Una Cuba libre no debe pagar deudas 'repugnantes'
El castrismo es una maquinaria de destrucción y empobrecimiento. Cualquier financiamiento que le ha sido otorgado ha contribuido a dilatar su existencia y azote.
En 2011, China perdonó a Cuba 6.000 millones de dólares en deuda; en 2013, México la eximió de pagar 487 millones; en 2014, Rusia hizo lo mismo con 35.000 millones y, en 2015, el Club de París condonó 8.500 millones de un total de 11.100 millones que adeudaba la Isla.
Aun después de tanta clemencia, en 2017, último reporte oficial de deuda externa, el Gobierno cubano reconocía seguir debiendo a entidades extranjeras 17.800 millones de dólares, monto que, con toda certeza, ha aumentado en los últimos años, en parte por nuevos préstamos, en parte por acumulación de intereses y principales impagados.
Hasta aquí hemos hablado de "deuda de Cuba" porque así se trata habitualmente el tema, quizás con demasiada ligereza pues ¿es Cuba —término abstracto que engloba a su población— quien debe ese dinero o es el Gobierno?
En un país donde, mediante mecanismos más o menos efectivos y aceptados por mayoría cualificada, el pueblo elije a sus representantes, no cabría diferenciar, de cara a compromisos financieros, entre nación y Gobierno, pero ¿qué pasa cuando los "representantes" se autoimponen y actúan sin el consentimiento ciudadano?
Casualmente, en este tópico Cuba hizo su primera y única aportación a la jerga técnico-económica mundial. Allá por 1898, cuando el Gobierno interventor norteamericano se hizo con el control de la Isla heredó, además, la deuda externa creada por las autoridades españolas.
El pueblo cubano, extraoficialmente representado por Horatio Rubens y Gonzalo de Quesada, exigió a los yankees no asumir tales obligaciones financieras, alegando que habían sido contraídas sin consentimiento ciudadano. Popularmente se le llamó a aquel compromiso "deuda repugnante", término que la academia económica internacional aceptó y usó.
Lamentablemente, el sonoro término "repugnante" made in Cuba está en desuso; ahora se admite más el finolis "deuda odiosa" para designar aquellos compromisos teóricamente nacionales que son creados por dictadores y sátrapas con la mucha complicidad y alguna ingenuidad de instituciones y empresarios foráneos.
Pero la cuestión no termina en la adjetivación de la deuda. Con el objetivo de que quien financie dictaduras sepa que no podrá cobrar cuando estas caigan, y así dificultarle el acceso a crédito a tan deleznables gobiernos, el Nobel de Economía Michael Kremer —probablemente el mayor teórico de este campo— propuso la creación de un organismo internacional que dictaminase cuáles gobiernos eran "repugnantes", para que las deudas contraídas se cancelasen automáticamente cuando cambiase el régimen. Tal organismo no se ha concretado, pero es una idea que la oposición cubana debe valorar cuidadosamente.
Es importante también saber que, para que una deuda sea considerada repugnante, no basta con que la contraiga un tirano, pues hasta estos pueden hacer inversiones socialmente fructíferas. Debe, por tanto, demostrarse que fue utilizada contra los intereses ciudadanos.
Entonces, para que la deuda externa nacional, total o parcial, pueda ser declarada repugnante, no bastaría probar ante una corte internacional que el castrismo es tiránico; es necesario, adicionalmente, demostrar que la deuda se usó en perjuicio de los cubanos.
Aunque ya eso conllevaría una fundamentación jurídica que excede la competencia de este artículo, los tiros podrían ir por demostrar que el castrismo es una maquinaria de destrucción y empobrecimiento —algo no tan difícil de probar—. Así, podría alegarse que cualquier financiamiento otorgado al castrismo contribuyó a dilatar su existencia y azote, lo que debe considerarse perjudicial para los ciudadanos.
En todo caso, las deudas repugnantes no siempre desaparecen. Tan atrás como en 1917, el jurista ruso Aleksandr Naumovich estableció que "si un poder despótico incurre en deuda no por las necesidades o los intereses del Estado, sino para otorgar mayor fuerza a su régimen despótico, para reprimir a la población que se le enfrenta, etc., esta deuda es odiosa para la población de todo el Estado. Esta deuda no es una obligación para la nación; es una deuda del régimen, una deuda personal del poder que la ha tomado".
La deuda, entonces, de mantenerse tras un cambio de régimen en Cuba, podría muy bien recaer sobre quienes representaron y se beneficiaron directamente de la dictadura; con lo que los extranjeros que están enriqueciéndose en la tranquila Isla comunista de barata y dócil mano de obra, mientras comparten yates y juegos de golf con los jeques del Partido Comunista, mañana tendrán que exigirle a esos mismos camaradas, y solo a ellos, si quieren cobrar sus inversiones. ¡Cuba libre no pagará deudas repugnantes!
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