El imperio que había construido durante más de quince años lo había llevado a ser el telepredicador más famoso de los Estados Unidos y del mundo entero, el vocero autorizado de un Dios inflexible y vengativo, se derrumbó en apenas un instante como un castillo de naipes.
El 21 de febrero de 1988, parado frente a las cámaras de televisión -muchas transmitiendo en vivo y en directo- en un inmenso salón colmado de seguidores cuidadosamente seleccionados, con su mujer y su hijo en primera fila, Jimmy Swaggart intentó una última jugada desesperada para salvarse.
“Hace tres mil años, Dios le dijo a David: ‘Has hecho esto en secreto, pero yo hago lo que hago abiertamente, ante todo Israel’. Mi pecado fue cometido en secreto, y Dios me ha dicho ‘yo hago lo que hago ante el mundo entero’. Loado sea el nombre del Señor. (…) He pecado contra ti, Señor. Y te pido que tu preciosa sangre lave y limpie cada mancha, hasta que gracias al perdón de Dios no sean recordadas contra mí nunca más. (…) El pecado del que les hablo es pasado, no es el presente. Sé que muchos se estarán preguntando: ¿Por qué? ¿Por qué? Yo mismo me lo he preguntado miles de veces, mientras vertía miles de lágrimas. Quizá Jimmy Swaggart ha intentado vivir toda su vida pensando que no era humano, y he pensado que junto al Señor, yo era omnipotente y omnisciente, que no había nada que yo no pudiera hacer. Y creo que esta es la razón, junto a mi limitado conocimiento, de que no encontrase la victoria que estaba buscando. Porque no busqué la ayuda de mis hermanos y mis hermanas en el Señor”, dijo con la voz entrecortada por el llanto.
No levantó, como siempre, su dedo acusador para señalar a los agentes de Satanás, tampoco pronunció sus fogosas y lapidarias frases contra todos aquellos que no compartían su visión del Cielo y de la Tierra, que no obedecían sus mandatos, que eran los de Dios. Nada de eso, Jimmy Swaggart pidió perdón con lágrimas en los ojos por haber pecado en secreto, pero al contrario del famoso dicho, dijo quién era el pecador -él mismo- pero no la naturaleza de su pecado. En la sala, unos pocos fieles lo acompañaron con sus propias lágrimas, otros intentaron tibios aplausos, pero la enorme mayoría se mantuvo en silencio, sorprendida: había caído un enviado de Dios.
Frente a la pantalla de su televisor, a kilómetros de distancia, el pastor Marvin Gorman -que no sólo conocía al pecador sino también la naturaleza de su pecado- sonrió satisfecho. “Todo el mundo puede ver que las lágrimas de Jimmy son más falsas que un billete de tres dólares”, les dijo a su hijo, su hija y su yerno, que lo acompañaban.
La venganza es un plato que los buenos gourmets se sirven frío.
Cuando se plantó ante sus más selectos feligreses y las cámaras de televisión, Jimmy Swaggart estaba todavía en el pináculo de su fama. No sólo era el pastor electrónico más carismático de las Asamblea de Dios sino el líder religioso más visto y escuchado de los Estados Unidos, un hombre que también había llevado su prédica a otros países del mundo.
Nacido en Louisiana en 1935, en el seno de una familia ultrarreligiosa de la región del Bible Belt, el “cinturón de la Biblia” estadounidense, Swaggart había llegado a convertirse en predicador a principios de los ‘70 cuando ya era un exitoso músico de góspel.
Su inclinación por la música -tocaba el piano- le venía desde la infancia y la había compartido con dos de primos que también hicieron carrera. Uno de ellos era el músico country Mickey Gilley; el otro era casi su contracara: nada menos que Jerry Lee Lewis, a quien muchos consideraban un músico satánico.
