de mercancías empleados por la Red Ferroviaria Nacional de Alemania para transportar alimentos, ganado y otros artículos fueron usados durante la guerra para deportar prisioneros a los campos de Auschwitz.
 
Auschwitz I
Campo principal
Auschwitz I fue el campo de concentración original, a partir del cual empezaron a crecer otros anexos. Las primeras víctimas fueron ciudadanos polacos, especialmente intelectuales, y también prisioneros de guerra soviéticos. El campo llegó a encerrar a entre 15.000 y 20.000 personas a la vez: había allí una cámara de gas destinada a la matanza masiva de personas.
 
Escape imposible
Alambrados electrificados y francotiradores de las SS que disparaban a quienes se acercaban al perímetro hacían prácticamente imposible la fuga del campo.
 
Auschwitz II
Birkenau
Auschwitz-Birkenau, o Auschwitz II, fue el campo de concentración y exterminio en el que la crueldad nazi llegó a su máxima expresión. Allí llegó a haber hasta 90.000 prisioneros hacia 1944 y fue donde se concentró la mayor cantidad de asesinatos del régimen encabezado por Hitler. El nazismo montó cuatro crematorios y usó dos antiguas granjas como cámaras de gas en las que se exterminaba a través del uso de Zyklon B, una sustancia letal.
 
El campo de Auschwitz II
La construcción del campo de concentración comenzó en octubre de 1941. Poco tiempo después se decidió usarlo como campo de exterminio. Fue construido sobre terreno pantanoso y expuesto. La edificación se llevó a cabo por etapas, siendo el objetivo final alojar alrededor de 200.000 prisioneros. Participaron en su construcción prisioneros de guerra soviéticos y presos polacos y judíos.
 
Las barracas de Birkenau
Originalmente diseñadas para albergar 550 prisioneros cada una, esta cifra se llegaba a duplicar lo que provocaba pésimas condiciones sanitarias que elevaron el índice de mortalidad entre los prisioneros.
 
La cámara de gas y los crematorios
En 1943 comenzaron a funcionar en Birkenau cuatro instalaciones destinadas a exterminar de forma más eficiente a los prisioneros. Podían cremar unas 4 mil personas diarias. Durante la primavera de 1944, esta cifra llegó a superar las 10000.
 
Auschwitz III
Monowitz - Auschwitz III, también llamado Monowitz, fue centralmente usado como un campo de trabajo forzado. En esa zona los prisioneros eran obligados a llevar a cabo tareas para la planta química Buna-Werke de la industria alemana IG Farben. Entre otras actividades, la firma producía combustibles y goma sintética, pero en determinado momento se vieron obligados a participar de la fabricación del gas letal Zyklon B que luego se aplicaba en las cámaras para asesinarlos. Cuando los prisioneros de Monowitz se debilitaban o enfermaban de forma irreversible eran trasladados a Auschwitz-Birkenau para su ejecución.
 
El campo de Auschwitz III
Activo desde octubre de 1942, fue concebido como un campo de trabajo forzado al servicio del fabricante de caucho sintético IG Farben. En la práctica fue también campo de concentración y campo de exterminio. Las tropas de las SS cobraban salarios de IG Farben por el trabajo realizado por los prisioneros de Monowitz.
 
Según el Museo del Holocausto de Buenos Aires, 1.100.000 personas fueron exterminadas en Auschwitz. Más de un millón de las víctimas eran judíos. También se ejecutó a 15.000 prisioneros de guerra soviéticos, 25.000 gitanos, 70.000 polacos, así como a homosexuales, testigos de Jehová y personas con discapacidad, entre otras víctimas.
 
A 75 años, ¿cómo se recuerda el Holocausto en Buenos Aires?
 
A partir de 2005, Naciones Unidas determinó que el 27 de enero sería el día Internacional de la Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. 75 años después de la liberación de Auschwitz por parte de las tropas soviéticas, en Argentina la memoria sigue viva y tiene una función pedagógica: hay que conocer las atrocidades de la Historia para que no se vuelvan a repetir.
 
En Buenos Aires, el Museo del Holocausto es uno de los centros de investigación y exposición que a través de objetos, documentos y testimonios da cuenta del proceso de exterminio llevado a cabo por el nazismo. Inaugurado a mediados del año 2000, es la principal institución en materia de archivo, investigación y contacto con sobrevivientes.
 
