LA EDUCACIÓN EN CUBA NO ES GRATIS
Con una semana de antelación, aprovechando la alta cotización del dólar estadounidense en el mercado informal, Jesús, médico, 50 años, decidió vender 200 dólares a 150 pesos. A continuación explica a qué destinará esos 30 mil pesos.
“Mi hija estudia en la Universidad de La Habana. Cuando comenzó el curso escolar, el 18 abril, un taxi particular costaba entre 20 y 30 pesos. Días después subió a 50 pesos y ahora, por un viaje que no sobrepasa los ocho kilómetros, cuesta 100 pesos y en horario pico te cobran 150. La madre y yo sacamos cuentas. 200 pesos diarios por ir y venir en un taxi particular son mil pesos a la semana (tiene clases de lunes a viernes). Cuatro mil pesos al mes. Veinte mil pesos en total para los cinco meses que restan de curso hasta febrero de 2024. Esos 20 mil pesos son solo para que llegue a tiempo al aula y no demore demasiado en regresar a la casa. Los otros 10 mil, para que meriende algo, pero le alcanzarán para los dos primeros meses, por los altos precios en timbiriches privados: una limonada frappé cuesta 150 pesos y 300 una pizza. Una locura», dice Jesús y añade:
“Gracias a familiares en el extranjero podemos sostener esos gastos. Ellos también le mandan ropa, calzado y hasta almohadillas sanitarias. Un pariente en Miami mensualmente le recarga el móvil, porque ella necesita tener bastante gigabytes de datos para sus clases. En los tres primeros meses del curso universitario, entre transporte, merienda, repasos y un bolso, gastamos 26 mil pesos, cantidad que en ese momento equivalía a cerca de 250 dólares. Pero en los cinco meses que le quedan, es probable que doblemos esa cifra. Y después el gobierno se llena la boca de decir que la educación en Cuba es gratis”.
Aleida, 35 años, madre soltera de un varón de siete años y una hembra de diez, los dos alumnos de primaria, confiesa que se siente rebasada por la durísima situación económica que vive el país. «No hay quien pueda con la inflación, la crisis económica y el desabastecimiento. No es solo que no encuentras nada de comer por la calle, es que las tiendas del Estado no venden ni cepillos de dientes en pesos cubanos. Todo hay que comprarlo en el mercado negro o en las tiendas en MLC. Vivimos como esclavos. Trabajo en una oficina y para tener un dinero extra y poder alimentar a mis hijos, me dedico al negocio de colera y revendedora de mercancías”.
Pero ni con ese dinero extra le alcanza, porque «un par de tenis no baja de 4 mil o 5 mil pesos y una mochila de 3 mil a 4 mil pesos. En la escuela le dan solo cinco libretas a cada alumno para todo el curso, cuando por lo menos necesitan catorce o quince. Las otras las tengo que comprar por fuera, a 170 o 200 pesos cada libreta. Sin contar los lápices y otros útiles escolares, que hay adquirirlos en los negocios particulares, pues el Estado no los vende . Y no he dicho lo peor: las meriendas y los almuerzos. En junio, antes de las vacaciones, un paquete con ocho panecitos chiquitos costaba 60 pesos. Ahora, si lo encuentras vale 200 pesos». Aleida sigue relatando sus problemas:
“Luego viene la matazón (grandes colas) para comprar el uniforme. Y la pedidera constante de los maestros, quienes piden de todo. Desde detergente para limpiar las aulas y los baños hasta ventiladores, para que los muchachos no pasen calor. El año pasado los padres le pagamos a un carpintero para que reparara un montón de pupitres que estaban desbaratados y compramos cuatro lámparas de luz fría y dos ventiladores. Para rematar, cuando hay alguna actividad recreativa, te piden dinero. Después hay que oír al cara de tranca de Díaz-Canel hablando de la comunidad y un montón de sandeces. Los que estamos manteniendo a las escuelas hace tiempo somos los padres. El gobierno, si se acuerda, pinta con lechada las fachadas y del resto, que se encarguen las familias. Te juro que si no tuviera hijos me hubiera suicidado”.
Debido a la pandemia, todos los niveles educacionales tuvieron atrasos en Cuba. Durante buena parte de 2020 y 2021, las escuelas cerraron y las clases se trasmitían por televisión. Sergio, pedagogo, coincide que “esos dos años del Covid fueron durísimos. El confinamiento provocó que muchos estudiantes perdieran el hábito de estudiar con sistematicidad. Eso ha generado lagunas en su enseñanza, por eso se han relajado los exámenes y no se harán pruebas de ingresos a la universidad. Desde luego, esto trae consigo distorsiones en la formación de futuros profesionales. El abrupto descenso cualitativo de la enseñanza general y universitaria no es culpa de la pandemia ni de la crisis económica, que incide y acelera el derrumbe del sistema educativo nacional, las deficiencias vienen desde hace tiempo, por la baja calidad de los maestros».
