Poco más de cuarenta años atrás, un malentendido masivo hizo creer que Chevy Chase podía ser un astro de la comedia romántica. Un movimiento de marketing que lo llevó a protagonizar una com rom escrita por Neil Simon con Goldie Hawn.
Chase era de la primera camada de Saturday Night Live, el programa cómico que revolucionó la televisión norteamericana. Fue también el primero de ese elenco -en el que estaban John Belushi, Dan Aykrod y Gilda Radner, entre otros- en partir hacia un futuro mejor, hacia el cine. Parecía que sería una súper estrella. Pero excepto una serie de películas cómicas de trazo grueso en la primera mitad de los ochenta (la saga de Vacaciones, Caddyshack y Fletch), su carrera no fue lo que se proyectó tras el impacto de SNL ni lo que su ego desbordado planeaba.
Pero en medio de la promoción de su film con Goldie Hawn fue al programa de Tom Snyder. El conductor le preguntó si era el nuevo Cary Grant, actor icónico del Hollywood clásico.
Chase contestó con sarcasmo: “No creo. ¿No es homosexual? Era muy brillante. Una gran chica”. Y se sonrió orgulloso de su chiste veloz, que el conductor y el público festejaron. Pero fue el chiste más caro de su vida. Al día siguiente, Cary Grant lo demandó por difamación. Reclamó 10 millones de dólares de compensación. Las partes arreglaron extrajudicialmente. Se dice que Chevy Chase tuvo que pagar un millón de dólares.
El cómico parece no haber aprendido la lección (es cierto que esa afirmación se puede aplicar a más del 80% de las actitudes públicas y elecciones de carrera de Chase de las últimas cuatro décadas) porque en 1985 cuando regresó a SNL como anfitrión a uno de los actores del elenco que era gay le propuso, en medio de la epidemia del Sida, cuando la enfermedad era llamada La Peste Rosa, que como era homosexual y delgado podían hacer un gag que se repitiera semana a semana que sólo constaría de él pesándose en una balanza y festejando si no había perdido kilos.
Más allá de Chevy Chase, Hollywood, como tantos otros estamentos y lugares, siempre tuvo una relación conflictiva y persecutoria hacia la homosexualidad. Durante décadas no fue considerada una elección sexual ni algo que los intérpretes tuvieran la posibilidad de ejercer en su vida privada. Debía ser erradicada y si no se podía hacerlo, al menos debía ser tabicada, sepultada tras una montaña de mentiras, imposturas y tapaderas.
Para ser una estrella masculina o femenina de Hollywood había que ser heterosexual. O al menos aparentarlo.
Los que sostenían el Star System, las estrellas amadas por el público de todo el mundo, para mantener su status, para que los estudios siguieran sosteniéndolos, debían esconder sus verdaderas personalidades, debían vivir sus vidas en la oscuridad, negar sus verdaderas elecciones. Aparentar una sexualidad ajena a ellos. Su vida debía ser “impoluta” y responder a los cánones morales de la época.
Los galanes debían casarse con mujeres, las actrices con hombres. No importaban sus preferencias sexuales. No había posibilidad de que no fuera así. Y nadie debía permanecer demasiado tiempo soltero porque eso lo convertía en sospechoso de libertino o de homosexual (o de ambas). De esa manera se arreglaban matrimonios infelices que debían mantener las apariencias para asegurarse de que sus carreras no se derrumbaran. Eran matrimonios de conveniencia o “profesionales”. Aquello que se escapaba de lo que indicaban los rígidos parámetros morales de la época se convertía en clandestino. Los estudios, en esos años, eran los propietarios de las estrellas. Realizaban grandes inversiones en ellas y protegían el dinero invertido. Cada actor o actriz que firmaba un contrato en Hollywood tenía que cumplir con una cláusula de moralidad que estaba en todos los contratos. La homosexualidad o la bisexualidad eran las violaciones más flagrantes a esa disposición.
