La respuesta más corta es no. De momento. Esa es la mala noticia. La buena, es que tiene una oportunidad de oro para perfilar diferentes estrategias y enfrentar pacíficamente a un régimen que ha llevado al país a la bancarrota. Tiene de su lado a una mayoría de cubanos descontentos con la pésima gestión estatal. En Cuba solo funciona la policía política, que poseea amplios poderes para reprimir a los espacios independientes y a las voces contestatarias.
Pero la Isla se va pique. La crisis económica es estacionaria. El gobierno no sabe, no quiere o no puede liberar las fuerzas productivas. Las autoridades siguen penalizando los negocios privados que aporten valor agregado y generen riquezas. Una estrategia errónea. Su meta debiera ser combatir la pobreza. En su afán de implementar una sociedad igualitaria, han gestado una nación con una infraestructura ruinosa incapaz de autoabastecerse ni siquiera de azúcar, el otrora producto nacional.
La gente está harta. De las extensas colas, de comer poco y mal y de una salud pública en franco retroceso. No hay futuro. Casi nadie cree en las promesas del régimen de una sociedad próspera y sostenible. El plan es huir, a Estados Unidos, España, Uruguay, Panamá… Con un país cada vez más envejecido, dentro de ocho años más del 30 por ciento de la población será mayor de 60 años, baja tasa de natalidad, carencias materiales y falta de libertades, el futuro da miedo.
Siete de cada diez jóvenes quieren emigrar. Cuba se vacía cada año. Decrecemos en número de habitantes. Lo ideal hubiera sido que el gobierno emprendiera profundas y auténticas reformas económicas, políticas y sociales. Pero el régimen ha apostado por más castrismo. La cobardía e irresponsabilidad de la actual camarilla gobernante, que sigue apostando por el gatopardismo político y una narrativa delirante, están hundiendo a la Isla.
Por eso el 11 de julio un segmento significativo del pueblo dijo basta. Se tiró a las calles a reclamar libertad, democracia, cambios. Fueron manifestaciones espontáneas. Las causas que provocaron el estallido social se mantienen. El gobierno sigue sin reaccionar. Ha trazado una puesta en escena queriendo desvirtuar la realidad.
La autocracia verde olivo dio un golpe de autoridad encima de la mesa y apresó a Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero, del Movimiento San Isidro, quienes junto al grupo de jóvenes intelectuales del 27N son la génesis que desataron las protestas del 11J. También encarcelaron a José Daniel Ferrer y Félix Navarro, veteranos disidentes que formaron parte del grupo de 75 opositores que Fidel Castro envió a prisión en la primavera de 2003.
El 11de julio no solo sorprendió al régimen y a sus servicios especiales, también a la oposición tradicional, que no está exenta de errores: liderazgos autoritarios, rencillas internas y escasa vocación para tender puentes y alianzas con sectores populares. Pero sus méritos son indiscutibles. Con sus virtudes y defectos, no ha podido ser liquidada por las implacables fuerzas represivas del régimen.
La disidencia surgida a mediados de la década de 1980, ha tenido líderes como Ricardo Bofill, Leonel Morejón Almagro y posteriormente, René Gómez Manzano, Martha Beatriz Roque, Félix Bonne Carcassés, Vladimiro Roca Antúnez, Arnaldo Ramos Lauzurique y Oscar Elías Biscet, entre otros. La mayoría de los disidentes ha sufrido innumerables detenciones y encarcelamientos. Varios han sido obligados al exilio debido a la represión de la policía política. Pero en casi cuarenta años, no solo han surgido nuevas voces disidentes, sino que se han multiplicado.
La oposición en Cuba es diversa. Existen tendencias de derecha, centro e izquierda. Incluso asociaciones socialistas y marxistas. A veces el exagerado protagonismo de ciertos opositores provoca antipatía y divisiones internas. En algunos casos los proyectos están más enfocados al exterior, la publicidad o tienen escaso impacto entre los cubanos. Pero algo ha cambiado. Si hace diez años, un segmento amplio de ciudadanos desconfiaba de la disidencia, en los últimos tres años ha ido ganando protagonismo.
Los periodistas independientes han conseguido logrado captar la confianza de la gente de a pie. Sus historias, denuncias y testimonios son amplificados en plataformas digitales. Al igual que políticos del régimen, no todos los líderes opositores tienen un alto nivel cultural y como muchos dirigentes comunistas, no tienen facilidad de palabra y se sienten incómodos delante de los micrófonos. Otros, como Manuel Cuesta Morúa, Julio Aleaga, Dimas Castellanos y Antonio Rodiles dominan los métodos de lucha pacífica.
Pero han sido jóvenes que no son activistas políticos, los que mejor han conectado con las personas de su entorno. El artista visual Luis Manuel Otero es el mejor ejemplo. Supo tender puentes con el barrio de San Isidro y sumar decenas de vecinos a su causa. Con el liderazgo y la empatía se nace.
Pero ya es hora que la oposición salga puertas afueras y pueda hacer proselitismo político en barriadas y comunidades marginales. Un 90 por ciento de cubanos descontentos con el régimen, además de ser escuchados, necesitan un líder creíble y cercano. El activismo político se debe hacer con ciudadanos comunes y corrientes. Cuando las organizaciones disidentes puedan encausar el descontento de la población, la balanza política dará un vuelco de 180 grados.
La carta de triunfo del régimen no es que sus seguidores sean mayoría. Es que mantienen el poder, control social y sus operadores son expertos en organizar a sus beligerantes fuerzas políticas. Saben vender humo. Esa batalla de la correlación de fuerzas es muy importante. Cuando la oposición local pueda convocar a cien mil cubanos a una manifestación callejera, ese día se acabó la revolución. Y el régimen se verá obligado a negociar o dejar el poder.
Pero antes, los opositores y activistas de la Isla deben llegar a un acuerdo con el exilio: los programas de los diferentes grupos disidentes deben ser respetados. No creo que sea difícil firmar un compromiso de unidad. Tres son los puntos medulares (elecciones libres, democracia y tribunales independientes) apoyados por todo el arco opositor, sea de derecha, centro o izquierda. Nunca antes el régimen cubano estuvo tan débil. Se debe rentabilizar el momento.
Cada cual juega con sus bazas. El dramaturgo Yunior García Aguilera (Holguín, 1982), de la plataforma Archipiélago y el Consejo para la Transición Democrática de Cuba, con el visto bueno del Movimiento San Isidro y el 27N, acaban de pedir a los gobernantes de La Habana, la autorización para realizar una marcha de pacifica el sábado 20 de noviembre. Han apelado a derechos constitucionales aprobados en 2019 en un referendo que legitima las protestas ciudadanas.
No se trata de estar a favor o en contra de una Constitución que la disidencia considera espuria. De lo que se trata es de respaldar a cubanos que reclaman libertad y democracia. Las alianzas políticas no son de por vida. A veces son circunstanciales. A poco más de dos meses de las protestas del 11J, lo más importante es romper la inercia. No crear divisiones ni riñas internas. La oposición cubana tiene dos caminos: o cambia sus métodos de activismo y moviliza a un número importante de adeptos que ponga al régimen contra las cuerdas, o sigue con proyectos personales que hasta la fecha no han dado resultados.
Sumar, es aceptar las diferencias políticas, filosóficas o religiosas. No importa si el que convoca es liberal, socialista o de derecha. Para fundar una república democrática, primero hay que derrocar a la dictadura. Y entre todos podemos lograrlo.