En diciembre de 2009, cuando estudiaba la universidad, seguía a través de las cuentas de Twitter y Facebook de activistas y periodistas las discusiones alrededor del matrimonio igualitario en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. En ese momento, la ahora Ciudad de México se convirtió en la primera entidad en América Latina que reconoció este derecho. Fue solo el inicio: era necesario hacer lo mismo en 31 estados más.
Tuvieron que pasar 12 años desde que las primeras parejas gays se casaron en México, pero el día llegó. Este 26 de octubre, el Congreso de Tamaulipas aprobó las reformas necesarias para que parejas del mismo sexo puedan casarse en ese estado, el último que faltaba para celebrar este derecho en todo el país. Amor es amor. Todas son familias. Lo sabíamos y ahora todo México lo sabe. Hoy somos más visibles, más iguales y eso nos hace un país con un poco más de justicia.
Este triunfo le pertenece a todas las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans que alguna vez hemos alzado la voz. A quienes hemos marchado y sumado aliadas y aliados en nuestros lugares de trabajo o desafiando a las familias cuando hablaban de nuestros derechos como charla de sobremesa. A quienes deliberadamente o de manera incidental han puesto su cuerpo para luchar contra la discriminación. A activistas que negociaron con legisladoras y legisladores que no se atrevían a proponer un cambio y votarlo. Le pertenece a cientos de parejas que se atrevieron a pararse en el Registro Civil de su ciudad, decir que querían contraer matrimonio, enfrentar la discriminación que vendría y recurrir a un amparo —paso que resultó necesario para detonar las luchas en cada estado, a través de estrategias de litigio de abogados como Alex Alí Méndez en Oaxaca—. A la Suprema Corte de Justicia de la Nación que, en este asunto, ha sido clara en su posicionamiento a favor de los derechos humanos desde 2010.
Me emociona pensar en todas las historias de vida que serán impactadas por este avance. En las parejas que ya no tendrán que viajar a otro estado para casarse legalmente. En jóvenes LGBTQ que todavía encuentran obstáculos a su libertad y a su desarrollo, pero que ya no tendrán este en específico. En mis sobrinas y sobrinos en Yucatán que podrán preocuparse menos sobre su decisión de con quién casarse, o si quieren o no hacerlo.
Pienso en los miles de hombres gays y bisexuales y mujeres trans que murieron de enfermedades relacionadas al SIDA en los años 1980 y 1990 sin tener a sus parejas y familias en el hospital, inspirando un movimiento urgente para reconocer nuestras relaciones de pareja como dignas y válidas, para proteger a nuestras familias ante el rechazo social y el abandono del Estado. Como escribió Matthew Lopez en su obra de teatro The inheritance, pienso en las personas LGBTQ+ que, antes de mí, fueron valientes sin saber que sus acciones tendrían consecuencias en mi historia. Me pregunto si en las próximas generaciones entenderán el peso que la lucha por el matrimonio igualitario ha tenido en la nuestra, como revelan tantos comentarios y reacciones en redes sociales estos últimos días.
David Razú, quien encabezó la propuesta para reconocer el matrimonio igualitario en el entonces Distrito Federal, ha dicho que esperaba que tardaríamos más años en llegar a este punto. Cada día que pasó fue, como dice Andrés Treviño, director de Diversidad Sexual del Gobierno de Jalisco, hacernos sentir ciudadanas y ciudadanos de segunda clase. Pero el triunfo llegó a pesar de los argumentos en contra. Unos que, por cierto, no se han actualizado en las décadas que el matrimonio igualitario ha estado en la agenda LGBTQ del mundo: que no es válido porque el fin del matrimonio debe ser la procreación entre hombre y mujer, que hay que llamarle de otra manera porque la palabra matrimonio está relacionado con el latín mater (madre), que para qué queríamos casarnos en todo el país si ya podíamos hacerlo en Ciudad de México.
Es un triunfo, hay que decirlo, a pesar de la homofobia del entonces presidente Felipe Calderón, cuyo gobierno trató de impedir en 2010 su legalización en Ciudad de México. A pesar de la incompetencia de su sucesor, Enrique Peña Nieto, quien no alcanzó a movilizar a su propio partido para apoyar su iniciativa de reconocer el matrimonio igualitario en todo el país en 2016. A pesar de la falta de voluntad del actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador, quien en cuatro años no ha aprovechado su poder y popularidad para que este derecho avanzara en los estados que faltaban por legalizarlo. Es un triunfo de la sociedad civil organizada, a la que esta administración ha despreciado tanto.
Hoy, el movimiento LGBTQ tiene mucho por qué agradecerse y sentir orgullo. Repetimos siempre que hace falta alcanzar la igualdad en otros terrenos, y es cierto, pero eso no quita que debemos celebrar este avance. ¿Qué sigue? Mucho. En el tema de matrimonio igualitario, cambiar este derecho para que aparezca en las leyes de todos estados, como señala Juan Pablo Delgado, abogado especialista en derechos humanos, y terminar con la desigualdad estructural que nuestro sistema jurídico sostiene, como dice Geraldina González de la Vega.
En otros temas urgentes, acabar con las mal llamadas “terapias de conversión”, que en realidad son Esfuerzos por Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (ECOSIG) y ahora mismo se está discutiendo penalizarlas con prisión. Insistir hasta que el gobierno compre vacunas contra la viruela símica, que afecta de manera desproporcionada a hombres gays y bisexuales. Acabar con la discriminación laboral, la violencia por homofobia y transfobia. Ver por la salud mental de las personas LGBTQ+. Lograr el reconocimiento de la identidad de personas trans en los estados que faltan y garantizar su acceso a la salud, vivienda, educación y trabajo digno.
Lo que sigue es que nuestras familias, salud, trabajo, seguridad y privacidad no estén en riesgo por ser quienes somos. No podemos bajar la guardia pues, como ya vimos que sucedió en Estados Unidos con la revocación al aborto legal y gratuito, los derechos no son completamente irreversibles. Esos objetivos ahora pueden sonar lejanos, pero hoy celebramos lo que antes nos parecía imposible. Lo estamos logrando. Que estos otros pendientes no tomen 12 años o más de lucha. Nos tenemos unas a otros y somos imparables.