A diferencia de sus parientes, Swaggart descubrió pronto que, además de tener éxito en sus conciertos de góspel -ya había editado varios discos- se le daba bien predicar y comenzó a combinar en sus presentaciones la música con la palabra de Dios. En determinado momento dejaba de tocar y predicaba. Era enérgico, carismático, de palabra fácil y su mensaje ultrarreaccionario caía muy bien en la feligresía protestante del cinturón bíblico norteamericano. Su ascenso fue meteórico gracias a los medios de comunicación: sus programas de radio y de televisión pronto tuvieron altísimos niveles de audiencia y sus presentaciones en vivo colmaban los estadios.
Además de predicar en los Estados Unidos llevó su mensaje bíblico a otros países. Su gira latinoamericana de principios de los años ‘80 fue un fenómeno religioso y social. Swaggart no solo predicaba, también se reunía con líderes políticos, presidentes y dictadores. Y ganó dinero, mucho dinero; se hizo millonario.
Un cavernícola en el púlpito
Para los ‘80 Swaggart ya era la voz y el emblema de los sectores más fanáticos del evangelismo estadounidense, y los políticos evitaban meterse con él, porque solía tratarlos de manera impiadosa, incluso a los republicanos más reaccionarios. A diferencia de otros pastores, no se casaba con ningún partido, lo que le permitía cuestionar a todos, como pecadores y corruptos, desde su supuesta altura moral.
Desde el púlpito y frente a las cámaras de televisión clamaba, siempre señalando con el dedos, cosas como estas: “El mayor problema de América es el pecado. El ministro que predica la Palabra es realmente la piedra de toque con la que una nación mide su altura moral”. “La teoría de la evolución es una teoría satánica que solamente pueden aceptar los ateos”. “La educación sexual en nuestras aulas está promoviendo el incesto”. “Me asombra, y no puedo mirar más de diez segundos seguidos a estos políticos dándole vueltas a este asunto, estoy intentando encontrarle un nombre… esa absolutamente idiótica estupidez de que haya hombres casándose con hombres (…) Nunca he visto un hombre con el que me quisiera casar. Y voy a ser simple y directo: si algún hombre me mira alguna vez en ese plan, voy a matarlo y le diré a Dios que simplemente se ha muerto él solo”.
Y no veía contradicción alguna cuando gritaba: “Los medios de comunicación están gobernados por Satán. Me pregunto si muchos cristianos son conscientes de ello”. Porque su programa de televisión se transmitía por más de doscientos canales en todo el territorio de los Estados Unidos.
El enorme éxito televisivo, por descontado, multiplicó todavía más sus ganancias. Vivía en una lujosa casa rodeada de amplios espacios verdes, tenía una colección de autos caros y un avión privado. Su riqueza no era un secreto, pero sus feligreses no se la cuestionaban: ese dinero le servía a Jimmy para llevar por el mundo la Palabra del Señor.
Ser el pastor con más seguidores de los Estados Unidos, tener fama, prestigio y muchísimo dinero no era suficiente para Jimmy Swaggart. No quería que nadie le hiciera sombra, quería brillar sólo en el universo del Señor.
Para mediados de los ‘80 tenía dos rivales en las Asambleas de Dios y eso no le gustaba nada. Jim Bakker y Marvin Gorman también tenían muchos miles de fieles y estaban amasando grandes fortunas para la mayor gloria de Señor, pero en realidad no le hacían sombra a su fama.
Swaggart pensaba que Jim Bakker era su principal competidor dentro de las Asambleas. También se había convertido en una estrella de televisión gracias a su propio programa de evangelización y había creado una asociación para sus seguidores, el Club Alabemos al Señor, con el que ingresaba a sus arcas muchísimo dinero a través de sus socios. Bakker era propietario de seis mansiones señoriales y de una flota de autos de lujo.
En 1986, una investigación periodística reveló que, además de sus ganancias legítimas, Bakker había estafado con su Club. Para ser socio -y estar más cerca del Señor- había que pagar mil dólares. Por ese dinero, además de su bendición, el pastor Bakker prometía una estadía de tres días en un hotel cinco estrellas, donde les predicaría personalmente. Miles de personas pagaron, pero muy pocas recibieron la contraprestación. El pastor se metió el dinero en los bolsillos y los dejó en banda. En medio del escándalo, una vieja secretaria de Bakker también lo acusó de drogarla y abusar de ella.
