La liberalización del mercado laboral en Cuba es un paso en la dirección correcta pero insuficiente
La decisión del Gobierno cubano de poner en marcha un significativo plan de liberalización del mercado laboral, permitiendo la actividad privada de pequeños empresarios y trabajadores por cuenta propia en la mayoría de los ámbitos económicos, merece una acogida positiva por cuanto servirá para aliviar la situación de miseria que sufren los cubanos desde hace décadas. El que los cubanos vayan a poder ejercer profesiones de forma autónoma, en el sentido económico, en cerca de 2.000 actividades —cuando hasta ahora apenas eran 127— representa un salto de cierto relieve hacia un modelo económico menos trasnochado que el que ha imperado en la isla durante los últimos 60 años. Además, supone acabar, al menos en teoría, con la discrecionalidad operativa que sufre el pequeño sector privado.
Pero aunque avance en una dirección correcta y disponga de cierta amplitud, esta apertura económica llega tarde y sigue siendo insuficiente. Tarde, porque cada día de penuria sufrido por la población cubana por el fracasado modelo económico castrista es un día de más. Insuficiente, porque, en primer lugar, la medida expresada a nivel político quedará en papel mojado si no va acompañada de ayudas concretas a los trabajadores autónomos, los existentes y los nuevos. Y en segundo lugar —y más importante—, porque lo que verdaderamente necesita y merece Cuba es un sistema económico y político donde sus ciudadanos vivan en plena libertad.
En cualquier caso, se trata de un paso reseñable dado por el régimen y lo deseable es que sea el primero en la senda de la ansiada apertura. A falta de opciones mejores, es necesario que otras decisiones de la misma naturaleza no se demoren durante años, como ha sido el caso, ni queden aparcadas bajo ninguna excusa.
El cambio en la Administración estadounidense puede resultar un acicate. El anuncio cubano llega justo cuando han terminado los cuatro años de la presidencia de Donald Trump, en los que se destruyó en gran medida el clima de deshielo puesto en marcha por Barack Obama y Raúl Castro con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, interrumpidas desde 1961. Biden tiene ahora la oportunidad de retomar la agenda de Obama —de quien fue vicepresidente durante ocho años— para emitir señales y acompañar medidas que ayuden a acelerar los cambios internos en la isla que culminen con el establecimiento de la democracia. En este sentido, la liberalización parcial anunciada por La Habana es una medida positiva. La agresividad de Trump solo ha servido para reafirmar el discurso de los sectores más inmovilistas del régimen castrista.
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