LA mascarilla se ha convertido en un pronunciamiento político por obra del presidente Trump. Está claro que no le gusta, y eso ha calado entre sus fieles seguidores.
“Somos lo que pretendemos ser, así que debemos tener cuidado sobre qué pretendemos ser”, escribió Kurt Vonnegut.
Donald Trump debería tomar nota. El presidente, que desde el podio de la Casa Blanca sugirió meter rayos ultravioleta en el cuerpo de los infectados o inyectarles desinfectante, se negó a ponerse el tapabocas en su visita a una fábrica de mascarillas de Arizona. En las instalaciones había carteles que decían: “Por favor, llevad siempre la máscara”.
En su recorrido, Trump se puso unas gafas protectoras. Había una reminiscencia poética de la portada del The New Yorker del 9 de marzo. La viñeta le retrató con la mascarilla en los ojos –negándose a observar la realidad– y la boca abierta como los bocazas.
Según Trump, en algún momento de esa visita se puso esa protección, aunque no se dejó ver por los periodistas. Les criticó por afearle algo que desconocían.
Pero fuentes internas, citadas por varios medios, confesaron que el presidente no lució mascarilla porque consideró que “enviaría un mensaje equivocado”.
Esa estampa daría la impresión de que está preocupado por la salud cuando alienta la reapertura de la economía, pieza clave en su campaña electoral. Además, siendo una persona tan preocupada por su aspecto, tenía miedo de que esa prenda le aportara una apariencia ridícula que se utilizara de forma negativa en anuncios.
“Sólo es una cuestión de vanidad”, afirmó Nancy Pelosi, la líder de la Cámara de Representantes. “Como presidente de Estados Unidos, debería tener la confianza para cumplir la guía que él ha dado al país”, recalcó.
La actitud de Trump, la misma que exhibía el primer ministro británico Boris Johnson antes de caer enfermo, parece estar cargada de confianza en sí mismo.
El virus es impredecible y se atreve incluso con el poder. Sostienen que este jueves al presidente le invadió la infelicidad. Uno de los militares, que ejerce como ayuda de cámara personal, dio positivo en el test. Su trabajo se desarrollaba en el Ala Oeste y una de sus tareas consistía en servir la comida al presidente. Mucha cercanía y sin máscara.
En un comunicado se indicó que Trump y el vicepresidente Mike Pence salieron negativo en sus pruebas, si bien pueden pasar días hasta que el virus aparece en un test una vez que una persona ha sido infectada.
Todo un baño de realidad para Trump, que acepta que se incremente las defunciones por las prisas para reabrir la economía.
Cada 42 segundos murió un estadounidense durante abril por el coronavirus. El contagio afecta ya a más de 1.250.000 ciudadanos de este país. La cifra de difuntos asciende a por lo menos 74.000.
“Esto es peor que Pearl Harbor, peor que el World Trade Center (11-S), nunca ha habido un ataque como este”, insistió el presidente.
Esas cifras de fallecidos significan 24 veces los fallecidos en los ataques del 11-S y 30 veces superior al bombardeo de Pearl Harbor. Y la cuenta sigue creciendo.
“Dicen que la gente va a morir en cualquier caso –terció el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo–, eso no es una justificación en mi mente”.