Según Sergio, son múltiples las causas por las cuales los jóvenes cubanos no quieren estudiar magisterio. «La dos principales son los bajos salarios y el poco reconocimiento social que tienen hoy los maestros en Cuba, a diferencia de los años anteriores al triunfo de la revolución en 1959, cuando casi todos los maestros eran graduados de pedagogía y eran personas muy respetadas. Otra realidad es que el presupuesto estatal destinado al sistema educativo desciende cada año. Comparado con la década de 1980, es un 50 por ciento menor. Lo mismo sucede en salud pública. Mientras a la construcción de hoteles y al ocio en el turismo se le dedica el 45 por ciento del presupuesto nacional, a la educación cada vez se le asigna menos dinero. El Estado le ha traspasado a las familias gastos como meriendas y compras de material escolar”.
Además de escuelas en mal estado constructivo, otro grave problema es la ausencia de internet en las aulas de primaria, secundaria y preuniversitario. Excepto en las universidades, el resto de los niveles de enseñanza no tienen conexión a la red de redes. Yulia, estudiante de historia, aclara que «en la Universidad de La Habana la conexión a internet no es gratuita. Existe una red inalámbrica, pero solo se puede usar para asuntos de la escuela. A los universitarios les abren una cuenta para conectarse a internet que se llama Evea, pero yo jamás la he usado. Utilizo el internet de datos de mi móvil, donde puedo navegar sin restricciones”.
Giselle, alumna de segundo año de la carrera de economía, tiene que despertarse a la cinco de la mañana para viajar en un atestado ómnibus del transporte urbano desde Santiago de las Vegas, en el municipio Boyeros, al sur de la capital, y poder llegar a tiempo a las clases, a la una de la tarde. “Son unos veinte kilómetros de mi casa a la universidad, pero debido al pésimo servicio del transporte, demoro tres o cuatro horas en la ida e igual tiempo al regreso. A veces llego a mi casa sobre las nueve o diez de la noche. Mis padres no tienen dinero para pagarme un taxi privado que Santiago de las Vegas al Vedado cobra 150 o 200 pesos».
En otras provincias la situación es aún peor. Desde Las Tunas, a 668 kilómetros al este de La Habana, Lidia, ama de casa, comenta que debido a los apagones de 14 y 20 horas diarias, «hace cinco meses que mi hijo apenas duerme por las noches, por el calor y los mosquitos. Y el 5 de septiembre comienza el nuevo curso escolar. Mi hijo estudia en un tecnológico, tiene que caminar siete kilómetros hasta la escuela porque no hay transporte. Si no relajan o cambian el horario de entrada, no irá, pues me parece abusivo caminar tantos kilómetros y que después la directora no lo deje entrar por llegar tarde. En la escuela no dan desayuno, merienda, ni almuerzo, y los padres tenemos que comprar el calzado, la mochila y todo lo demás. Por los apagones no le puedo planchar el uniforme. Lo mejor que hace el gobierno es privatizar la educación”.
Al elevado costo de la vida, largas colas, apagones, desabastecimiento generalizado y caótico servicio de transporte público, se suman gastos suplementarios para que los hijos puedan estudiar. Una parte considerable de ese dinero llega de Estados Unidos, donde residen casi dos millones de compatriotas. Daniel, dueño de una pequeña tienda en la Florida, lleva diez años enviándole 200 dólares mensuales a su hermano en Cuba, además de comprarle alimentos en Supermarket o Katapulk, que son carísimos. «Pero cuando van a empezar las clases, le envío un dinero extra. Y si viaja una ‘mula’, a mis dos sobrinos les mando zapatos, mochilas y enseres escolares. El plan es que cuando terminen el preuniversitario vengan para Estados Unidos a estudiar en una universidad. En Cuba un profesional y mierda es lo mismo”, cuenta Daniel por WhatsApp.
Miles de jóvenes en la Isla también piensan lo mismo.
La merienda escolar, la más reciente víctima de la crisis económica en Cuba
Un beso en la puerta de la casa y la mirada de la madre siguiéndolo hasta que dobló la esquina fue parte de la rutina de Jeancarlos este lunes. El niño de once años reanudó este 5 de septiembre un curso escolar en el que, a diferencia de hace unos meses, ya no podrá contar siquiera con un pan para la merienda.
