Los cubanoamericanos en Miami siempre le están dando la razón a Donald Trump en todos los temas.
En el 2016 en Iowa, el principal candidato republicano a la presidencia se jactó de decir que podía pararse en medio de la Quinta Avenida de Nueva York “y dispararle a cualquiera”, y no perdería votantes.
El Miami del 2022 está probando que eso sigue siendo verdad. No importa que la misma democracia se convirtió en blanco de la ira narcisista de Trump. En la Calle Ocho lo siguen adorando.
El asalto del ex presidente a la democracia, aparentemente, no significa nada para la mayoría de los cubanoamericanos en Miami-Dade; así lo confirma una nueva encuesta. Están tan ciegos como sus antepasados que apoyaron a Fidel Castro en 1959.
El ex presidente Trump mintió a sabiendas a los electores sobre los resultados de las elecciones de 2020.
Por primera vez en la historia de Estados Unidos intentó descarrilar la transferencia pacífica del poder y dar un golpe de Estado. Robó documentos clasificados. Y él, tres de sus hijos y su Organización Trump están acusados de actividad criminal.
Y aún así, Trump, el caudillo estadounidense, no solo no pierde partidarios cubanoamericanos en Miami, sino que seis años después obtiene aún más. Es tan apreciado entre este grupo confiable de votantes de Florida, según una encuesta de la Universidad Internacional de Florida (FIU), que es más popular que el gobernador Ron DeSantis.
Lo siento, gobernador, a pesar de las guerras culturales que tanto le gustan a los cubanoamericanos republicanos y a los conservadores latinos —quienes prefieren la segregación racial, quienes quieren ver a los homosexuales escondidos de vuelta en el armario, y quienes piensan que pueden imponer sus creencias a los niños y en los cuerpos de mujeres— todavía les gusta más el payaso principal.
Los cubanoamericanos quieren a Trump en la boleta presidencial del 2024, dicen los resultados de las encuestas, una preferencia aterradora que confirma la alucinante radicalización de Miami, donde la combinación de cubanoamericanos conservadores y evangélicos latinos que también adoran a Trump conforman un poderoso bloque de votantes.
Agregue a la mezcla los cubanos recién llegados que solo se cambiaron de saco: alguna
vez fidelistas, ahora son trumpistas y viven el mismo radicalismo, el mismo consumo de desinformación, y los resultados son: el presidente Biden está frito.
La mayoría de los cubanoamericanos desaprueban su manejo de la economía y la política hacia Cuba, y planean votar por la planilla total de los republicanos el 8 de noviembre. La cultura de secta en Miami es casi imposible de romper, y culpar a la desinformación desenfrenada y la falta de interés por el ataque de Trump a la democracia ya no es una excusa válida.
Hay independientes cubanoamericanos, demócratas e instituciones no partidistas de Miami que trabajan arduamente para brindarles información a los votantes.
“Somos hijas del exilio histórico y nos preocupamos por el estado de la democracia estadounidense, y por eso nos hemos organizado después de los hechos del 6 de enero”, me dijo Carolina Camps, presidenta del grupo Cuban American Women Supporting Democracy (Mujeres Cubanoamericanas Apoyando la Democracia). “Lo que está pasando en Miami es increíble. ¿En cuáles otros países se ve una turba violenta en la calle tratando de impedir una transición democrática? En los países de los que huyeron nuestros padres. ¿Cómo es posible apoyar una cosa semejante aquí?”.
Sin embargo, cada vez que se les pide públicamente a los candidatos republicanos cubanoamericanos que expliquen cómo compaginan su apoyo a Trump con su traición, su respuesta es desviar la conversación hacia Biden y las deficiencias que el Partido Republicano le ha asignado.
“Los republicanos no tienen a dónde ir sino a ser republicanos MAGA”, dice Camps. “No pueden desviarse de esa línea, o perderán. No van a actuar como Liz Cheney. Nadie quiere perder”.
Aun así, el nivel de apoyo a Trump es incomprensible.
Trump, siempre oportunista, era demócrata de Clinton y probablemente violó el embargo de Estados Unidos sobre Cuba cuando envió a sus colaboradores a la isla para negociar acuerdos inmobiliarios y registrar su marca en 2008. Solo cambió de lado cuando no pudo lograr un acuerdo de negocios suficientemente favorable con el gobierno cubano para construir una torre en La Habana y un campo de golf.
Durante sus cuatro años en el poder, Trump no hizo nada para incursionar en Cuba o Venezuela. De hecho, dejó a ambos países más distanciados de la democracia de lo que los encontró bajo la presidencia de Barack Obama.
A la luz de la brutal represión y el encarcelamiento de manifestantes en Cuba, Biden ha mantenido muchas de las sanciones de Trump y, al mismo tiempo, ha tomado medidas para ayudar al pueblo cubano. Sin embargo, los cubanoamericanos encuestados dicen que no apoyan la política de Biden hacia Cuba.
Pero lo que sí hace eco entre los republicanos cubanoamericanos es la campaña de demonización emprendida contra los demócratas, presentados como “socialistas” por el Partido Republicano de Florida. Este odio irracional e inducido hacia los demócratas supera con creces cualquier sentido común cuando estos mismos votantes valoran los beneficios de Medicare, Medicaid y el Seguro Social que el liderazgo del Congreso del Partido Republicano ha amenazado con demoler.
Hay un dicho en español para describir a las personas que se autoinfligen dolor— “somos hijos del maltrato”— y encaja perfectamente con la continua adoración de Miami por el neoyorquino mentiroso y tramposo y por el trumpismo.
Que Trump haya introducido una era en la que las mujeres, los homosexuales y las minorías están perdiendo derechos no es motivo de preocupación para ellos.
Que DeSantis, su mini-yo, sea un joven político ambicioso que ve la caída de Trump como su peldaño a la Casa Blanca, y está conduciendo a Florida por el camino del fascismo para llegar allí, no le quita el sueño a ningún republicano cubanoamericano.
Tal vez estén siguiendo los pecados de nuestros padres, la generación que apoyó ciegamente a Castro, y que cuando se despertaron e intentaron revertir el rumbo, la democracia ya estaba profundamente enterrada.
Sesenta y tres años después, Cuba sigue esclavizada por el bastión de un régimen castrista, y Miami abraza a otro tipo de tirano.
Los cubanoamericanos no se bajarán del tren Trump.
Son los perfectos tontos útiles.
Es su pérdida, y la de Cuba también.