Sí, soy cubano. ¡Que orgullo siento al decir esto! Siempre lo digo, todos los días lo digo. Jamás lo niego. Ni un solo instante en toda mi vida he querido ser, ni he tratado ser otra cosa que no sea ser cubano.
Hablo alto, casi grito a veces, me gusta la Malta Hatuey con leche condensada, los casquitos de guayaba con queso crema.
Me emociono al oír el himno nacional cubano, al ver un grupo de banderas desesperadamente busco la cubana, y si no la veo me pongo bravo y al verla se me humedecen los ojos de lágrimas. En la casa vendedora de discos sólo busco los CDs de Chirino, el Benny, Celia, Olguita, mi coterráneo Roberto Torres (“Soy güinero” es mi segundo himno nacional), Vicentico Valdés, Abelardo Barroso, Barbarito Diez.
Las voces cubanas son las que me llegan al corazón. Disfruto los chistes de Guillermo Alvarez Guedes. ¡Que alegría ir al cine, ver una película, y que ahí vea al cubano Andy García!
Me gustan los frijoles negros, el lechón, la yuca, los platanitos maduros fritos, el café La Llave , el ajiaco, los pastelitos “refugiados”, las papas rellenas, la media noche.
Extraño el cucurucho de maní y el crocante habanero, los panques de Jamaica y las butifarras de EL CONGO de Catalina. Me gusta bailar la música cubana. Es más, es la única que me gusta bailar. Me molesta que le llamen “salsa” a mi rumba, cha cha cha, son montuno y la guaracha.
Me gusta el tasajo, la ropa vieja, la vaca frita, el bacalao a la vizcaína (que será a la vizcaína pero para mí es a la cubana). Difícilmente vaya a un restaurante que no sea cubano.
Discuto cosas del presente cubano y cosas que pasaron hace mas de un siglo.
Hablo de Martí, de Maceo y de Gómez como si fueran unos difuntos familiares míos muy cercanos que todavía quiero y añoro.
No existe un solo acontecimiento internacional que opaque la Protesta de Baragua, ni admita que hay una playa más bonita que Varadero y todos los ríos del mundo me parecen unos riachuelos al compararlo con mi Mayabeque.
Cubanizo hasta el Thanksgiving y obligo a que se adobe el pavo con sazones cubanos y mucha naranja agria.
Para mí la bolsa sigue siendo cartucho, el ómnibus sigue siendo guagua y me encantan los sándwiches cubanos del Palacio de los Jugos.
Solo leo libros escritos por autores cubanos, todos mis amigos íntimos son cubanos…
Al que no me quiere hablar de Cuba le digo bravo: “¿De qué quieres que te hable de Japón o de Italia?” Y ahí mismo no le hablo mas nunca.