Después de dos años de trabajo intenso, el 1 de diciembre se realizó la reinauguración –en febrero se informará sobre los días y horarios en que se puede visitar–. Entre las novedades, se incorporó tecnología que habilita una mayor cantidad de opciones para aprender sobre la tragedia, y la ampliación de 988 m2 que antes estaban en desuso. La inauguración contó con un mensaje del entonces presidente Mauricio Macri y líderes políticos de los principales partidos opositores. Fue una empresa que costó cuatro millones y medio de dólares, financiada por donantes, empresas y por la Ciudad de Buenos Aires a través del programa de mecenazgo.
 
“En materia de memoria, Argentina es vanguardia en América Latina”, explicó a DEF Jonathan Karszenbaum, director del Museo. “Ha tenido una política de estado consistente: a pesar de los distintos signos políticos, fue una auténtica política de Estado porque todos los gobiernos han mantenido un compromiso, ya sea con programas educativos o a través de impulsar leyes de recordación, con actos conmemorativos y con organizaciones de la sociedad civil como el Museo”.
 
Además, se incorporaron piezas que antes no eran exhibidas. Una de ellas es un rollo de la Torá de más de 800 años que tuvo un recorrido particular. Durante el Holocausto fue protegido por vecinos musulmanes que lo devolvieron a judíos sobrevivientes en la Isla de Rodas, y en la década del ‘80 los sobrevivientes los trajeron a Buenos Aires, a la comunidad Chalom, y la comunidad lo cedió al Museo en comodato para poder exhibirlo. “Nosotros buscamos destacar a aquellos que en medio de la persecución y exterminio extendieron una mano solidaria para proteger un documento tan valioso”, destacó Karszenbaum. También se cuenta con el salvoconducto –así se denomina a los documentos falsos elaborados en 1945 para que los desplazados y apátridas pudieran encontrar asilo en otros países– con el que Eichmann ingresó a la Argentina bajo el falso nombre de Ricardo Kleiment. En general, los objetos acompañan la narrativa del Holocausto, que es lo principal.
 
Otra institución de relevancia para recordar el Holocausto es el Centro Ana Frank Argentina. La historia de Ana Frank, adolescente judía que se escondió de los nazis en 1942 durante la ocupación de los Países Bajos y fue descubierta 2 años después, es un caso emblemático en todo el mundo. En el barrio de Coghlan se encuentra la primera institución miembro de la Casa Ana Frank en América Latina, donde además de la muestra permanente se suelen realizar presentaciones de libros y charlas.
 
“Trabajamos con una línea de tiempo para alternar el contexto histórico con la historia específica de la historia de Ana Frank. Trabajamos también con la representación escenográfica del escondite de Ana Frank, una réplica del que se encuentra en la casa original en Holanda”, explicó a DEF Victoria Penas, guía del Centro ubicado en la calle Superí.
 
Memoria y pedagogía
Uno de los objetivos prioritarios de ambos museos es educar a los más jóvenes. Además de recibir visitas de colegios durante el año, el Museo del Holocausto cuenta con el Proyecto Aprendiz, una travesía conjunta entre un sobreviviente y un joven, precedida por una capacitación integradora. Los encuentros transcurren en un marco íntimo y personal, elegido por ellos mismos. El sobreviviente comunica lo que sabe, lo que recuerda, quién ha sido y quién es, y el aprendiz se compromete a incorporar el relato y su esencia para transmitirlo en forma oral durante mucho tiempo más.
 
Por su parte, el Centro Ana Frank tiene un fuerte vínculo con la tarea pedagógica, tanto por la historia de vida de la joven Frank como por los recursos escenográficos que facilitan la empatía, el asombro y finalmente la reflexión por parte de los estudiantes que realizan la visita guiada.
 
“El desafío es que entiendan que la democracia no es algo que se dé por sentado y que por esa ausencia de democracia muchas personas fueron sacrificadas. Desde nuestra parte, nos apoyamos en la pedagogía de la memoria y la esperanza. A la hora de trabajar con estos temas la memoria es un valor que hay que aprender a enseñar. Es un desafío que la memoria no sea angustiante y que sea inspiradora, tiene que transformar el pasado en un aprendizaje”, destacó Victoria Penas.
 


 
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