Pero volvamos a Cary Grant. Tuvo varios matrimonios. Cinco en total. Todos breves e infelices. Durante doce años vivió con Randolph Scott. Juntos hacían dossiers de fotos para revistas del espectáculo. Apolíneos, con los torsos desnudos en situaciones de complicidad. En un yate, a los pies de una cama. Entre la convivencia y los gestos de cariño, la maledicencia se disparó. Ambos contrajeron matrimonio por su lado y tuvieron hijos. Algunos le atribuyen a Cary Grant una relación previa a la fama con un diseñador de vestuario Orry Kelly.
La hija de Grant siempre negó que su padre fuera homosexual. Ella afirmaba que su padre, en realidad, era asexual, que demostraba un evidente desinterés por el sexo (es probable que millones de hijos en el mundo piensen eso de sus padres).
Si el caso de Cary Grant es de los más difundidos, también se pueden enumerar al menos una decena más de galanes conflictuados, que fueron a vivir una vida de ocultamiento y, en especial, de fingir cosas que no eran. Alguien podría refutar este lamento u objeción afirmando que a eso se dedican los actores. Pero todos sabemos que eso no es más que una falacia.
Dicen que el primer estudio en introducir cláusulas de este tipo fue Universal, aunque sea difícil afirmarlo, porque apenas uno lo hizo los demás se animaron a incluir este tipo de disposiciones en sus contratos con los actores. Los estudios se reservaban el derecho de suspender el pago de los salarios y honorarios de los actores si ellos “perdían el respeto de su público”. La construcción es leguleya e intricada. ¿Cómo perdían el respeto de su público? ¿Una actuación deficiente? ¿Malas críticas? ¿Un delito? ¿Algún vicio privado? La cláusula se refería más que nada y así estuvo pensado como un eufemismo para prohibir que se conociera la homosexualidad de los actores que tenían bajo contrato. Amar a alguien del mismo sexo era una conducta indecente.
A estos actores y actrices que ganaban fortunas, que gozaban de fama y prestigio, que eran aplaudidos por cualquier cosa, se les hacía casi imposible vivir sus propias vidas.
Los estudios cuando detectaban que podían enfrentar una situación conflictiva desarrollaban diferentes estrategias para que no salieran a la luz sus relaciones personales.
Si se trataba de un galán se lo rodeaba de chicas hermosas en cada una de sus apariciones públicas, se lo hacía comer con una joven actriz en un restaurante de moda para que se comentara en el ambiente y hasta se sobornaba a algún periodista de chimentos para que inventara algún romance. Pero en ese rubro, en el de los chimentos, había algunas personas con un extraordinario poder de daño. Cuando Louella Parsons o Hedda Hopper ponían sospechas sobre algún actor, la cuestión se complicaba y las medidas debían ser más extremas.
Uno de los casos más representativos fue el de Rock Hudson.
Henry Willson, el cruel representante de artistas, cuya imagen actualizó la serie Hollywood, ayudó a consagrar a más de una decena de galanes. Todos respondían a un patrón. Físico portentoso, rostro fresco y ningún talento para la actuación. Tanto fue el suceso de Willson en imponer a sus actores y tan parecidos eran todos entre sí que instaló una nueva categoría de galán en Hollywood: los Beefcake. Actores que aprovechaban cada oportunidad que tenían para mostrar su torso, musculosos y bronceados que se peleaban por las portadas de las revistas con las mujeres: ya no sólo ellas aparecían en traje de baño.
Había otras características que hermanaba a los actores de la escudería Willson: a todos les costaba decir una línea de diálogo con fluidez y ninguno conservaba su nombre de origen. Willson tenía un talento especial para bautizar a sus representados. Ellos no podían participar de la elección de su nombre artístico. Esa era una exclusiva facultad de Henry. Los elegía sonoros, contundentes y con algo de misterio.
Pero el actor de Willson que más lejos llegó fue Rock Hudson. A él, como a los demás, le eligió el nombre, lo mandó al gimnasio, le cambió los dientes y hasta le hizo destruir sus cuerdas vocales para que después tuviera una nueva voz. Hudson no tenía la menor habilidad actoral. En su primera película sólo tenía una frase que tuvo que ser reescrita una decena de veces para que el actor pudiera por fin decirla con cierta fluidez. Pero su carrera fue creciendo.
Roy Harold Scherer Jr. era un joven camionero de Illinois. Soñaba como tantos chicos en triunfar en el cine. El día que entró a la oficina de Willson su vida cambió para siempre Cuando salió de ella ni siquiera conservaba su nombre. Desde ese momento sería Rock Hudson.
