No satisfecha con el aniquilamiento de la nación, la casta verde oliva y enguayaberada agrede a sus víctimas.
Cuba es una cárcel hambrienta, donde cada ocurrencia gubernamental marcha en dirección contraria al sosiego y confort de los ciudadanos, que ya no saben cuándo podrán besar a quienes huyen al extranjero para mandar remesas o esperan jabas tras las rejas; cuándo vendrá la luz, cuándo se irá el agua, cuándo habrá Enalapril en las farmacias y cuándo comerán carne de res, sin susto.
Pero, la fatiga de Cuba mantiene cercado al tardocastrismo, liberticida por estatutos y miedo, e incapaz de ponerse en la piel de un pueblo noble, harto de engaños, posposiciones y desgarros, como la represión, el hambre y el exilio.
Un ser humano, por espartano y comprometido que sea o parezca, necesita que la ley lo ampare, que la policía respete y proteja, vivir con sosiego y poder alimentarse, curarse y educar a sus hijos, sin tener que delinquir; los cubanos están saturados de épica y resistencia inútiles, incluso aquellos que aun defienden los despojos de la revolución, y se creyeron el cuento que los militares eran mejores gestores y menos corruptos que los civiles; Gaesa manda en todo y Cuba es cada día más represiva, hambrienta, dependiente y corrupta.
No satisfecha con el aniquilamiento de la nación, la casta verde oliva y enguayaberada agrede a sus víctimas, llamando a la guerra civil, condenando a muchos años de cárcel a jóvenes empobrecidos dentro de la revolución, imponiendo destierros selectivos y estampidas migratorias masivas; desgracias aliñadas con ocurrencias anticubanas como la limonada como base de la nada; las tripas como fuente proteica; la cáscara de papa como bocado gourmet y el vaso de leche de cucaracha, otra felonía de la prensa estatal, embarcada en la retroalimentación de mentiras para dibujar un país menos malo que el real.
Vano empeño, la mayoría de los cubanos repudia al tardocastrismo; mientras la subguara finge y traga para no empeorar su precariedad; incluidos dirigentes, funcionarios, jueces, fiscales, abogados, militares, policías, intelectuales, artistas, periodistas, obispos, pastores, babalawos y abakuás; todos presos de la cultura de la pobreza con migajas selectivas y temerosos de un cambio democrático que suprima sus minúsculos privilegios de figurines de la cochambre.
De España, la lengua y bondad; de Estados Unidos, la modernidad; de África, el ditirambo; de los chinos, la laboriosidad; de los "polacos" (hebreos), la pequeña industria sustituidora de importaciones; de los "moros" (árabes), la ayuda mutua y, de los "bolos" (soviéticos), el alcoholismo y la bolsa negra; ingredientes de la nación cubana, que -casi siempre- persigue suplantar racionalidad con emociones, pero que nunca se ha sentido tan perseguida, amenazada e infeliz como ahora.
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