Sobre el libro Cuban Privilege, the Making of Immigrant Inequality in America, de Susan Eckstein, no puedo opinar porque no lo he leído.
Me pregunto si mucho de los que se manifiestan en contra de éste lo han hecho, pero tampoco quiero escribir ahora la respuesta que me imagino a esta pregunta. Sobre lo que sí he escrito, y mucho, es sobre el exilio cubano, las condiciones del mismo y los cambios de opinión según el momento y el presidente de turno en Washington. No olvido, por ejemplo, la posición del senador Marco Rubio en contra de la llamada “Ley de Ajuste”, y tampoco la época en que los republicanos en Miami no querían que vinieran más cubanos. También he escrito, quizá demasiado, sobre el “dolor del exilio” y la explotación de este sentimiento verdadero por una caterva de llamados “exiliados de línea dura” aquí en Miami.
Este país ha sido generoso como ninguno con los cubanos. La nación estadounidense. No un gobierno específico, republicano o demócrata. Varios mandatarios se han distinguido por una política migratoria más flexible, pero el hecho de acoger a los cubanos ha sido un principio fundamental del sistema norteamericano. Como nación y Estado, no como gobierno.
Durante la presidencia de Barack Obama, políticos republicanos de origen cubano, en Washington y Miami, hicieron campaña en favor de que los beneficiados con la Ley de Ajuste Cubano (CAA) se mantuvieran tranquilos en este país, sin viajar a Cuba, y amenazaron con que aquellos que regresaran a la Isla se enfrentarían a consecuencias: la probable pérdida de su condición legal en Estados Unidos.
La CAA, promulgada en 1966 durante la presidencia del demócrata Lyndon Johnson, se fundamenta en que los cubanos no pueden ser deportados, ya que el gobierno de La Habana no los admite, que en cualquier caso estarían sujetos a la persecución y que en la Isla no existe un gobierno democrático.
Así que llama la atención que ahora políticos republicanos apoyados por quien fuera el presidente más antiinmigrante de este país en las últimas décadas, o los llamados activistas del exilio que se “alimentan” con lo que reciben de dichos políticos, busquen convertirse en los paladines de la CAA.
Los “anticastristas” más radicales dándole la razón al enemigo de toda una vida. El menosprecio los hermana.
Durante esos años de la presidencia de Obama, dichos políticos y activistas republicanos reclamaban que Miami se había llenado de inmigrantes económicos, que solo se interesan por llenar su barriga y las de sus familiares.
Cuando en julio del 2004 se promulgaron las medidas que limitaban los viajes familiares y las remesas a la Isla, salió a relucir el argumento de que quienes iban a Cuba lo hacían fundamentalmente por motivos económicos. En apoyo a las restricciones, los propios miembros de la comunidad exiliada, que defendían a ultranza la medida, comenzaron una campaña de negarles a la mayoría de los cubanos, llegados en los últimos años, la categoría de perseguidos políticos, y afirmaban que quienes llegaron primero eran los verdaderos exiliados políticos y los que vinieron después simples inmigrantes económicos.
Al tiempo que la abolición de la normativa del “ajuste cubano” fue por décadas el reclamo preferido y constante de los funcionarios cubanos durante las diversas reuniones migratorias, llevadas a cabo entre Washington y La Habana, la pandemia, la crisis, el desastre de la unificación monetaria y el “enfriamiento” de las esperanzas y los vínculos destinados al mejoramiento de relaciones entre ambos países han colocado de nuevo a las esperanzas migratorias en el país de los sueños.
Esta nueva realidad también ha servido para destacar una certeza: la inmigración cubana actual es en buena medida una inmigración económica, pero no por ello deja de ser cierto también que el deterioro de las condiciones de vida en la Isla obedece a una razón política.
Puede argumentarse que lo mismo ocurre en México, pero hay una diferencia fundamental. El ideal de cambio de gobierno en Cuba pasa por un cambio de sistema. A estas alturas, buscar un cambio de gobierno en cualquiera de los países latinoamericanos, que enfrentan el problema de que sus ciudadanos buscan abandonarlo, implica un conjunto de acciones y medidas que no conlleva a un cambio radical de sistema, salvo en la mente de los extremistas de izquierda nostálgicos. Incluso esa aberración que dio en llamarse “socialismo del siglo XXI” no dejó de ser —en la práctica— un capitalismo con demagogia y algarabía populista, que contaba con petróleo en abundancia —a elevado precio gracias a las características del mercado de entonces— para sustentar el despilfarro de planes sociales que trajeron cierto alivio a sectores necesitados, pero distaron mucho de contribuir a sacarlos de su miseria.
Con Cuba desde hace décadas viene ocurriendo lo contrario. Pese a la llamada “actualización”, el objetivo fundamental de quienes están al mando continúa siendo el perpetuarse en el poder.
Sin embargo, el reconocimiento de un factor político en el abandono de su país por los cubanos no debe impedir el reconocer los privilegios —sí, privilegios— de que han (hemos) disfrutado por décadas, de formas directas o indirectas. Y de que estos privilegios no han sido solo migratorios. Es bueno además el no olvidar que otros pueblos, otras naciones, otros grupos también se han beneficiado —o perjudicado— en diferentes momentos de la historia. Y que, por ejemplo, la Guerra Fría no solo benefició a los países europeos sino también a los cubanos exiliados, a partir de la llegada de Fidel Castro al país. Que hubiera sido mejor no disfrutar de tal “beneficio” y no tener que abandonar el país. Bueno, utilizar tal argumento no impide reconocer la existencia de una situación excepcional en el caso de los cubanos.
A veces cargada de ironía, otras cómica o trágica, la obsesión de escapar del régimen castrista no deja de manifestarse a diario. Imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso. Pero siempre es una historia triste. Demasiado triste para que los aprovechados y demagogos en Miami sigan en su negocio de hace décadas: explotando la miseria y el dolor de los cubanos.