Luego de actuar en Sublime Obsesión y Escrito en el Viento, Hudson se convirtió en una estrella. Cuando estaba a punto de comenzar el rodaje de Gigante con Elizabeth Taylor y James Dean, un llamado sacudió las oficinas de Willson. Confidential, el tabloide más leído en ese tiempo, estaba preparando una larga nota en la que revelaría que Rock Hudson era homosexual.
Henry Willson se movió con rapidez. Utilizó toda su experiencia, sus contacto y poder para acallar la noticia. Era su especialidad. Matar las noticias que podían perjudicar a sus actores. Pero esta vez no sería tan fácil. Rock Hudson se había convertido en una estrella y él o Willson debían dar algo a cambio. Henry cambió figuritas. Aprovechó que hacía unos meses estaba peleado con Rory Calhoun y les contó a los periodistas que el actor tenía antecedentes penales.
El otro sacrificado fue Tab Hunter (otro de los bautizados por Willson): Willson pasó la información que Hunter había sido arrestado en medio de una orgía gay. La carrera de ambos se desmoronó. Pero a Willson no le importó porque su principal actor salió indemne. Aunque el peligro permanecía latente. Para acallar rumores decidió casar a Rock Hudson con su secretaria, Phyllis Gates. En esa agencia todos se sacrificaban.
Los rumores señalan que ella era lesbiana. Aunque nunca se supo cuál fue la verdadera naturaleza de ese matrimonio sí se conoce que fue breve. Algunos dicen que ella estaba genuinamente enamorada del actor y que quedó con el corazón destrozado. Estuvieron casados tres años y ninguno de los dos se volvió a casar. Ese falso matrimonio debió ser un infierno para ambos. Mientras tanto las revistas de espectáculos publicaban fotos de ellos dos sonrientes tomados de la mano; material que con regularidad les proporcionaba Willson.
Durante una década, entre 1955 y 1965, Rock Hudson estuvo en la lista de las diez estrellas más taquilleras. Fue el único que lo logró tantas veces consecutivas. Encontró una nueva veta en dupla con Doris Day protagonizando comedias románticas inocentes. Era una verdadera estrella. Cuando sus películas no convocaban tanta gente, fue uno de los primeros que no temió volcarse a la televisión. La serie McMillan y esposa le aseguró otras siete temporadas de éxito.
Por eso cuando fue la primera celebridad en morir por el SIDA cuando todavía la información era escasa y los temores enormes, la noticia sorprendió y causó gran impacto.
Los matrimonios arreglados eran casi una norma en el Hollywood de los cuarenta y los cincuenta. Siempre estaba la posibilidad de excusar a una estrella con “pero está casada” que funcionaba como coartada perfecta para ahuyentar rumores.
En 1931, el director cinematográfico Friedrich Murnau murió en un accidente automovilístico. A su entierro, pese a su fama y prestigio, sólo fueron diez personas. Una de ellas, Greta Garbo, fue la que pagó las exequias y los homenajes especiales. A Murnau, que estaba por estrenar Tabú, le hacían un vacío póstumo. Él había sido la única víctima del accidente, al salir despedido de su convertible y estrellar su cabeza contra un poste de luz. Pero él no manejaba. Al volante iba García Stevenson, el asistente filipino de 14 años del director. Los investigadores policiales estaban convencidos de que Murnau, en el momento del choque, le estaba practicando sexo oral. Por eso su entierro estuvo despoblado: nadie quiso quedar relacionado con él.
Otros actores lucharon contra sus elecciones e intentaron encajar. Anthony Perkins fue uno de ellos. Realizó tratamientos psquiátricos y hasta recibió electroshocks para “curar” su homosexualidad. Al llegar a los 40 años se casó con Berry Berenson. Vivieron muchas décadas juntos y tuvieron dos hijos. En 1992, Perkins a través de un comunicado, poco antes de su muerte, informó que tenía HIV. A partir de ese momento, en la prensa sensacionalista, surgieron historias, se confirmaron viejos rumores y se dieron a conocer las manifestaciones privadas de Perkins en relación a la culpa que sentía. La paradoja de que en el final de su vida se expusiera su inclinación sexual, aquello que él luchó por ocultar durante tanto tiempo.