Swaggart no perdió la oportunidad y lo destruyó desde el púlpito. Ya tenía un rival menos. Lo mismo hizo cuando, poco después de la caída de Bakker, a Marvin Gorman, un prestigioso telepredicador cuyo mayor capital en imagen era mostrarse como un acérrimo defensor de la monogamia y la familia, se le descubrieron un par de affaires con feligresas.
Esta vez el implacable Swaggart no sólo lo condenó desde el púlpito, sino que promovió que lo expulsaran de manera indigna de las Asambleas de Dios. Podía respirar tranquilo, en apenas un año se había sacado de encima a los dos hombres que consideraba sus rivales.
La venganza es un plato frío
Sus rivales derrotados reaccionaron de diferentes maneras. Bakker se limitó a salvar los trapos casi en silencio, tratando de conservar la mayor cantidad de feligreses posible. No le fue muy bien, pero se mantuvo a flote. En cambio, Gorman juró vengarse de Swaggart y destruirlo de la misma manera que Jimmy había hecho con él. Como primera medida, contrató a una agencia de detectives privados para que no le perdieran un paso a Swaggart y lo mantuvieran al tanto de sus movimientos. A ellos se sumaron el hijo y el yerno de Gorman, que en más de una ocasión colaboraron en la tediosa tarea de seguimiento.
Pasaron meses, pero la perseverancia tuvo su premio. En diciembre de 1987, el yerno de Gorman y uno de los detectives siguieron a Swaggart hasta un hotel rutero donde los esperaba una prostituta y lo fotografiaron.
De inmediato le avisaron a Gorman, que les pidió que idearan la manera de retenerlo en el lugar hasta que él llegara. Quería quedar frente a frente con Swaggart. El yerno del pastor herido tomó una navaja y pinchó una rueda del auto de Jimmy, que cuando salió no tuvo más remedio que cambiarla.
En eso estaba cuando a sus espaldas apareció Gorman. “¿Qué estás haciendo acá?”, le preguntó Swaggart, nervioso. “¿La pregunta es qué estás haciendo vos acá?”, le contestó Gorman y luego de una pausa dramática le dijo: “Tenemos fotos tuyas y de ella. O admitís públicamente tu pecado o se las damos a los medios”.
Swaggart demoró casi dos meses en tomar una decisión y lo hizo porque Gorman le dio un ultimátum: el tiempo para pensar se le había acabado. Recién entonces el bueno de Jimmy le confesó toda la historia a su mujer y a su hijo. Que le dijeran lo que quisieran puertas adentro de la casa, pero lo principal era salvar su imagen, la clave de la fortuna de la que todos disfrutaban.
Así se montó el espectáculo de arrepentimiento del 21 de febrero de 1988, pero las lágrimas evidentemente falsas del pastor y su silencio sobre la naturaleza del pecado cometido hicieron estragos entre su feligresía.
La situación empeoró cuando Debra Murphree, la mujer con la que Swaggart se había encontrado en el hotel, le vendió su historia y la posibilidad de tomarle fotos semidesnuda a la revista Penthouse. En la nota contó que aquella no había sido la única vez que había vendido sus servicios sexuales al pastor más famoso de los Estados Unidos, que el hombre solía contratarla con frecuencia. También dijo que el multimillonario Swaggart se pagaba apenas 20 dólares por acostarse con ella.
Después de la nota en la revista, Murphee hizo una verdadera gira por los canales de televisión, donde las entrevistas alcanzaron un rating que nada le tenía que envidiar al que lograba Swaggart cuando predicaba.
El líder moral de los Estados Unidos estaba prácticamente acabado. Siguió predicando, pero más de la mitad de sus feligreses dejó de seguirlo. Así y todo, no aprendió la lección: en 1991 volvieron a descubrirlo en un hotel, de nuevo con una prostituta.
Treinta y cuatro años después de su confesión, Jimmy Swaggart sigue predicando. Pero nunca volvió a ser el mismo: su estrella dejó de brillar el 21 de febrero de 1988 frente a las cámaras de televisión.