Desde que las clases cesaron para dar paso a las vacaciones de verano, mucho ha cambiado en la Isla. Los apagones se prolongaron, el peso cubano se hundió ante las divisas y la harina de trigo se volvió un producto cada vez más escaso. Las galletas y panes que apuntalaban la merienda de los estudiantes prácticamente han desaparecido.
"Para que pueda llevarse un pan con algo a la escuela, alguien en la casa tiene que dejarse de comer el suyo", aclara la madre de Jeancarlos en alusión al producto del racionamiento. Pero el alumno de sexto grado no es el único estudiante de la familia. "La niña empezó en primer grado y el pan mío se lo di a ella porque es más chiquita y no entiende eso de no tener merienda", explica.
Días antes de reiniciar el curso escolar, la mujer estuvo indagando sobre posibles soluciones. "Un paquete pequeño de galletas lo mínimo que te cuesta son 100 pesos y no hay nada que echarles, así que esa opción ni la cuento porque no soluciona el problema", explica a 14ymedio. Una comerciante informal le vendió "un extracto de refresco que garantiza que al menos no lleve solo agua a la escuela".
Recientemente, la joven Trilce Denis lanzó una agria diatriba contra el gobernante Miguel Díaz-Canel a través de un video publicado en su cuenta de Facebook. "Ahora yo quiero saber, cuando empiece la escuela, qué merienda se le va a dar a los niños, ya me tienen enferma de los nervios", cuestionó la mujer.
Denis lamentó que, incluso cuando ella pudiera gestionar una merienda para su hijo, éste tendría que comerla al lado de otros niños que no podían llevar ningún alimento. La preocupación es compartida por muchos padres que temen un aumento de las desigualdades sociales expresado en la incapacidad económica de las familias para ofrecer un pan a sus hijos.
Los contrastes no se perciben ahora solo en la calidad del calzado o de la mochila en la que los alumnos llevan sus libros, sino que el solo hecho de tener unas galletas dulces, un sándwiches o un pan marcan la pertenencia a cierta clase social que tiene acceso a las tiendas en moneda libremente convertible o recibe remesas del extranjero.
Ulises, de 43 años, aterrizó este sábado en La Habana proveniente de Miami. Tras llegar hace seis años a Estados Unidos, es la tercera vez que regresa a la Isla a visitar a su hermana y dos sobrinos en edad escolar. "La mayor parte de las maletas las traje llenas de comida", cuenta a este diario. "Latas de todo tipo, harina, galletas y pan", enumera.
"Le traje todo lo que necesitan para la merienda del próximo mes, después ya veremos cómo nos las arreglamos para que puedan llevar algo de comer a la escuela, pero por el momento al menos tienen resuelto el inicio del curso". Polvo de refrescos instantáneos, leche en polvo y algunas confituras formaban parte también del "rescate familiar", como Ulises llamó a su equipaje.
"Con la harina que traje mi hermana ya empezó a hacer su propio pan porque el de la libreta no hay quien se lo coma, ácido y duro". Pero los primeros días del curso no son la prueba más dura para las familias con niños o adolescentes que van a la escuela. "Normalmente esta primera semana de septiembre todo es más relajado. Lo peor vendrá luego", reconoce el emigrado.
En los sitios de clasificados abundan por estos días los anuncios que prometen "paquetes de galletas ideales para la merienda escolar" o "confituras variadas en sobres independientes, perfectas para llevar a la escuela". Pero los precios disuaden a muchos posibles compradores. Un estuche con cuatro galletas dulces con "chispas de chocolate" en 200 pesos, da la medida de la inflación.
"No se trata solo de llevarse algo a la boca, sino que a esta edad los adolescentes son muy sensibles", lamentaba este lunes un padre a las afueras de la secundaria básica protesta de Baraguá en Centro Habana. "Mi hijo me dice que no quiere traer nada porque le da pena con sus amigos que no tienen, pero eso significa toda la mañana sin comer nada, eso no puede ser bueno".
A las afueras del centro docente, y mientras los estudiantes formaban para el primer matutino de este septiembre, algunos padres recordaban que a inicios de este siglo se implementó "una merienda fuerte" para los alumnos de la secundaria. "El Gobierno no quería que los niños estuvieran vagando por las calles y en lugar de salir en el horario de almuerzo se les daba un pan con algo y un yogur", rememoraba una madre.
