Culminamos uno de los años más nefastos en materia de derechos humanos para Cuba, solamente superado por la etapa de los fusilamientos masivos al inicio de la Revolución. En el Observatorio Cubano de Derechos Humanos hemos documentado más de 6 000 detenciones arbitrarias en estaciones policiales o en las propias casas de los disidentes.
También hemos documentado más de 60 actos de repudio (escraches), acciones que consisten en que una turba de seguidores del régimen se concentra frente a las casas de los opositores para proferir todo tipo de insultos y amenazas, sin importar la presencia de ancianos y niños en las viviendas.
Pero el régimen cubano extendió en 2021 el alcance de su acción represiva más allá de la oposición democrática y de los activistas de la sociedad civil, llegando con saña al ciudadano común. La mayoría de los más de 800 prisioneros políticos y de conciencia actuales no tienen vínculos con organizaciones políticas disidentes. Son cubanos y cubanas comunes, que hoy esperan juicios carentes de garantías o que ya cumplen condenas, a raíz de las protestas masivas de julio. Han sido acusados de delitos como desorden público, desacato a la autoridad o sedición, con peticiones fiscales que van desde uno hasta ¡27 años de prisión!
Entre los ciudadanos literalmente cazados hay más de 30 menores de edad, de los cuales todavía más de una decena permanecen presos. Hay casi un centenar de mujeres encarceladas, muchas en situación de vulnerabilidad social y con varios hijos que han tenido que dejar al cuidado de terceros. Todos están presos de manera injusta, por ejercer sus derechos pacíficamente, por pedir que mejoren las cosas, por reclamar libertad y entonar “Patria y Vida”, el himno aplaudido recientemente por millones de latinoamericanos.
Cuba no es como la ha contado el Partido Comunista y sus aliados en el mundo durante más de seis décadas. El pueblo cubano represaliado es el verdadero David de esta historia. Y Goliat no es una potencia extranjera, sino el propio gobierno de la Isla. Tampoco Cuba es el paraíso de los derechos sociales. Sus gobernantes no buscan soluciones para sacar de la extrema pobreza a más del 70% de las familias, para que los hospitales tengan condiciones dignas, para que haya medicamentos o evitar que un tercio de la población tenga que subsistir con la ayuda que envían los exiliados.
El año 2022 será duro para el cubano de a pie. No hay indicios de que el gobierno cambie de rumbo, y las variables económicas o de política internacional apuntan a un escenario adverso. La sociedad cubana solamente verá la luz si la élite gobernante reconoce el fracaso de su proyecto e inicia un proceso de cambios urgentes en todos los ámbitos de la vida nacional.
Cuba necesita cambiar. Una parte importante de su población quiere vivir dignamente y no merece seguir siendo rehén de un grupo de poderosos. O de sus aliados en el exterior, que con tal de mantener viva una utopía irrealizable, miran a otro lado para no escuchar el llanto y los reclamos de millones cubanos.