Alejandro Armengol
En Cuba el salir de un cargo es una pérdida absoluta, casi de la vida o al menos de la vida como la había conocido: desde la posibilidad del arreglo del automóvil hasta el quedarse sin el vehículo. En cierta medida todo ello ha cambiado, pero no lo suficiente. No hablo del retiro forzoso por la edad sino de lo que en la Isla se llama comúnmente “truene”, el despido por las causas más diversas, desde políticas, pérdida de confianza o del favor de los superiores (las más comunes) hasta por ineficiencia (las menos). En Estados Unidos o Europa el abandonar el poder político no es el fin de un destino, sino el comienzo de una nueva vida. Algo a lo que hay que aspirar a que ocurra en la Cuba futura
Antes de la llegada de Donald Trump a la esfera política estadounidense, en este país no se practicaba o era bien vista la política del rencor. Todavía cabe la esperanza —cada día más lejana— de que se vuelva a la normalidad, una normalidad que encierra una profunda hipocresía, pero que al mismo tiempo establece una distancia.
En Cuba, y especialmente tras el 1º de enero de 1959, el rencor es una práctica común. Hasta su muerte Fidel Castro continuó manifestándolo en sus esporádicos escritos, bajo argumentos acumulados desde una supuesta militancia comunista hasta el lenguaje bélico. Aún dicho rencor continúa siendo parte del discurso oficial.
En EEUU, cuando un presidente se retira, luego de ser por cuatro u ocho años el hombre más poderoso del planeta —ninguna mujer aún ha llegado a la presidencia— pasa a ser un ciudadano común. Puede que mantenga mucha o poca influencia política por un tiempo, pero lo más común es que se abstenga a su retiro o se dedique a hacer dinero, como Bill Clinton y Barak Obama. Nada más. Trump se empeña en romper este destino, pero hasta el momento ha logrado ha logrado más caos que logros.
En Cuba, cuando un llamado “dirigente” se retira —si no ha sido defenestrado— pasa a un anonimato que no tiene nada que ver con ser un ciudadano común, como en EEUU, sino con el olvido. Y si ha sido defenestrado pasa al silencio. O, como suele ocurrir, solo le queda esperar por una muerte cercana. Hay casos contados en que ese olvido ha sido aprovechado también para hacer algún dinero, pero por lo general esa tarea saludable y vulgar queda a los herederos. Por lo común, por ejemplo, en el caso de oficiales de las FAR y el Minint, desempeñan oficios humildes, como taxistas. Para algunos afortunados queda el recurso de producir memorias cuidadosas en no revelar detalles comprometedores, o incluso literatura o pinturas.
El hecho de concebir el cargo público como un destino o como un sacerdocio —para quienes quieren ver en la tarea un objetivo elevado— es ajeno por completo al concepto de servicio público, con independencia del rango, como un oficio de cualquier siglo. Y tiene mucho que ver con un paradigma falso del desempeño de las labores de gobierno o partidistas como sacrificio penene, en lugar de como fuente de privilegio, como realmente es en la Isla.
Para la elite gobernante cubana, la patria no es ara sino simple pedestal para ascender a lo negado al resto de la población.
En primer lugar, porque por décadas no existió una política de conclusión de términos, que se ha oficializado, pero aún no se lleva a la práctica por completo. En segundo porque durante todo ese tiempo fue norma establecida por el propio Fidel Castro en un lema más: “un revolucionario nunca se retira”.
El propio Castro dio muestras de su retiro forzado del gobierno por motivos de salud —particularmente en los aspectos de imagen, con los que siempre fue muy cuidadoso— como su vestuario con ropa deportiva, pero nunca abandonó por completo el concepto del caudillo eterno, aunque de forma más visible se limitara a sus escritos.
Pasar al retiro, para un mandatario, un miembro del gabinete o un legislador en EEUU significa una pérdida de poder, por supuesto, en lo que se refiere a una acción de ordeno y mando, pero no de privilegios en el sentido de poder disfrutar de placeres o satisfacción de necesidades más inmediatas, desde la comida y la vivienda hasta los viajes.
Es por ello que la actitud estadounidense, que al igual es común en Europa, debe ser un ideal que debe aspirarse en Cuba. Incluso por encima de los factores no tan positivos que generan dicha actitud —el hecho de que en última instancia lo determinante es el poder del dinero—, no porque necesariamente hace mejor a las personas, sino porque las hace más libres, incluso a los que creen que su poder es eterno.