Esa merienda escolar, que comenzó a distribuirse en 2003, incluía un vaso de yogur de soya y un pan que podía contener salchicha, butifarra, queso, jamonada o croqueta. La oferta buscaba que los estudiantes no tuvieran que salir a sus casas en el horario del almuerzo, del que muchos no regresaban. Pero la iniciativa, apoyada por la comodidad económica que permitió el petróleo venezolano, sobrevivió apenas una década.
"Yo soy de esos adolescentes que tiraba el pan por la cerca de la escuela o nos poníamos a jugar a tirarnos la salchicha", comentaba uno de los padres a las afueras de la secundaria de Centro Habana. "¿Quién me iba a decir que ahora iba a estar aquí soñando con que al menos mi sobrino tuviera algo así?". Los tiempos han cambiado y ahora la merienda es un lujo que pocos pueden darse.
Estudiantes cubanos vuelven a las aulas en curso escolar marcado por apagones, escasez y altos precios
Cerca de dos millones de estudiantes cubanos de distintos niveles de enseñanza regresaron a las aulas este lunes al iniciarse el curso escolar, en medio de apagones de hasta 18 horas, escasez y altos precios.
De acuerdo con el medio oficial Cubadebate, las enseñanzas primaria, secundaria, preuniversitaria y técnico-profesional cuentan con una matrícula total de 1,697,299 estudiantes, mientras que los universitarios ascienden a 280,000 estudiantes, que constituyen “el 32% de jóvenes entre 18 y 24 años de toda la nación”.
Todos serán puestos a prueba tras un verano de insomnio, marcado por el agravamiento de la situación sanitaria debido a la falta de fluido eléctrico, de agua y el aumento de enfermedades virales, la escasez de comida y de medicamentos, así como los efectos del ordenamiento monetario y la dolarización de la economía.
Apenas iniciadas las clases, la Unión Eléctrica de Cuba (UNE) anunció este lunes que habría afectaciones al servicio por déficit de capacidad de generación durante el día y la noche.
En provincias como La Habana, Artemisa y Holguín, las personas enfrentan problemas con el abasto de agua por causa de averías que impiden el bombeo regular del líquido, según las autoridades. Los pobladores se han quejado de no haber tenido acceso al servicio por dos y hasta tres semanas consecutivas.
A lo anterior se suma el déficit de harina que afecta la producción y distribución de pan -el desayuno por excelencia del cubano- en varios territorios del país durante las últimas dos semanas de agosto y aún no se restablece.
Por solo poner un ejemplo, a finales de agosto, la directora adjunta de la Empresa Provincial de la Industria Alimentaria en Santiago de Cuba, Elizabeth Perera Segura, explicó a la prensa estatal que la disponibilidad de harina era de 0,5%, es decir, su cobertura solo alcanzaba para medio día, lo cual representaba un déficit elevado e impide garantizar la venta en tiempo del pan.
Asimismo, madres cubanas han declarado públicamente su negativa a llevar a sus hijos a la escuela, ya sea por el cansancio que les genera dormir sin ventilación a causa de la falta de electricidad, como por la imposibilidad de comprar las meriendas o de garantizarles el transporte para que asistan a clases; sin contar los astronómicos precios del calzado y las mochilas que duplican el salario mínimo y a menudo solo disponibles en moneda libremente convertible (MLC).
La crisis energética por la que atraviesa Cuba, la más alarmante desde los años 90, y por consiguiente la inestabilidad en los servicios de electricidad y agua, así como las consiguientes afectaciones en la producción alimenticia y en las restantes actividades económicas del país, no tienen solución a corto plazo.
“Se trabaja duro para antes de fin de año minimizar los apagones y en 2023 estabilizar el sistema eléctrico nacional”, dijo el mandatario Miguel Díaz-Canel en un tuit a finales de agosto.
Otro de los retos para este nuevo curso escolar es la cobertura educativa que, según la ministra de Educación Ena Elsa Velázquez Cobiella, se calcula en poco más de 250,000 docentes para los 10,793 centros educacionales del país. Nada ha informado el MINED sobre el impacto en el proceso educativo de la actual crisis y del éxodo masivo de maestros por los bajos salarios y la inflación.
Del total de centros educativos, solo 1,436 se benefician con obras de reparación y mantenimiento, “No hemos podido intervenir en todas las que lo necesitan, cuestión que genera insatisfacciones en muchas familias”, lamentó la ministra y reconoció, sin revelar números, que existe una “cifra notable de instituciones con situaciones constructivas evaluadas de regular y mal”.
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