Una vez comenzaron las cuarentenas y los aislamientos en casi todos los países del mundo, he leído y escuchado a personas cercanas añorar aquellos días en los que podían estar con sus familias y sus amigos. Desean que todo esto acabe pronto para volver a abrazar, a besar y a tocar a otros.
Yo también pienso constantemente en esto porque la llegada del COVID-19 ha afectado uno de nuestros ámbitos más sensibles: la necesidad de contacto con los demás. Vivir en el encierro nos descompensa, nos hace perder buena parte de la tranquilidad y nos quita el sueño.
Pensar en no tener cerca a quien uno quiere -que por más meses que esta situación tome, será temporal- me hace recordar otras situaciones. Siento que la mayoría de personas LGBT hemos pasado buena parte de nuestras vidas en una especie de aislamiento obligatorio que nos ha impedido estar cerca de quienes queremos o deseamos.
Se me viene a la cabeza la secundaria, cuando la efervescencia adolescente me hacía ver guapos a muchos chicos, pero casi de inmediato, sabía que no podía acercarme a ellos, que no podía permitir que nadie se enterara de que veía a algunos con deseo, mucho menos insinuarles algo.
Siempre supe que no podía coquetearles, ni siquiera sonreírles tímidamente, porque el castigo homofóbico podía caerme implacable, mientras veía cómo chicos y chicas heterosexuales iban de la mano, se besaban y se mostraban cariñosamente frente a las demás personas.
“LAS RELACIONES HETEROSEXUALES SIEMPRE HAN SIDO CELEBRADAS PÚBLICAMENTE”.
Recuerdo la necesidad de camuflar con nombres, señas, movimientos y palabras encriptadas mis sentimientos y deseos. Y lo hice porque nos han hecho saber por diferentes medios que “a muchas personas heterosexuales les incomodan las LGBT”, al menos aquellas que no ocultamos nuestra orientación sexual o identidad de género o a las que se “nos nota” que lo somos.
Muchas veces he tenido que aislarme de los demás, de lo “normal”, para besar a alguien, tomarlo de la mano o acariciarlo. Recuerdo, también, las miradas de extrañeza y molestia de otras personas cuando perciben en mí y en mis amigos “la pluma” que tanto incomoda.
Son las mismas miradas, aunque con menos odio, que ahora una persona puede sentir por toser en algún lugar público o mostrar señales de gripa o molestias respiratorias.
ambién pienso en el futuro. Así aparezca una vacuna, todo vuelva a la “normalidad” y el virus sea solamente un mal recuerdo, para muchas personas LGBT el aislamiento seguirá: continuaremos sentándonos a cierta distancia de nuestras parejas en restaurantes o cafés, caminando por la calle sin tomarnos de la mano y manteniendo a ese “amigo” o “amiga” a la “distancia social necesaria” para que nadie sepa que es nuestro novio o novia.
“SEGUIREMOS A UN METRO O MÁS DE DISTANCIA DE LAS PERSONAS QUE QUEREMOS PORQUE LA HOMOFOBIA, A DIFERENCIA DEL CORONAVIRUS, SEGUIRÁ”.
Después de que “todo esto pase” seguiremos esperando las noches del fin de semana para “violar el aislamiento social”, lejos de las miradas y las posibles agresiones físicas.
Mientras que para muchas personas el fin de la cuarentena significará volver a abrazar, a besar y a expresar su cariño públicamente, para muchas personas LGBT será regresar a ese otro aislamiento en el que hemos estado y en el que antes de pensar en abrazos y besos, habrá que pensar en un lugar seguro para hacerlo.
De hecho, puede que el soñado reencuentro con nuestras parejas sea solo a través de una sonrisa y una mirada, mientras alrededor habrá quienes se entreguen a sus manifestaciones de cariño con la seguridad y la legitimidad que les da ser heterosexuales.
Vivir esta experiencia también puede recordarnos que existimos, que no estamos solas ni solos y que lo único que buscamos es ser como somos. En otras palabras, puede que todo esto nos permita de una vez hacerle frente a la pandemia de la homofobia, porque, después de todo, mi sueño, y el de muchas personas más es amar libremente.