La Brigada Antivicio los perseguía. No sólo buscaban drogas. También detenían y sometían a la ley y al escarnio público a los que mantenían relaciones sexuales consideradas no convencionales o cómo las llamaban contrarias a las buenas costumbres.
Para vivir esa vida oculta, paralela, que los estudios le exigían debían saciar sus pasiones a través de otros medios y fuera de la vista del público y de la prensa. Por eso crecían figuras como Scotty Bowers, el proxeneta que popularizó la miniserie Hollywood y que narró los secretos sexuales de las estrellas en sus memorias Servicio Completo.
Bowers desde una estación de servicio organizó un pequeño ejército de jóvenes de ambos sexos para satisfacer las demandas sexuales de medio Hollywood. El desfile de nombres es asombroso. Spencer Tracy, Errol Flynn, Tyrone Power, Katherine Hepburn, Rock Hudson, Montgomery Cliff, Vivian Leigh, el creador de las Barbies, Ramón Novarro, Charles Laughton y algún Rotschild, entre otros, se contaron entre sus clientes (aunque él haya negado haber cobrado por sus servicios: nadie está obligado a autoincriminarse). Él proporcionaba la compañía, y el silencio y la discreción necesarias.
Las mujeres también sufrían este tipo de ocultamiento. Marlene Dietrich, Greta Garbo a Katherine Hepburn, entre otras divas. Bowers afirmó que le consiguió a Katherine Hepburn más de 150 chicas para que pasara sus noches. También contó que él pasó varias veladas con Spencer Tracy, a quien pinta como un alcohólico perdido. La estrella más grande de su tiempo estaba atrapado entre un matrimonio infeliz y una relación clandestina también artificial y todo eso mientras se ahogaba en un interminable mar de alcohol. Un juego de muñecas rusas de ocultamientos, mentiras y frustraciones
Los rumores cubrían a todos. Cada actor conocido fue parte de un rumor que incluía una relación con alguien del mismo sexo. Casi ninguno se hizo cargo (y no tenían por qué hacerlo). Hubo excepciones; como siempre, una de ellas fue Marlon Brando. En una entrevista de 1976 dijo: “La homosexualidad está de moda. Ya no es una novedad. Yo, como muchos hombres, he tenido experiencias homosexuales. Y no me arrepiento de ello”.
Mucho después, Quincy Jones volvió sobre el tema de estos escarceos de Brando y nombró varias de los hombres de alto perfil con los que estuvo. Uno de ellos era el cómico Richard Pryor. Una pareja improbable: Pryor y Brando. Sin embargo al día siguiente, la viuda del virulento cómico negro emitió un comunicado confirmando lo dicho por Jones, y citó a su marido: “Eran los setentas. Si tomabas suficiente cocaína te acostabas con un radiador y a la mañana siguiente le mandabas flores”.
¿Podían los actores negarse a aceptar las presiones de los estudios?
Hubo alguien que lo hizo a costa de perder su carrera. William Haines eran un galán muy exitoso. Fue uno de los pocos que logró superar el traspaso del cine mudo a los talkies. Como Rock Hudson estuvo en la lista de los actores más taquilleros durante diez años consecutivos. En 1933 fue detenido por la Brigada Antivicio porque lo encontraron en compañía de un marinero.
El estudio le dijo al actor que sólo había una manera de salvar la carrera. Debía casarse con una joven actriz. Haines les dijo que eso era imposible. Él ya estaba casado, ya tenía una pareja estable. Era el diseñador Jimmy Shields. A los pocos meses, cuando venció su contrato, no se lo renovaron. Haines se retiró y se dedicó junto a su pareja a la decoración. Se convirtió con el correr de los años en el más importante del rubro en Hollywood. Las estrellas lo invitaban a las galas y estrenos. Y él ingresaba a la alfombra roja de la mano de su pareja, Jimmy Shields. Vivieron casi medio siglo juntos. Haines murió por un cáncer de pulmón en 1973. Shields, no aguantó la soledad, y se suicidó menos de tres meses después.